1. Lo lejos que estamos de nada
Es otro tipo de sueño, es otro tipo de objetivo, es otro tipo de punto de salida, pero el Leicester está volviendo a irrumpir entre los mejores como sólo ellos saben. Esta vez no entre los a todas luces inalcanzables dos primeros, pero sí entre el resto. Son terceros los chicos de Brendan Rodgers y nadie debería sorprenderse; nadie probablemente lo esté haciendo. Menos todavía tras su trabajo de destrucción total y absoluta de un Newcastle fantasmal, hundiéndose a cada momento que pasa. Hubo una expulsión, es cierto, pero el Leicester ya estaba desarmando a cada paso a sus contrincantes antes de que dicho suceso se diese lugar poco antes del descanso, una peilgrosa entrada de Isaac Hayden. “Una de las peores actuaciones del Newcastle en su historia de la Premier League”, extraía como conclusión Lee Ryder, del Newcastle Chronicle, tras la señal del final del encuentro. Uno para el olvido, para ellos. Uno que no se llevará el agua de la lluvia, incesante a lo largo de toda la tarde.
Al igual que el Leicester en sí, que con superioridad numérica sumaría al espectacular primer gol de Ricardo Pereira. Sería Jamie Vardy desde uno de sus difíciles ángulos que para él no parecen serlo tanto; sería Paul Dummett en propia puerta; sería Jamie Vardy otra vez. Y finalmente, con todo resuelto, un último signo de exclamación de Wilfried Ndidi. De ese jugador siempre presente, la red que siempre salva al Leicester y que esta vez también se sumó a la fiesta goleadora. Como todos de alguna forma u otra, siendo el interior derecho Dennis Praet y Çaglar Söyüncü los dos únicos jugadores de campo del Leicester en no crear una ocasión de gol, según Squawka Football. Un bloque de arriba abajo y que pudo convertirse en lluvia, en una tormenta torrencial de fútbol, sin uno de sus jugadores más diferenciales en James Maddison. Un equipo lejos de la más absoluta cima, lejos de nada. Y al mismo tiempo, cerca de todo, el mejor del resto ahora mismo. De volver a ser una revelación. Con Brendan Rodgers y con todos sus jugadores. Lo lejos que estamos y lo cerca que estamos de todo y de nada, aunque no siempre podamos darnos cuenta. Y para los hoy visitantes, puede que el club sea vendido y todo cambie. Puede que estén más cerca de lo que piensan. Pero lo que ahora parece cerca, es un nuevo descenso.
2. También en este viejo, nuevo extraño sitio
Uno trata de comprender aún cuál es el papel del Sheffield United en esta Premier League. Son muchas las versiones, más todavía los matices. Ninguno mayor que el de su estadio Bramall Lane, tan novedoso en la liga, pues llevaba ausente desde Mayo de 2007. ¿Pero dónde estábamos en Mayo de 2007? Phil Jagielka exactamente ahí, en el Sheffield United. Bueno, “exactamente…”, entonces de titular y ahora en el banquillo. Por lo demás, ahí. Como el Liverpool sobre un terreno y con la victoria tras la disputa del partido en cuestión sobre dicho terreno. Si es en Anfield, pocas cosas más garantizadas en el fútbol actual. Si es fuera, tres cuartos de lo mismo. Incluso en Sheffield, en este escenario, en este viaje al pasado y al presente. Aunque con tanto viaje temporal, el susto casi se produce; un Sheffield United excelente, lamentando únicamente el agujero negro situado detrás de su portero, para absorber el balón cuando parecía camino de ser rutinariamente detenido por él, Dean Henderson.
Según a quién preguntes, sin embargo, ello no fue lo único agridulce. Chris Wilder, su entrenador, no ha venido a ver los paisajes de la Premier League. Ha venido a ganar. No importa que sea el Liverpool, porque él sabe hasta dónde han podido empujar a los presentes campeones de Europa, sólo para quedarse complatamente de vacío. El Liverpool creó, jugó un buen partido, y se lo llevó con ese accidente. Pero, según la medición de Opta, con 1.2 en “goles esperados” los locales plantaron cara, a nada menos que al equipo de Klopp. Con una defensa imperial, con Basham y sobre todo con Egan y O’Connell. Pero estando en la industria del resultado, hará falta exactamente eso, resultados, y más pronto que tarde. A pesar de lo cual, las sensaciones, por no hablar de los 8 puntos en siete jornadas, son más que positivas; aunque Wilder no quiera oír hablar de nada de eso, sino de una victoria, como la que el Liverpool, en este pintoresco escenario, logró también.
