Ander Iturralde

10 reflexiones tras el fin de semana en la Premier League

El Liverpool conquistó al Manchester United y con él tres puntos más en su cruzada hacia la tierra prometida del título de liga; el Brighton y el Aston Villa intercambiaron golpes metafóricos y no metafóricos mientras que Pepe Reina debutaba con los segundos; el Tottenham se quedó en el último instante sin postre; como también el Chelsea en Newcastle por culpa de un «carazo»; por su parte parte, el Bournemouth continúa su deslizamiento hacia el infierno y al Burnley le da todo igual.

1. También en el clásico

Una vez más; no una última vez. Aunque, ¿te imaginas? ¿Que el Liverpool no vuelve a ganar un partido nunca? No, yo lo que es, no me lo imagino. Porque ello implicaría triturar y retriturar nuestra noción de la realidad, de lo que es posible. Un día te despiertas y todo ha acabado de la forma más horripilante posible. Pero no va a suceder con este Liverpool. Exudando una excelencia irresistible semana tras semana tras semana tras semana. Habiendo dejado caer unos enormes dos puntos por el camino en toda la temporada, lo único que le separa de un pleno absolutamente impoluto, recibía al único equipo inglés que ha sabido pararles este año. En el año natural de 2019, Ole Gunnar Solskjaer mantuvo a raya Jürgen Klopp no una sino las dos – primeras ellas – veces en las que jamás se habían enfrentado. Dadas las circunstancias, dada la última media hora de este choque en Anfield, el Manchester United fue verdaderamente competitivo. Incluso así, acabó sucumbiendo 2-0 ante este tren de mercancía que golpea y te atropella como tal y que se exhibe simultáneamente con la moderna belleza de un tren bala. También en el clásico inglés.

Un doloroso recuerdo para el Manchester United de lo que no es a pesar de su angustia existencial, de sus gritos de socorro, escuchados aunque casi imperceptibles de fondo mientras Roy Keane debate con Graeme Souness primero o Jamie Carragher después en el plató de Sky Sports. Todos lamentando la caída de una garantía en nuestras vidas y esa era el Manchester United. Que ahora es su propia versión del Liverpool del último año de Rafa Benítez. O del primero, en el que sí, ganan en Estambul pero quedan quintos en liga. Las tornas han cambiado. El mundo se ha invertido y es el Liverpool quien domina. Lo hace también el clásico inglés. Contra su eterno rival y contra quien un empate la pasada temporada le impidió, matemáticamente, ganar la liga contra el Manchester City. Pero esta vez Virgil van Dijk fue demasiado para la buena pero no imbatible defensa Red Devil. Un caza de combate en los córners, un guerrero al que sólo frena la irritante idea de que un mero soplido contra el portero en el área pequeña. A pesar de que se mantuvieron en el partido, a pesar de que Fred remarcó el hecho de que está haciendo una sigilosa muy buena temporada, a pesar de que se acercaron sobre manera al empate, el Liverpool es el Liverpool. Es este Liverpool. Un brillante y fabuloso balón largo de Alisson, a la carrera de Mohamed Salah, quien sentenció para el último lazo: el de la senda carrera del portero brasileño, el primer compañero en llegar a Salah en la celebración. La de esta victoria y la de una liga al que sólo le falta ser oficial. Porque esto es increíble.

2. Sólo podemos aplaudir

El Newcastle debería ser último. Según la cantidad de veces que ataca y la cantidad de veces que defiende, y a la cuestionable calidad a la que hace ambas cosas, se supone que no tendría que estar ganando tanto. Pero les da exactamente igual. Ganan y ganan y ganan. Si bien el Chelsea pudo haber hecho cosas bastante mejor de las que las hizo, como saber lo que en las jugadas a balón parado, una de las cuales desembocó en ese fatídico golpe postrero y definitivo. Pero dios mío de mi vida, no hay tanta diferencia de calidad entre jugadores de Newcastle y Chelsea. Que según las medidas tomadas por los locales, por los de blanco y negro, por esos del norte, parecía un equipo dos divisiones por debajo tratando de sobrevivir contra el Manchester City. Pero les funcionó. Porque en el espectro de posible, de alguna forma, de alguna manera que se nos escapa, están empujando los límites y están ganando. Quizás, en parte, porque sus jugadores son mejores que un “antrincheramiento” sistemático dentro de su propia área.

