1. Un estupendo gran momento
Era un derbi de Londres al que unos le deban la bienvenida, al que otros tenían que acudir. Unos llegaban pletóricos, otros llegaban tratando de querer morir un poco menos que en sus semanas recientes. Querían que los golpes cesasen, que se les permitiese sitio para respirar. Porque el mundo se hundía no sólo a su alrededor, sino debajo de sus pies. También, en su portería. El West Ham, en Roberto Jiménez, nos mostró a uno de los peores porteros de la historia de la Premier League; en una especie de acongoje (o otra palabra que se escribe con casi las mismas letras) constante, un pánico omnipresente. Porque no es que Fabianski hubiese parado de jugar, lo cual demostró por sí sólo cómo de dependientes eran de su presencia, sino que había empezado a jugar un portero que nunca había sido tan malo. No es que había que cambiar porque había que cambiar, es que o cambiaba Pellegrini o el equipo llegaba a su fin, él mismo como entrenador por lo menos. Sólo les quedaba un portero que ha jugado casi toda su carrera en tercera división. Que pasó por el Liverpool y su cantera pero que nunca que llegó a debutar con ellos en liga. David Martin dejó muy buen recuerdo en sus años, varios de ellos, en el MK Dons. Ahora, él, que había fichado por el West Ham para ser una especie de entrenador de porteros adjunto, que es lo que son a la práctica terceros porteros de más de 30 años, tenía que salir al escenario.
La sangría tenía para que parar para el equipo. Aunque sólo fuese la sangría psicológica del equipo, atemorizado ya por la mera presencia del otro. Con 33 años, David Martin recibió la oportunidad de debutar en la Premier League. Pero esto no era ningún tipo de homenaje. Aquí le necesitaban. El West Ham fue superado por el Chelsea como la mayoría de guiones bien podían haber indicado que pasaría. Mejores fueron los chicos de Frank Lampard, careciendo de poco más que la más clínica de precisiones. Parecía cuestión de tiempo, pero con la tranquilidad de ver a Martin y no a un cesto de nervios, la defensa del West Ham se creció para darse a sí mismo la oportunidad de ganar. Y fue precisamente Aaron Cresswell, el lateral izquierdo, quién marcó el gol ganador. Para un debut ganador de David Martin, desecho en emociones tras el pitido final; porque ni siquiera para Pellegrini este partido significaba tanto. Martin saltó a la grada y fue a abrazarse con su padre, Alvin Martin, leyenda como jugador del West Ham, para celebrar en silencio práctico el momento. Un estupendo gran momento, que no sólo fue el debut, sino el partido para descubrir que ahora pueden sobrevivir hasta que vuelva Fabianski. Este partido fue mucho; fue, con la victoria del West Ham, una de las más importantes victorias para un equipo esta temporada. Quizás solamente por detrás de la del Liverpool sobre el Manchester City.
2. Mala suerte más que cualquier otra cosa
Y hablando del Manchester City… Muchas veces el resultado asalta a lo que ha sido el rendimiento real de dos equipos en un partido. Lo agrede. Lo distorsiona con voracidad. Y ahora, claro, el Manchester City está en crisis. La demencial exigencia que es parte de ellos de fuera hacia dentro, y de dentro hacia fuera, lleva a tener que justificarlo todo con razones estiradas como gomas elásticas, como chicles que empezaron como un solo y que ya son cuatro en tu boca por no tirar el primero. El Manchester City está perfectamente. Tiene varios puntos de mejora, por supuesto: ya no es tan implacable como en su más pletórica versión, Fernandinho ya no es el pilar inamovible de antes (por diseño), David Silva entra y sale por lesión. Un equipo que ha deteriorado ligeramente como es normal que lo hiciese. Pero que sigue siendo una apisonadora en tantos y tantos sentidos. Eclipsado más que nada por el Liverpool. Así como lo fuese el Tottenham hace dos años y medio por el Chelsea de Antonio Conte. En su visita a Newcastle, los chicos de Guardiola se asentaron, movieron a las “urracas” de un lado a otro, pero sin Agüero, sin su brillo tan imperdonable de sus mejores días, con mala fortuna, con un montón de pequeños intangibles fenómenos, todo se cayó sobre sí mismo. Lo cual tiene una global y abrumadora razón de ser, claro. Porque la suerte y el azar no existen.
