1. El final de la liga en la primera jornada (I)
Tan pronto y tan rápido viene todo a llamar a tu puerta. El comienzo de otra liga imperdonable, en la que o goleas desde el principio o te vas a casa. Porque la lógica nos dice que el ritmo no será tan, tan frenético hasta el final como lo fue la temporada pasada. Puede que surgan más oportunidades y que no lo que suceda en las primeras jornadas lo que lo dictamine todo, lo que decida el destino de dos de los mejores equipos de la historia del fútbol inglés, que han coincido en la misma era y para la que sólo hay una Premier League en juego. Para el Manchester City no será suficiente el haber ganado las anteriores. De muchas formas, tampoco será suficiente ganar sólo la Champions a pesar de que dicho logro superará inequívocamente en cuanto a importancia interna al de conquistar otra liga. Pero el Liverpool, siendo el primero en salir a escena, quiso aprovechar para golpear cuanto más duro mejor.
En un enfrentamiento de entrenadores alemanes, Daniel Farke empleó el máximo nivel posible de valentía y algo remotamente relacionado con el gegenpressing, pero las diferencias eran las diferencias. Tampoco tuvo su noche más virtuosa el Liverpool pese a su buen despligue general y al marcador. El Norwich, no por nada, disparó más veces que cualquier otro equipo visitante en Anfield en toda la temporada pasada. La lesión de Alisson, todavía no espeficada en cuanto a duración, no es la mejor de las señales, si bien Adrián se postula como un repuesto capaz, y desbordante de emoción ante su debut. Pero siendo menos puntillosos, el Liverpool se demostró imparable sin su mejor versión. El Norwich, pese a sus garrafales errores defensivos, sugirió que hay mucho más trasfondo a las más evidentes de las primeras impresiones.
2. El final de la liga en la primera jornada (II)
Pero si el Liverpool iba a empezar bien, el Manchester City iba a empezar mejor. Porque son los campeones y porque pueden. El West Ham venía de mejorar en verano, pero ante el City, de salida, o tus mejoras a un ataque que ya era bastante bueno funcionan de maravilla desde el primer segundo o tu defensa te va a condenar ante semejante apisonadora. Pasó lo segundo. Porque Guardiola, como Klopp, sabe que no hay tiempo que perder, no hay partidos que dejar ir por ser sólo el comienzo. Y en el caso del City es precisamente esa implacable mentalidad una de las pocas esperanzas de que no se escapen con el título de liga bajo el brazo. Decía Jonathan Wilson en la última edición del podcast The Guardian Football Weekly: “Hay reportes de que Guardiola está siendo más intenso de lo habitual este verano”.
Y es que la genialidad del extécnico del Barcelona y del Bayern no viene gratis. Cuando estás rindiendo constantemente a esos niveles de exigencia, suele ser complicado mantenerlo para siempre. O lo que en fútbol se conoce como «cinco años». Pero las fisuras siguen sin aparecer para unos Cityzens que sumaron 98 puntos sin Kevin de Bruyne y no tuvieron que esperar más allá del partido en el London Stadium para ver que él sigue siendo uno de los mejores jugadores del planeta. Y ni Raheem Sterling tuvo forzar para desplegar su mejor nivel: marcó dos goles igual. Puede que no aguantarán esto hasta el final y más cuando regrese la fase final de la Champions League. Pero con dos goles más de diferencia favor que el Liverpool, ya son líderes.
3. El problema ignorado
Una de las mayores diferencias entre los cuatro equipos -o más bien, de tres respecto al otro- inmediatamente posteriores al top-6 la temporada pasada era la siguiente: Wilfred Ndidi (Leicester), Rúben Neves (Wolverhampton), Idrissa Gana Gueye (Everton) y, finalmente, Declan Rice (West Ham). Si bien no fue bajo ningún concepto toda la culpa de este último en la recién comentada goleada sufrida a manos del Manchester City, su figura explica parte de ello y parte de los problemas del West Ham. No porque él sea un problema, que desde luego que no lo es, sino porque explica el hecho de que la estructura del equipo está hecha de esos mismos materiales que se utilizan para esos postres conocidos como “flanes”. Mientras que Ndidi y Gana Gueye abarcan abrumadoras raciones de césped y son más incansables que el “conejito de Duracell”, el Wolverhampton, con alguien no tan impresionante en defensa -si bien notable también- como Neves, emplea regularmente un entramado defensivo bastante más robusto.