Porque Shelvey sabe cómo pegarla, porque el zumbado de Saint-Maximin y Almirón y Joelinton disponen de calidad en sus piernas. Al final, llegó de un carazo (remate con la cara) de Isaac Hayden el gol que tan contrariados deja a todos. A estadistas y también a los propios aficionados del Newcastle. Estos últimos, contentos por supuesto con la épica victoria. Pero incluso con ella, conscientes de la improbable sostenibilidad de todo esto. También, ese amargo de sabor de boca del casi ininterrumpido dominio de este Chelsea en Newcastle. Jorginho estuvo intentando todo el partido tratando de encontrar los huecos, esas vías ocultas; ninguna siendo completamente destapada, aprovechada. Habrá quien agarre este partido para justificar su vanidoso deseo de un nuevo delantero. ¿A quién no le gusta un nuevo delantero? Mientras que quizás los signos de interrogación deberían dirigirse más bien a esa figura entre los tres palos que responde al nombre de Kepa Arrizabalaga. Pero por hoy, poco más queda que aplaudir cómo el Newcastle sigue doblegando la lógica en su favor.

3. Los reyes del mambo

¿Te imaginas unas vacaciones con Nigel Pearson y José Mourinho? Irte de fiesta, vivir experiencias de mucha diversión y poco pragmatismo… «¿Snorkling? Quita, quita, con lo bien que se está aquí en la playa, en la tumbona, leyendo a Dostoyevski [o más bien, a Charles Sanders Peirce], con estos cócteles frutales tropicales…». Con suerte serían ordenados en la planificación de las mismas vacaciones. Así como han demostrado ser sus conjuntos, los de Watford, los de Tottenham, desde sus respectivas llegadas en medio del fragor de la presente temporada. Siendo justos, aquí soltaron el pelo. O tanto como estos dos representantes del estoicismo en el área técnica pueden. Para la desdicha de ambos, las ocasiones, las arremetidas no les dio la victoria, tirando los dos de la cuerda, el tiempo venciendo antes de que ninguno de los participantes lo hiciese. El partido fue de ocasiones repartidas, entre los equipos y entre los diferentes sectores del encuentro, la más clara de todas ellas dándose lugar en el descuento; donde casi terminó dentro de la portería.

Meros milímetros separando al Tottenham del triunfo, del postre en su mundo de verduras. Alguien con nombre de verdura, (Ignacio) Pussetto, fue el culpable, quien despejó en el límite definitivo el gol. Antes de todo eso y del eventual final, con 0-0 siendo el resultado reflejado allí donde el marcador era ilustrado, el Watford mostró el mismo nivel de nervio que en toda su micro-era de Nigel Pearson. Nervio, sí, como si estuviésemos hablando de caballos y de hípica. Con el furor del propio Pearson ante cada oportunidad desaprovechada. También el de Mourinho, aunque para nuestro villano favorito, proveniente de Setúbal, siempre pareció ser más contenido. En un día en el que se contuvieron los unos a los otros. Abdoulaye Doucoure se enzarzó en una especie de pelea con Harry Winks en medio de sus varias llegadas al área rival, en este rol de falso media punta que tanto le ha hecho brillar de nuevo. Como bien ilustra, entre los diferentes factores de la mejoría de este equipo, mi compañero y buen amigo Juan Corellano. Leed a Juan.

4. Ese equipo muerde como un lobo

Después de mucho resurgir, el Southampton sólo quería, sólo pretendía seguir haciéndolo. Sólo. No por la simpleza de su objetivo iba a ser más fácil. Aunque durante mucho rato de su encuentro, de su choque de trenes contra el Wolverhampton, pareció al borde de hacerlo. No es así de sencillo cuando es ese equipo, el que viste de naranja (“dorado”, según sus aficionados) y negro. Porque el Southampton tiene el potencial para seguir creciendo para algo aún más interesante de lo que ya es. Capaz de enviar un balón a través de un bosque de piernas y Jan Bednarek de rematarlo, cuando pocos hubiesen esperado ya recibirlo, con notable habilidad. Aunque para notable, el hecho de que el segundo gol también llegó de un centro lateral. De un balón en movimiento y no parado esta vez. Pero lo más brillante de él fue que Cedric Soares recibió el esférico y lo centró sin ni siquiera mirar. Confiando en los delanteros que presumía que estarían en el área y a pesar de ser uno de ellos Shane Long. Y a pesar de exactamente eso, de ser Shane Long uno de ellos, Shane Largo marcó.

Todas las notas estaban siendo tocadas, la harmonía del Southampton estaba embelesando, con suavidad; también con contundencia. Pero no dejaban de estar haciéndolo contra ese equipo peligroso, frío y despiadado en el mejor de los sentidos. Que no está donde está por razones azarosas. Es un equipo cruel, que pretende de derrotar hasta cuando su banquillo son John Ruddy y seis prácticamente canteranos. Un once con el salir y con el que morir. Y entre medias, con la fortuna que muchas veces tienes que tú mismo crearte, también con el que sumar los tres puntos. Con el que resistir. A otro centro y remate de Shane Long con dos a cero del quizás no hubiesen vuelto para ganar. Pero sin materializarse ese tanto, los Wolves volvieron para acabar con ese enemigo que se sitúa entre ellos y la presa. Un equipo ingenioso, extrañamente eficaz cuando miras las más anómalas características de su once titular, pero esta vez no lo suficientemente fuerte para resistir a los ataques, a los sangrientos arañazos; al primer gol de Pedro Neto y al segundo y al tercer gol, obra ambos dos de Raúl Jiménez. Porque el Southampton puede competir contra los mejores, puede ganar a los mejores, pero este equipo muerde exactamente como un lobo.