Si bien los análisis sobre fútbol han mejorado con el paso de los años, muchas veces en esta era en la que la lupa llega a donde tu quieres que llegue, la realidad acaba sacada de contexto. Porque todo fallo o acierto es directamente culpa del sistema, de aquello en lo que tanto hemos confiado para darle algo más de sentido a lo que no entendemos, a lo que tememos. ¿Cómo puede tener el Manchester City mala suerte? Pues sólo hay que mirar al hecho de que los dos goles del Newcastle son zapatazos (disparar sólo dispararon seis en todo el partido, una desde dentro del área), uno de Jetro Willems y otro de Jonjo Shelvey. Si eso no grita «anomalía», por muy depurada que sea la técnica del Lord Voldemort del fútbol, habría que ver qué lo hace. Porque incluso un equipo tan «perfecto» tiene que estar por encima de la mala suerte. Gana o pierde pero siempre es por algo. Y a veces simplemente no lo es. Las ocasiones, el constante asedio, el acoso y derribo, sigue estando ahí. Quizás un poquito menos brillante. Pero el rendimiento, que es lo que estamos valorando, no ha decaído notablemente respecto a lo que el más brillante City ha sido. Ahora no lo es tanto y debe haber una razón grandilocuentemente profunda. O no. Puede, simple y llanamente, que apareciese Jonjo Shelvey.
3. Suerte incesantemente respaldada
Así como el Manchester City ha visto la suerte ser esquiva, inalcanzable, insuficiente para sus ambiciosas ideas; su reflejo en el espejo, el Liverpool, su peor pesadilla futbolística ha visto todos los balones botar a su favor. O casi todos. Lo cual, no es ni mucho menos un menosprecio al equipo, al mejor Liverpool de la historia por puntos e inevitabilidad, sino una ilustración de algo que es verdad. Que no es mutuamente excluyente con la fantasiosa calidad del equipo. Pero sin esa pizca, repetida, de suerte, ¿cómo explicas que al Liverpool todavía le ves un potencial, un margen de mejora vastamente amplio, y sólo haya dejado caer dos de todos los puntos posibles en esta liga? Porque cuando la suerte, esos momentos inexplicables de fortuna se acaban o no sean tan benevolentes, el Liverpool seguirá siendo un equipazo. Porque cuando Alisson se lesione o sea expulsado, sobrevivirán así como el West Ham en cambio sin Fabianski, y sobre todo con Roberto, deja de existir. Porque con esa suerte explicas que la diferencia de once puntos a su favor con un equipo, el City, que ha gastado cantidades mucho mayores, tropecientos mil millones más y que debería estar por encima. El City sigue siendo el mejor de los dos equipos. Por supuesto que lo es.
Pero el Liverpool ha doblegado a todos esos hechos que jugaban en su contra. Y lo mencionado es lo mejor de todo: que ni siquiera están jugando a su máximo potencial. Hay niveles más allá, que han rozado y habitado, y que ahora quedan por ocupar y sellar esta liga con vehemencia y violencia. O con total silencio. Es lo más cercano a lo imposible, en términos balompédicos, que el Liverpool pierda esta liga. Porque cuando esa suerte se vaya, o simplemente se caiga, estará respalda por esta obra de arte. Indiscutible ella. Tan imperfecta, tan necesaria que así lo sea para poder encontrar otro tipo de perfección. El Manchester City tiene, por ejemplo, a dos interiores que son de los mejores de, como mínimo, este siglo: Kevin de Bruyne y David Silva. El Liverpool tiene a un jugador que ficharon del Sunderland y a otro que ficharon del Newcastle. Con Henderson y Wijnaldum, sin embargo, van a ganar la liga. El Manchester City tiene a uno de los mejores finalizadores modernos e históricos en Sergio “el Kun” Agüero. El Liverpool, en cambio, tiene a uno de los delanteros centro más pasadores de la historia. Más y también mejores de la historia en Roberto Firmino. Pero un goleador imperdonable. Tantas cosas improbables. Otro reto que pudo haberse atragantado con el Brighton. No lo hizo y los suficientes no lo harán de aquí al final.