Por su parte, el West Ham… no. Ni una cosa ni la otra. Comparte parecidos filosóficos, por llamarlo de alguna forma, con Leicester y Everton, pero ellos tienen a ese talismán por delante de su línea defensiva. Bueno, en el caso del Everton espera tener en su reemplazo de Gana Gueye, Jean-Philippe Gbamin, a uno nuevo. El West Ham si presentó la (a largo plazo inteligente) innovación de no jugar con Mark Noble (lesionado esta vez) de titular. El problema es que esa innovación era situar junto a Rice a Jack Wilshere. Podía tener su sentido poner a un jugador mucho más fino con el balón como él para combatir al City. Pero los de Guardiola demostraron que hay “niveles en este juego”. Pero es que más aún que eso, fue el añadido de la (paupérrima) velocidad de movimientos con la que hizo acto de presencia Wilshere. Ello no es sostenible en estas cotas del fútbol. Pellegrini, como sí tienen Marco Silva y Brendan Rodgers, sigue pareciendo en cambio carente de esa última pieza del puzle para poder asaltar el top-seis. Declan Rice puede evolucionar este año en alguien de similar impacto, pero todavía no está ahí.
4. La desconfianza en el Brighton
Los cambios pueden ser duros. Incomprensibles en algunos casos. Cuando el entrenador es tan simpático como Chris Hughton, como analicé hace unas semanas, el cambio en un equipo, o al menos desde fuera, se hace más duro. No es poco el escepticismo alrededor de Graham Potter, su sustituto, si bien ha sobresalido en cada reto que sucedía al anterior. Llevó al Östersunds FK de la cuarta división sueca a los dieciseisavos de final de la Europa League. Evitó que el Swansea cumpliese la profecía de equipos que venden a media plantilla tras descender de la Premier League y acaban bajando otra vez. Los “cisnes” iban camino de ello y Potter lo evitó con un estilo notoriamente proactivo. Y mejorando a prácticamente todos sus jugadores. Por algo está Daniel James ahora en el Manchester United.
Y en el Brighton no ha tenido miedo para ir y hacer lo mismo. Cuando los equipos se crecen en demasía, cuando se percibe que un movimiento que hacen está basado en una soberbia injustificada, se tiende a despreciarles. O más bien a dudar de ellos. Pero cambiando la perpetua línea de cuatro atrás por una de tres con la intención de dar mucha más fluidez, el Brighton de Potter salió a demostrar que pueden dar ese siguiente paso que tantos dudan que puedan dar. Y a un Watford siempre tan correoso y eficaz en lides de este tipo, las “gaviotas” les desmantelaron. A través de un gol (y qué gol) en propia y otros repartidos entre el súper sustituto rumano Florin Andone y el flamante nuevo fichaje, Neal Maupay.
5. Un duelo por el amor de Wilfried Zaha
Era una ocasión muy violenta la que reunía frente a frente a Crystal Palace y a Everton. Como ha cerrado, ya es complatamente anticlimático, pero si el mercado siguese todavía abierto hubiese sido una fantástica secuencia cinematográfica, en la que dos hombres (pongamos Roy Hodgson y Marco Silva a pesar de la surrelidad de la escena imaginada) se batían en duelo por el corazón de su amada; Wilfried Zaha en este caso. El día que tengamos presupuesto para un ilustrador, le encargaré la recreación visual de este despropósito que estoy describiendo. Como si no hubiéramos tenido suficiente con el Crystal Palace 0-Everton 0 de abril, vinieron a someternos a otro. Una mala película con una secuela no tan mala (pero mala todavía) es cómo se podría explicar.
Pero el resultado fue el mismo, lo cual no es sorprender pues el Crystal Palace jugó con Jordan Ayew y Christian Benteke y el Everton con Calvert-Lewin (quien no está bien, pero sí que le han fichado un sustituto). Los londinenses sentaron en Zaha a su mejor jugador y los Toffees a todos sus fichajes de verano. Yupi. La verdad es que uno entendría las ganas del bueno de Wilfried de ir al Arsenal o a cualquiera de los otros componentes del top-6. Pero, ¿el Everton? ¿De verdad convertirte en un muchacho de Marco Silva te va a acercar realmente a la Champions League? El caso es que ello nos privó de una mucha mejor oportunidad (su presencia sobre el campo desde el inicio) de ver algún gol.
6. El demonio favorito del diablo
Acudió el Southampton al mismísimo infierno para abrir la temporada. Ahí estaban Sean Dyche y sus discípulos, por no decir demonios, para aguar la fiesta de los Saints y también, de paso, empezar a hacer lo propio con todas aquellas clasificaciones pronosticadas con ellos en descenso. Digo mojar porque Burnley no es tu arquetipo de infierno: es uno nublado y con una ligera pero increíblemente molesta lluvia. Y nunca cesa. Hasta cuando lo hace parece más bien un efecto óptico. Y si Sean Dyche no es el diablo, ¿de dónde viene esa voz? El Southampton probablemente tenía a los mejores jugadores. Pero, por esa misma regla de tres y lógica que en Burnley no aplica, el Bournemouth debió haber ganado el partido que disputó allí la temporada pasada y no perderlo por 4-0 como acabó haciendo. Una de las goleadas más surrealistas que uno pueda ver.