3. No fue la brutal procesión que se podía esperar
Para poder respirar hizo falta más presión todavía y una derrota consumada. El Everton volvió a perder, pero lo hizo con entereza, con dignidad; separado de su muchas veces axfisiante histeria. ¿La que produjo el fin de semana pasado al perder con el Sheffield United? Sí, esa misma. Las cosas, al final, con un uno a tres en contra, no salen mejoradas, pero sí salvadas de haber empeorado. Porque lo que pudo ser una brutal procesión, incómoda de ver y, en esencia si no en la práctica, definitva por las inexorables sensaciones negativas, fueron ocho disparos a puerta contra nueve. Fue un empate en el marcador entrando en la recta final que un “suplente”, aunque también conocido como el MVP de la Premier League 2015-2016, Riyad Mahrez, declinó la balanza lo suficiente.
El Everton aguantó y fue capaz de competir a pesar de las interminables acometidas del City. Y eso ya es algo. Algo que te puede llevar lejos. Lo hizo también sin su medio campo titular, con Jean-Phillipe Gbamin y Andre Gomes lesionados. Y el mérito de lo que hicieron radica en la simple mirada a la destrucción del Watford la semana pasada. Las ocasiones llegarían también para ganar, pues el City es más defensivamente vulnerable ahora de lo que se podría haber sospechado hace muy poco, pero para eso está Ederson también. Como Sterling, como Mahrez, como Gabriel Jesus y como Kevin de Bruyne, con sus demenciales asistencias al área pequeña. Cada vez más perfeccionados, cada más representativos de su incesante brillantez. Ante todo ello el Everton no estuvo tan lejos, estuvo en el partido. Y deberá demostrar que también puede estarlo en el siguiente.
4. El pasado, el futuro y estar atrapado en medio
Lo que le faltaba al Tottenham, a Mauricio Pochettino, llevarse un viaje de su exequipo, del Southampton, cuando las cosas ya han sido tan tensadas por un Colchester United cualquiera. O en este caso, exactamente por el Colchester. Eso y un mal partido en Champions que les vio empatar en Olympiakos antes de tener que recibir al Bayern Munich este próximo martes. Un molesto Southampton, un Serge Aurier que parece ser idiota y un Hugo Lloris que parece ser incompetente. O al menos esa sensación de ira, de aguda frustración, era lo que se podía sentir cuando Aurier fue expulsado por una absurdísima doble secuencia de tarjetas amarillas y Lloris cometió uno de los fallos más dantescos de un portero en la memoria reciente, liándose de manera incomprensible con el balón para que Danny Ings efectuase el empate, uno a uno.
Y con un jugador más sobre el campo, con la primera parte del partido todavía en disputa y toda una segunda por sucederse. Todo estaba perfectamente escrito, el guión en la pared, un intimidante relato. Un nuevo paso hacia abajo, las campanas de destrucción, de fin época (si digo de “ciclo”, no puedo dejar de pensar en Tomás Roncero…), para un Tottenham sometido a que su golpe de timón (aquí tres fichajes son un «golpe de timón») funcione. Es todavía pronto, pero las prisas imperan. Como la presión en el Tottenham, como la ansiedad por no sufrir otro revés cuando el gol de, precisamente, uno de esos fichajes, Tanguy Ndombele, había puesto previamente las cosas de cara. Sería entonces, empatados, aturdidos, con el descanso acercándose, cuando Harry Kane la empalmó hacia dentro para marcar el dos a uno. Y aun con uno menos, resistieron, a las embestidas de los chicos de Hasenhüttl. El reto se estará complicando, pero Pochettino sigue siendo Pochettino y no iba a venir su antiguo equipo, su pasado, a estropearle su futuro.