4. A patada limpia y el Burnley perdiendo a su propio juego
Una especie de recurrente y sobre todo existencial corto circuito ha sacudido al Burnley esta temporada. El hecho de que jueguen “mejor” que sus rivales y pierdan. En casa y por más de un gol. Lo casi nunca antes visto. A pesar de ello, están bien, porque han entrado en una dimensión de resiliencia, de flexibilidad con la realidad que pocos hubiesen adivinado en ellos. Consistentemente por encima de equipos igual de malos, igual de buenos, que ellos. Pero siempre hay días y días malos. O buenos. En los que hacen aquello que si en el Burnley hacen, ganan, que es generar números superiores de “goles esperados” (calidad total de todas sus ocasiones). El Crystal Palace resistió con rudeza, con desavenencia, con una irónica sonrisa. Cero a dos ganaron las “águilas” en Turf Moor. Escapando del puño de hierro con el que actúa el equipo de Sean Dyche en casa contra equipos de su misma naturaleza. Esta vez quién rio último y mejor fue el Palace.
No sabemos si Dyche salió del campo y entró al escenario de la rueda de prensa para quejarse de los valores del fútbol contemporáneo o de alguna imperdonable injusticia arbitral. Con ese magnetismo, con esa simpatía que imprime de alguna manera inexplicable a sus lamentos. A sus reivindicaciones de andar por casa. Aquí, estos dos equipos, fueron con todo. El uno a por el otro. El Burnley con más y mejores secuencias; con más y mejores series de golpes que no fuesen los goles como tal. Porque esos los metieron Wilfried Zaha y Jeffrey Schlupp. También Jordan Ayew antes, pero fue anulado. Y es una pena que lo fuese porque fue una de esas estúpidamente ilógicas y embarulladas jugadas que hacen que alguien como Ayew esté en la culminación de las mismas marcando. Al propio juego del Burnley, con gente como Martin Kelly y Scott Dann titulares en el día de la historia en el que estamos, el equipo de Roy Hodgson ganó. Porque aunque nadie lo pensaba, el Burnley también puede jugar mejor que el rival y perder.
5. Tan fácil como eso
El Tottenham ya es otro siendo exactamente el mismo. Ahora, ganando. Con un Mourinho que ha supervisado mientras encajaban dos goles en cada uno de los tres partidos y que, aun así, les ha transformado en acción y resultado para ser lo que ellos podían, debían ser: el tercer mejor equipo de la liga. Son sólo quintos. Pero como si estuviesen líderes. El mañana quizás acabe siendo tan oscuro como sea posible, en este mundo retorcido, oscuro e inevitable. Pero hoy, gracias al cambio, es increíblemente brillante para un Tottenham atrapado entre mundos, dimensiones, proyectos, ideas… Vuelven a ser ese equipo raudo, revolucionario, irresistible y devastador. Puede que sólo contra West Ham, Olympiakos y Bournemouth. Pero lo es. Más de lo que la sospecha hace dos semanas decía que serían. Una trama que sigue sin tener defensa o sentido. Si esto, la Premier League, fuese una serie de televisión como tal, nadie hubiese tolerado semejante giro de rosca en el que Mourinho acaba de entrenador del Tottenham. Como dijo el siempre excelente Barney Roney, en el podcast The Guardian Football Weekly de la semana pasada, es como si de repente en Friends los guionistas hacen pareja a Joey y a Phoebe.
A Mourinho, por más que lo mires, no te habitúas a él como director de los Spurs. En el nuevo estadio, dando instrucciones a Heung-min Son. Es brutalmente extraño y no dejará de serlo nunca. Nunca será normal. Te acostumbrarás con incesantes repeticiones. Pero la impresión siempre será de desencaje. De absurdez. Porque lo es. Pero al mismo tiempo una perfecta absurdez. Que ha visto a Alli despegar con majestuosidad, por fin recuperado de su última lesión, y listo para conquistar el mundo con uno de los más enigmáticos y oscuros genios de la historia de los banquillos. Que ha recalibrado al Tottenham para incluso ante rivales más serios como el Bournemouth, donde la exigencia defensiva y no sólo defensiva, va a ser mayor. Un equipo ordenado, plantando, concentrado de nuevo como en los mejores momentos de Pochettino. Marcó Dele, marcó Dele otra vez y, sobre todo, marcó Moussa Sissoko para el absoluto y encantador jolgorio de sus compañeros. Que volvieron a experimentar la victoria. Que se adentran en una segunda y posiblemente última juventud como equipo. El futuro es tan incierto como nunca, a pesar de todo. Pero el presente, madre mía el presente. Quién nos lo iba a decir (que no fuesen Mourinhistas ciegos, me refiero).