Es que no hay que ir a ver más que el primer gol contra el Southampton. Un balón que parecía ir cómoda y rutinariamente hacia el cabezón de Janik Vestergaard hasta que una (¿aparente?) brisa de viento de Burnley desvió el balón lo suficiente para que Ashley Barnes marcase el uno a cero. El infierno. Barnes, probablemente el demonio favorito del diablo, marcaría también el segundo, en una victoria con tres goles a favor y ninguno en contra. Pudo haber marcado un tercero si Gudmunsson hubiese decidido pasarle el balón y no disparar él directamente. Pero si lo piensas, y Gudmunsson posiblemente lo hizo, un hat-trick de Ashley Barnes podría perfectamente haber creado una brecha espacio-temporal que hubiese abierto el suelo y elevado el infierno a este mundo y un montón de cosas malas que no querríamos descubrir.
7. Un cliché cumplido
El Bournemouth vs Sheffield United fue un partido que lo veías y era difícil sacar una conclusión única de él. Había tantos factores de interés, ninguno notablemente por encima del otro. Pero fue un partido vivo, y también muy atascado por el contrario, con un reparto de puntos final. Quizás la más sobresaliente reflexión es que el Sheffield United ha venido a competir y es capaz de ello. En un sitio en el que siempre parece empezar una temporada de Premier League. Recuerdo el Bournemouth jugando (y perdiendo 0-1) contra el Aston Villa en la jornada uno de 2015. Recuerdo al Bournemouth ganar, de nuevo en la jornada uno, hace un año al Cardiff City. Esta vez no podría con el recién ascendido. A pesar de dar la impresión de tener el 98% de la posesión, la de dificultades que encontraron para ser punzantes fue resaltable. Reinicio, y reinicio, y reiniciamos otra vez. Lo cual no era deseperante, o al menos para un servidor, por el hecho de “¿por qué no dan el patadón p’arriba?” sino porque un equipo como el Bournemouth debería poder desmontar al Sheffield United.
Pero perdieron gran parte de la batalla táctica, con el 3-5-2 de los visitantes demostrando ser demasiado inexorable. Por dentro no eran capaces de hilar pases al tener un hombre menos, pero por fuera tampoco pudieron marcar diferencias con su propio 3-4-2-1. Porque el Bournemouth tenía el mejor equipo, pero en cambio el Sheffield United al mejor pasador sobre el campo en Oliver Norwood. Acercándose la hora de juego el Bournemouth finalmente chutó a puerta. Y un par de minutos de después, lo hizo de nuevo pero esta vez para marcar. No es que se lo hubiesen “merecido”, pues no hacían más que embarrarse sin éxito en todo intento de empujar a sus contricantes. Quienes no tuvieron ni que encerrarse tan atrás. No son un cliché tan grande como algunos esperarían, pero un cliché que sí se cumplió fue cómo Billy Sharp (saliendo desde el banquillo) hizo lo que todo tipo de simpatizante del equipo quería: marcar él el primero. En una jugada más embarullada que la del gol del Bournemouth, empataron y sacaron un punto entre la locura celebratoria de su afición. Es sólo el Bournemouth, pero a un equipo muy capaz a nivel combinativo, han empezado frenándole.
8. La grandeza cada vez mayor de los Spurs
Desde que el Tottenham recibió los reveses de la Juventus en octavos de final de la Champions League y del Manchester United en la semifinal de la Copa en un periodo de dos meses, esa tendencia, tan puntual y esporádica como indeseada por ellos, parece reducirse a menos y menos. Como este pasado sábado por la tarde. Porque como hay gente desesperadamente predecible, en cuanto el Aston Villa marcó antes de los diez minutos de juego, empezaron a brotar los comentarios de “Spursy” en las profundidades de internet. Nada realmente reseñable pero sí existente. No obstante, alguien debería explicarles que ese término, ese concepto, se atribuye más a los finales. A cuando todo va bien y se tuerce en el último momento sin margen de maniobra.