5. Iba a parar
Para uno de los dos, y aunque fuese sólo un treinta y tres por ciento del potencial botín obtenido por parte de los dos en caso de empate, la sangría iba a terminar, a parar para alguien. Porque los nervios estaban llamando a la puerta, con todo el día para seguir. Cuando son previas revelaciones las que se caen, el pánico se acentúa a mayores revoluciones. ¿A caso no era todo real? Eso es mucho de lo que explica la Champions League moderna y quién la gana. La experiencia, el haber estado ahí, una y otra vez, hasta que al menos tienes esa seguridad de creer saber lo que estás haciendo. No tienes que saberlo, pero tienes que creerlo. Porque las dudas te tumbarán como el más poderoso de contrincantes.
Por eso, y porque era este actual Watford, el Wolverhampton tenía que apretar el acelerador y atrapar los tres puntos antes de que no volviesen a ser suyos. Como no lo han sido en ninguno de sus partidos de esta temporada en los que estaban en juego. Ni siquiera en la Europa League, donde el Sporting de Braga, sus compatriotas, les ganaron ganaron también. Les privaron de lo que el Watford no pudo hacer. Porque al gol de Matt Doherty se le sumó un acto simbólico, involuntario, pero real de un Watford patinando en su misión de revertir el hundimiento en confianza y rendimiento de una defensa que jamás fue sobrada en calidad. Fácil no va a ser para ninguno de los, pero como se podía sospechar, posiblemente menos todavía para quienes, una vez más, se quedaron sin ganar.
6. Empezaron llevándose a su portero, terminaron sin poder vencerles
Después de jugar contra el West Ham hace menos de dos semanas, el Aston Villa recibió esta vez al Burnley [insertar meme de Spidermans señalándose el uno al otro]. Sin embargo, aquí había lazos más allá de la indumentaria insignia de cada cual. Dos exjugadores (Matthew Lowton y Ashley Westwood) del Villa, por ejemplo, de ese Aston Villa tan horrible de hace un lustro, titulares en el Burnley y más todavía el portero del Burnley del año pasado bajo los palos de la portería de los “villanos”. Con tanta fraternalidad y todo ese rollo, no es de extrañar, de algún modo, que el empate fuese lo que quedase impregnado, establecido cuando todo había terminado. Más de noventa y siete minutos de partido después. Con un Burnley calmado, relajado, aguerrido; el Aston Villa tratando de hacer lo propio pero con más de 130 millones recién gastados en fichajes.
El desnivel psicológico, de presión, entre quienes deben cumplir sin apenas conocerse entre ellos y quienes no podrían conocerse mejor sabiendo que un descenso jamás sorprendería, es existente. Pero al final, se cancelaron los unos a los otros lo suficiente para que la tarta fuese repartida a partes iguales. Puede que el Burnley no tuviese ese mismo apetito, pero los méritos los hizo de igual manera. No importa que le diesen a su portero al Villa, porque para suplir a Tom Heaton estaba Nick Pope. Y porque al final, ninguno falló y ninguno decidió con enfásis, volviendo hasta dos veces el Burnley de estar por debajo en el marcador. Porque si un tío egipcio al que llaman Trézéguet (a dónde me vas Mahmoud Ahmed Ibrahim Hassan) va a dar la asistencia del potencial gol ganador para los “villanos”, Chris Wood va a marcar el empate dos minutos después.
7. Más delanteros
Lo primero que observamos (y espero que este plural mayestático sea acertado) al comenzar con la visualización del Bournemouth-West Ham es un explícito recordatorio del partido que hemos venido a ver: Josh King, autor de 17 goles en liga hace dos años, situado como extremo izquierdo en el 4-4-2 de los locales. Él sumado a Dominic Solanke y Callum Wilson. Vale que es Solanke, pero son tres delanteros. Y por si no había suficientes, Harry Wilson, que no es precisamente un interior o un lateral reconvertido a extremo. Y luego, claro, todo los del West Ham, para desplegar un total de 436436549379567 jugadores de ataque. Aproximadamente. Pero todo esto no era más que un simple recordatorio de lo que recibirían, después de unos largos diez minutos de juego: goles. A los duelos “cerezas” contra “martillos” se viene a ver goles. Ahora y siempre. Antes no en especial, porque claro, no exitía. Casi cualquier rivalidad contemporánea del Bournemouth es casi exclusivamente eso: contemporáneo. Porque antes frecuentaba más la tercera división y ese tipo de lugares. ¿Dónde están esos duelos contra el Yeovil, contra el Swindon? “Lejos”, pensará más de un aficionado del club, y con razón.