6. Qué sorpresa más grande
Así como los argentinos twitteros piden mayúsculas más grandes, ¿puedo yo pedir cursiva más curvada para el título de esto? El Watford ha despedido a Quique Sánchez Flores. Algo que nadie nunca jamás, ni en un millón de años infinitos, hubiese podido ni siquiera imaginar. [Suspiro]. ¿Qué vamos a hacer con este equipo? Bueno, nosotros… ¿Qué va a hacer el siguiente entrenador con este equipo? Cuando con un mes de competición estaban mal pero mayormente bien se les tira al abismo como equipo, pues es normal que para Diciembre hayan acabado más perdidos que un neandertal en unos grandes almacenes en Black Friday. En serio, ¿por qué no podían hacer algo normal, hacer caso a las métricas avanzadas y no despedir a Javi Gracia? Quizás porque eran demasiado inteligentes para eso. Tuvieron que sobrecomplicarlo y ahora mira dónde están. Todo podría haber sido drásticamente distinto si hubiesen resistido a las embestidas del Southampton. Pero el hecho de que no lo hiciesen encapsula demasiadas verdades y demasiados problemas subyacentes.
En un equipo que sigue sin ser catastróficamente malo, que si tomas el global de la temporada sigue habiendo “rendido mejor” que otros (hola Norwich, hola Newcastle), pero para quien los resultados no han acompañado entre tanta histeria, tantos experimentos, probaturas y giros de timón. Con su capitán errante, don Quique, el sobrino de Lola Flores. Que si algo tiene, más allá de una discutida eficacia como entrenador en 2019, es una fotogenia absolutamente estupenda para esta dramática situación. Interpreta maravillosamente su papel de persona impotente, de angustia existencial, ante un Watford que necesita de un delantero tan imperfecto como Troy Deeney para salir del paso. Por no salir, en este último partido antes de un nuevo cambio de entrenador, no salió ni del banquillo Deeney. Con un sólo gol, vieron cómo al final no sería suficiente. Porque los mimbres siguen más o menos ahí; con la combinación acertada dan y del descenso saldrán. Y seguir quizás hasta siga Javi Gracia bajo contrato para volver a ponerle como si no hubiese pasado nada. Los más absurdos equipos italianos hacen eso (quitar al entrenador del banquillo pero técnicamente mantener su contrato entero) y la mar de bien que les sale. En Watford seguro que saldría igual de bien.
7. Agarrados con fuerza
Pudo haber ganado el Watford en la fría, inhóspita, húmeda costa sur inglesa; St. Mary’s en concreto todavía más, que está situado en el puerto de Southampton. Pudo haber ganado pero no habría sido el más fiel y honesto reflejo de lo que fue ese partido. En el cual el Watford marcó pronto y pasó a dedicarse a anular al partido en sí todo lo posible. Ocasiones decentes no volverían prácticamente a crear hasta que ya estaban un gol por debajo en el marcador. El Southampton fue mejor. Y ganó. No es del todo claro, más allá de la clasificación, si está mejor que el Watford, pero hay más lucha, mayor y más fuerte nexo entre sus integrantes. Cuando se le empujó, respondieron. Porque las lagunas y las taras en este equipo son obvias y no pocas. Pero con la suficiente pelea, con las suficientes combinaciones, recursos tácticos y ataques masivos sobre la portería rival, acabó entrando un gol más atropellado imposible de Danny Ings. Un acierto en la diana para un empate que nadie sorprendería, que a los protagonistas no contentaría. Los tres puntos eran tan importantes.