Aquí fue todo lo contrario: pronto y rápido. Pero sintomático, también, de un Tottenham que no pudo salir abrumando con su versión más brillante ni con toda su artilleria, con Son sancionado, Dele lesionado y Jan Vertoghen fuera de la convocatoria por razones poco creíbles (en serio, lo de Pochettino y todas las vueltas que ha dado con Alderweireld y Vertonghen da para un muy buen libro). Pero el caso es los chicos nuevos, los “villanos” del Aston Villa, actuaron con brío y eficacia para adelantarse y derretir todo casi todo ataque del Tottenham durante la primera mitad y primera hora incluso. Pero sin saber todavía si se quedará o no, Pochettino sacó del banquillo a Christian Eriksen para doblegar un encuentro que se escapaba de vuelta a su favor. Y sucedió. Porque Eriksen es muy bueno. Y porque el Tottenham cada vez se desenvuelve mejor en los momentos de aguda adversidad. Como bien demostró su soberbia marcha hasta la más reciente final de la Champions League.
9. Si el Manchester United está mal, ¿qué está el Chelsea?
A pesar del marcador final, fue un partido generalmente igualado. No por lo bien que lo estuviesen haciendo ambos sino por lo contrario. Y unos generaron 1,7 en goles esperados (calidad de ocasiones) mientras que los otros también, pero el Chelsea acabó hundiéndose con fallos no forzados y ante una materia prima superior en defensa y en ataque por parte del Manchester United. Todo bajo la atenta del fantasma de enfrentamientos pasados: José Mourinho. Dando ese paso tan esperado al lado oscuro, al lado de los comentaristas y analistas, Sky Sports le ha firmado para toda la temporada en un movimiento que nos cautivará semana sí, semana también. Al igual que llegarán las semanas insoportables, pues si bien Mou puede ser extremadamente entretenido de escuchar, también puede hacerse pesado, muy pesado. Porque además la amenaza de vendettas «agresivas pasivas» es exponencial.
Pero el caso es que, sobre el campo, dos de sus equipos equipos batallaron; no con mucha épica, también es cierto. Dos conjuntos destartalados, dirigidos por exleyendas del club con unos currículums cuestionables, y un partido todavía más destartalado. Con dos balones al palo del Chelsea, con Pogba retrasado a un doble pivote con McTominay, con Kovacic *y* Barkley sobre el campo, con Pulisic sentado (para el drama generalizado en la televisión estadounidense que retransmitía el partido). Ninguno dominó al otro porque no estaban aquí para eso. Y sin embargo, los Red Devils acabaron arrasando, pues cuanto más se abrió el partido, más daño hicieron. De nuevo, la calidad de ocasiones creadas no sugirió que lo haría, pero acabó el Chelsea tiritando. Al igual que el perro Scooby Doo en una escena de miedo. Era la primera vez, como reseñaba el inconmensurable Duncan Alexander, que el Chelsea encajaba cuatro goles en un partido de liga en agosto desde que la serie Scooby Doo se estrenase en 1969.
10. La entrada en matrix
El VAR ha llegado a la Premier League. Aquí está, después de tanta antelación. Pero, ¿qué signfica? No superaron el segundo partido con el sistema implementado y ya ocurrió una de las cosas más “VAR” posibles: un fuera de juego absolutamente milimétrico que llevó a la anulación de un gol de Raheem Sterling. Lo era. Por la más mínima de diferencias, pero lo era. Y sin embargo, no parece ser lo que importa, ya que la “esencia” del fútbol (necesito cursiva más curvada, como los argentinos twitteros mayúsculas más grandes) es lo que más parecía pasar a importar. Hasta que vaya en contra de los intereses de uno y todo eso, claro. Pero hay algo extremadamente interesante en el razón de ser del VAR. Un concepto complejo como, posiblemente, sólo el fútbol lograría que fuese.
Porque el fútbol venía de operar desde su existencia con convencionalismos y reglas no escritas hasta un punto del que nadie era consciente. Más que el VAR en sí, el problema ha sido cómo han quedado expuestas las reglas de fútbol, que básicamente funcionaban dentro de unas aceptadas normas (no escritas, de nuevo) de conducta por parte de sus componentes, desde jugadores, a entrenadores, árbitros, aficionados y todos los demás. Todo se basaba en una especie de “sentido común” que resulta que no tenía tanto de sentido. Pero como alguien mencionaba este fin de semana, el debate de dónde se unen la ciencia y el arte. O, más bien, colisionando. Hay algo muy incómodo para muchos en la idea de que el fuera de juego, algo que se ha juzgado toda la vida a ojo, se convierta en una ecuación matemática. Porque el fútbol tampoco quiere perder esa faceta jugotónamente estafadora. Vivir en una especie de engaño (inconscientemente) deseado por todos, o tantos. Pero ahora, el fútbol, y en este caso la Premier League, está entrando en su propia versión de matrix, donde un fuera de juego es un fuera de juego hasta la más absoluta exactitud posible de medir. Quizás, cuando se acelere el proceso de decisión, todo se tranquilice. Pero hasta entonces, agarraros, que vienen curvas.