Aunque a los diez minutos de este partido en concreto, contra los muchachos de Manuel Pellegrini, estaría pensando sobre todo en la molestia que acaba de producirse. Gol, sí, pero de los otros. Concretamente de Andriy Yarmolenko. Ese Arjen Robben alto y ucraniano, con pelo, con una grave lesión recién superada. Con camisetas de sus antiguos equipos vendidas a precios de oro en otros países. Pero, sobre todo, con una gran sensación, una simplemente reconfortante. Al igual que Valentina, la personaje que co-protagoniza Transporter 3, al describir, en la recta final de la película cuando ella y Frank Martin (aka Jason Statham) llegan a su tierra natal de Ucrania, el plato de Chicken Kiev; cómo lo prepara un restaurante en concreto, en Odessa, con la carne fresquísima, y esa mantequilla. Ese recorte y gol de Yarmolenko es como el Chicken Kiev. Y el partido, como decíamos, un seguro de goles. Como otro, para empatar siete minutos después, del ya mencionado King. U otro, esta vez asistitido por King, de Callum Wilson para darle la vuelta a la tortilla. O al Chicken Kiev. Y un tercero a su favor. Aunque anulado. Y uno final, definitivo, del lateral. Porque aquí atacan todos, incluido Aaron Cresswell. Y se termina, como mínimo, con un dos a dos.
8. Divertidos los dos, unos mejores que los otros
Para el Chelsea las sonrisas son multidudinarias y se pueden encontrar en cualquier persona que no sea Christian Pulisic, quien se alegrará, por supuesto, del bien de su equipo. No, en cambio, de su pronunciada suplencia. Pero eso es un tema para cuando ya sea insostenible. Aunque en algunos de los parajes del mundo, como Estados Unidos, ya es un drama nacional (dentro del pequeño nicho de los valientes que se levantan a las seis de la mañana para ver el primer partido del sábado de Premier League). El caso es que contra el Brighton, se medían los Blues a otro equipo tan divertido y juguetón como ellos. Con menos calidad, también, que ellos; lo cual siempre ayuda, claro. Un partido en el que el Chelsea dio la impresión de dar un paso hacia delante, por el simple hecho de mantener la portería a cero así como de capitalizar sobre manera sobre errores como el que condujo al penalti del uno a cero; como también sentenciar cuando el partido, o más bien, sus intereses, se lo reclamaban.
Algo más de oficio, algo más de brío, unos jugadores más compaginados, más habituados, más establecidos. Hasta sin N’Golo Kanté, baja de última hora, pudieron vivir tranquilamente y desenvolverse con cierto virtuosismo. Que también todo se podría haber torcido, haber conducido por otros derroteros si no llega ese penalti en el momento que llega. O si lo tira Ross Barkley en vez de Jorginho. Pero no fue el caso. Y en una segunda parte en la que todo se podría haber descosido, en la que el Brighton podía haber devuelto el puñetazo, en la que podrían los locales haber pagado ese fenómeno tan entrañable, ese evento dentro del Chelsea contemporáneo que es ver a Marcos Alonso instalado en tres cuartos de campo y, cuando vuelve el balón hacia su zona, ya está en el área pequeña para rematarlo. Pero no, los chicos de Lampard navegaron las aguas hasta su primer triunfo en liga, en casa, esta, temporada.