Con el alivio, la furia de alegría de Ralph Hasenhüttl, se vio y se apreció. Pero no fue tras el gol. De forma más contenida, fue después de indicar el árbitro el final de la contienda. En su máxima expresión fue con el gol con el que remontaban. Una falta, un ataque que no terminaba de capitalizarse, de conectar. Porque el Watford estaba recluido ya sobre su portería sin apenas remedio. Superado por su rival directo, que estaba en casa, sí, pero significativo fue el hecho de que sucediese hasta tal grado. En agua de borrajas hubiese quedado, mayormente, sin el segundo gol. Pero el segundo gol entró. Con esa falta antes mencionada. “A ver”, lo típico que piensas con una falta y más una así, escorada a un lado, quizás demasiado cerca. “Probablemente no entrará”, te dice la lógica; la amplia mayoría no entran. Pero agarrados con fuerza a la causa, en ese lugar, en eso momento en el espacio tiempo, encontró a una de sus grandes armas. A un jugador que nunca será excelente; pero que es el mejor lanzador de faltas de la Premier League. James Ward-Prowse la marcó. Para que la prosa general pueda dedicarse a contar la salvación del Southampton y no su descenso.
8. Una transición incompleta
Ver al Manchester United tiene muchos tintes, genera incluso algunos micro-traumas, hoy en día. Mucha frustración, pero también interés y fascinación. Algún día echaremos la vista atrás y guardaremos un recuerdo interesante de este equipo, de la temporada pasada, sobre todo. Porque no hay cima más alta que lo de echar a Mourinho, que Solskjaer se convierta en el segundo advenimiento de Jesucristo y que todo implosione cuando parecía que el Manchester United estaba de vuelta, la temporada del PSG había sido arruinada por estos farsantes y Rio Ferdinand había dicho aquello de ponerle un contrato en blanco y que Ole dicte lo que él quiera. Qué risas. Incluso si eres del Manchester United te tienes que reír, aunque sólo sea por no llorar. Quizás por las razones equivocadas, quizás por unas que exudan sarcasmo y condescendencia por cada poro, pero a este Manchester United se le recordará con cariño. Volviendo, en todo caso, a lo que puede provocar ver a este equipo… una pregunta es la que sale a la superficie, como si fuese Baby Yoda y su inocencia desbordante. Cada vez que el United juega contra alguien: “¿Sería Andreas Pereira titular en este equipo?”
La sorpresa, aunque puede que no tanto, es cuando acabas dándote cuenta de que ya lo has preguntado con los 19 otros equipos y la respuesta es no. ¿Igual en el Norwich? Contra el Aston Villa no estuvo especialmente mal; no es en ningún sentido el más grave de los problemas del equipo. Pero tampoco es una de las soluciones. Un jugador sobre el que había abundantes esperanzas, subcampeón como la estrella de una selección brasileña sub-20. Pero el salto, la completa transición a la élite sigue sin haber sido materializada en toda su plenitud. Quizás lo sería lejos de Old Trafford. En el Granada cuentan que lo hizo bien. No es así la historia aquí. Sin la presencia de alguien que pueda manejar el centro del campo del equipo, sin una intensidad notable ni físico convincente; tampoco un rango de pase que camufle lo demás. No es capaz de dejar una huella en ninguno de los partidos. Y aquí, contra un recién ascendido, habiendo demostrado que eran un equipo superior, cuando el partido se deslizaba sin control hacia el empate 2-2 final sin embargo, ninguno de los Red Devils pudo agarrar la sarten del partido por el mango. En la cocina, en la “sala de máquinas”, en el centro del campo, desafortunadamente tampoco Andreas Pereira. Quizás algún día eso cambie, mientras: un simple síntoma de todo lo demás.
9. El comienzo de (todavía) poco
Shkodran Mustafi, Sead Kolasinac y Granit Xhaka volvieron a ser titulares. El Arsenal volvió a una versión mucho más ofensiva de sí mismo. La cual Unai Emery nunca se vio totalmente capaz de abrazar y quizás ello fue una de las claves de su fracaso final. “Hay algo extremadamente reconfortante en esta actuación del Arsenal. Es como encontrar un osito de peluche que creías haber perdido hace años”, decía Mike Goodman, editor de StatsBomb, sobre el partido en Twitter. Porque eso es lo que quiso hacer Fredrik Ljungberg. Dotar al equipo de esas pinceladas, no precisamente sutiles, de ofensividad, de vigor propositivo; de Aubameyang, con su dedo índice sobre su boca, mandando callar a Tim Krul tras marcar la repetición de un penalti que inicialmente había fallado tras una… ¿intromisión aérea? Aérea de entrar en el área. Todo ideas llenas de buenas intenciones. Pero no infranqueables los conceptos, pues acabaron haciendo lo que ya estaban haciendo: decepcionar. Porque acaban de cambiar de entrenador y tal, pero empatar contra el Norwich es uno de los resultados más decepcionantes de su temporada, por mucho que fueran los Gunners quienes empatasen y no al revés como contra, por ejemplo, el Watford hace unas semanas.