9. Rascar y arañar, pero el despido no parece evitable
Nathan Jones, en el Stoke City, está a punto de ser despedido. Cuando estés leyendo esto, probablemente ya haya sucedido. Porque muchas veces la vida es injusta. ¿Aunque qué es la justicia después de todo? No es mucho más que la perspectiva de cada cual. Ya puedes tener todas las estadísticas avanzadas de tu lado, ya puede haber sido el rendimiento excelente en el global de prácticamente todos y cada uno de tus partidos que si no ganas, o al menos no pierdes, no servirá, no será suficiente. Porque el Stoke es un buen equipo de fútbol. Y, aun así, es último en Championship. Después de todos esos años donde ya no están, en la Premier League, pegados a la mitad de la tabla, de forma inseparable. Hasta que el tiempo, la cruel vida, los separó. Al menos por ahora, al menos por un tiempo. Con el descenso, llegó un prometedor entrenador en Gary Rowett y buenos fichajes para situarse como los máximo favoritos a ganar la liga al primer intento.
Pero luego llegaron los partidos en sí, el engañoso trabajo, pues había mucho más que hacer del que parecía. Una crítica al favorito de la afición Bojan Krkic, a la propia afición, y una mala racha de resultados después, Rowett estaba en la calle. Una terrorífica racha de resultados después, y críticas desesperadas a sus jugadores, Nathan Jones, todo parece indicar que correrá esa misma suerte. “El club no será mejor perdiéndole”, decía tras la derrota de este pasado viernes (2-3) contra el Nottingham Forest la recomendable cuenta de Twitter, “Stoke Analytics”, sobre los inminentes sucesos. Porque Jones ha rascado y ha arañado todo lo que ha podido. Venía de hacer un trabajo soberbio con un Luton que subió a tercera y, poco después de su marcha, volvió a hacer lo mismo a segunda. En Stoke, el rendimiento del equipo, ha vuelto a ser bueno. En todos los aspectos menos en los insalvables errores, en la falta de puntería. Como hace unas semanas John Percy de The Telegraph vino a decir que el Stoke debió apostar por Rowett como ahora por Jones. Alguien que lo ha intentado, de todas las maneras, pero no lo ha conseguido.
10. ¿Qué es ser normal?
¿Es el Crystal Palace un equipo normal? ¿No debería un equipo que ha vendido a su emergente lateral estrella y, por el contrario, se ha reforzado poquito, empezar a caer? ¿No debería un entrenador que acaba de cumplir dos años en el club y tan veterano como Roy Hodgson comenzar a perder su toque, a perder efecto en las charlas a sus jugadores? ¿No debería un equipo sin algo remotamente parecido a un delantero perder más partidos de los que pierde? Todo esto debería ser lo normal. Pero claro, surgen más preguntas dentro de todas las ya expuestas… ¿Es Duncan Alexander alguien normal? ¿Tiene sentido la vida? ¿McDonald’s o Burger King? ¿Zumo de naranja o manzana? Estas últimas ya más difíciles. Pero la cuestión es, ¿qué es lo que tiene sentido? ¿Qué es normal? Porque el Norwich tiene esa supuesta chispa tras de sí, la victoria contra el Manchester City de hace dos semanas, un entrenador joven y alemán, un enrachado delantero finlandés de nombre entrañable.
El Palace ha dejado de molar tanto, ahora que con un buen equipo no han terminado de dar ese paso adelante, ahora que Wilfried Zaha ha cambiado de opinión y prefiería ir a un sitio donde peleen por entrar en Champions League. Pero allí, donde resuena el “Glad All Over”, las victorias han vuelto a casa. El equipo no sólo sigue siendo en global efectivo, sino que, tras ser el tercer peor visitante de la temporada pasada (peor que el Fulham, por el amor de Dios), está venciendo también en casa. Y esta vez al Norwich, club que ha lanzado 21 penaltis en sus 8 temporadas totales en Premier League, mientras que solamente Luka Milivojevic en tres años y medio con el Crystal Palace ha lanzado 22. Quizás porque ellos tienen a un jugador que te los genera como es Zaha, que justo antes de sentenciar Townsend a pase suyo, humilló al Norwich en la recta final con su descomunal destreza. Lo normal no sabemos lo que es, pero, ¿Zaha? Un jugadorazo. ¿El Palace? Un equipo indestructible con él. Exceptuando a la presencia de Frank de Boer, claro.