Empatar en Guimaraes o ser remontado en un tétricamente vacío Emirates por el Eintracht Frankfurt es peor en términos absolutos. Pero lo que podría haber sido empezar con muy bien pie, acabó siendo un empate con el Norwich. Que se adelantó dos veces. Pero que también pudo mantener sorprendentemente a raya al Arsenal. El Arsenal atacó y atacó mucho como estaba planeado por el “ex-portador” de crestas multicolor en la cabeza, también conocido como integrante de los invencibles del Arsenal, o, con el cariño que se le tiene a un exjugador, simplemente como Freddie. No penséis que la gente le va a llamar Fredrik. Un interino que ha sido exjugador pero tampoco una súper estrella insoportable despierta simpatía. Pero ya vemos lo poco que puede durar eso y si no que le pregunten a Solskjaer. Apostó por la artillería explosiva que, con suerte, le llevase a él y al equipo a ganar, y si era encajando tres goles en contra, al menos ellos habrían metido cinco. Pero nunca terminaron de elevar el nivel de calidad de sus ocasiones y aunque volumen hubo, también, posiblemente, oportunidades perdidas de exprimir a la sospechosa defensa del Norwich. Mucho no ha cambiado. Pero, suponemos, que por algo se empieza.
10. Justo detrás
Está pasando. Lo del Leicester está pasando. Por segunda vez en su historia, de algún modo. En esta ocasión, sin embargo, hay un equipo por delante que no había entonces. Dos cuando las cosas vuelvan un poco más a la lógica y el Manchester City les rebase. Pero lo del Leicester es absolutamente sensacional. Porque había expectativas sobre ellos y las están superando con sobrada capacidad. Momentos de equipo grande como uno no podría haberles presupuesto. Un espíritu de titanio, una motivación por avanzar esplendorosa, se ponga un buen Everton por delante o prácticamente quien sea. Porque no fue un partido de extrema sencillez. Se quedaron clavados, sin poder someter al Everton hasta que, al final, de algún modo lo hicieron. Contribuyendo suplentes y titulares. En una tarde de las que se te complican, de las que se te descarrilan tus ambiciosos planes. Que expone a los equipos engañosos, de los que «sí, pero que no». El Leicester es de los que sí, sin peros que continúen. Richarlison voló por unos instantes y marcó un golazo, potente, de cabeza. Con ello, tocó remar contracorriente, pero como ya han demostrado antes: son ampliamente capaces de ello los chicos de Brendan Rodgers. Se marcharon en la segunda parte, un gol todavía abajo. Pero llegarían las notas de cambio, con dos jugadores titulares merecidos pero también los más «sustituibles», con el mayor margen de mejora de todos: Barnes y Ayoze.
Pero si hay alguien con margen de mejora ese es Kelechi Iheanacho. Porque del City y del Liverpool se alaban sus cualidades, de apariencia casi infinita, tanto cualitativas como cuantitativas. Y hay algo de todo eso en un equipo, en este Leicester, cuando necesitas remontar y Kelechi Iheanacho te lo remonta. El Everton había presentado batalla, había plantado cara, porque debajo del caos irrefrenable y perpetuo, del meme y todo lo que le envuelve, es un buen equipo con capacidad para competir. Lo hizo, aquí, pero no sirvió para no perder. Un chispazo de Kelechi para reavivar al máximo la llama de un Leicester que, pese a lo mencionado del Everton, no había sido inferior tampoco. Una apretada, perfecta asistencia de Kelechi a Vardy para empatar. Y cuando parecía que eso sería todo lo que se extraería de todo esto: el descuento cumplido, un maravilloso pase al pie de un Ricardo Pereira en movimiento, una emocionante carrera de Kelechi y el gol. Pero anulado por fuera de juego. Un instante de jolgorio, que se quedaría en eso. Pero una revisión y un gol que sí, era válido. Y una liberación absoluta, de fiesta y celebración, de un equipo justo por detrás del líder. Un equipo que va a ser muy especial de su propia y única forma.