5. Don Pepe

Pepe Reina volvió a la Premier League en el momento menos esperado, cuando todo había, prácticamente, acabado. Suplente en el Milan, tweeteando desde (presumimos) mansión en las afueras de la ciudad italiana y alterando con ello a grandes sectores del pueblo español. Porque se presentó la que quizá acabe siendo su última oportunidad como portero titular. Posiblemente lo será en lo que a la Premier League se refiere. Pero los años no parecen haber minado insalvablemente sus aptitudes, si bien el Brighton no terminó de empujarle todo lo que podría haberle empujando. Con esa personalidad desbordante, con ese tipo de liderazgo porteril, tratando de concentrar a sus defensas como si tratasen de zumos de naranja. En la primera media hora del partido más que en cualquier otra, de la cual el resumen de NBC Sports tan sólo se atrevió a rescatar una falta de cartulina amarilla de Danny Drinkwater. Fue esa clase de primera media hora.

A la que quisieron responder los visitantes «villanos» con un excelso pase arqueado y al espacio para el beneplácito de Jack Grealish, quien logró superar a dos defensores si bien acabó sometido a su falta de puntería final. En la que fue literalmente la jugada siguiente, habiendo salido el Villa de su caparazón, fue una transición en la dirección opuesta y un resolutivo, perfecto para las circunstancias, disparo de Leandro Trossard. Ahí Pepe no pudo parar. Pero tampoco podría mucho más tarde, con el encuentro deslizándose hacia una victoria del Brighton, un sensacional disparo de Grealish, ambiciosamente angulado, goleador de todas formas. Esta vez sí. A Pepe le veríamos intervenir con decisión poco después. Para evitar que el punto desvaneciese. Porque, finalmente, nunca lo hizo. Porque así como cientos (imagino) de restaurantes que habrá esparcidos por la geografía española que se llamen Don Pepe, que en casi ningún caso contarán con estrellas Michelin, pero que están ahí, con esa comida de toda la vida. La que te reconforta. Así ha aparecido el Don Pepe del fútbol, Reina, en el Aston Villa. Para reconfortarles en lo que van a la guerra de salvar su categoría en la Premier League.

6. Darlo todo, pero para nada

Es complejo entender lo que le está pasando al Bournemouth. No porque su rendimiento de calidad-cantidad de ocasiones generadas y concedidas indique que deberían estar haciéndolo mejor de lo que su casillero de puntos indica. Todo lo contrario. Ni siquiera tiene ese clavo al que agarrarse. Contra el Norwich, lo vivimos en todo su trágico esplendor. Porque fue la oportunidad para dar un golpe sobre la mesa. Para que, incluso con todas sus bajas (y este no es un factor que debemos desestimar si queremos entender lo que está sucediendo), los tres puntos fueran sumados. Para que los nervios cesen, la respiración volviese a ser más calmada. Un partido igualado en la primera media hora, donde los dos últimos clasificados se probaron mutuamente; sin perder los estribos tampoco, pues con ellos se podía ir el triunfo. O la posibilidad de conseguirlo. Para ello, Eddie Howe cambió, probó alternativas como los mejores entrenadores suelen ser capaz de hacer eficacia. Con una defensa tan cuestionable como siempre a lo largo del último lustro, el más siniestro de los factores está demostrando ser el ataque: un boquete, un agujero que no lleva ninguna parte. Con todo ello, pero con Lewis Cook aun así sentado (siendo su mejor centrocampista), pasaron a un 4-3-3 que debía darlas nuevas vías, nuevas teclas que tocar.

Pero se demostró, más allá de catastrófica expulsión posterior, que la presente lesión de Josh King, así como la duradera de David Brooks, continúan castrando a un ataque en el que las prestaciones de Callum Wilson parecen haber caído por un barranco, más allá de los goles conseguidos o no. Porque ya ni siquiera está en los sitios necesario para generar buenas ocasiones. Y luego tienen que depender de alguien ganándose a pulso la denominación de “one-season wonder” como es el caso de Ryan Fraser. Mientras tanto, con menos puntos, con una defensa probablemente todavía peor pero con un aire de mucha menor desesperación – también porque las expectativas no las mismas – el Norwich compitió y dominó cuando un jugador más sobre el campo tuvo. Porque si bien la rotundidad, la “imperdonabilidad” es un factor a pulir, su ataque fluye y funciona. Y así empujaron al Bournemouth hasta dejarles contra las cuerdas, por los suelos, Teemu Pukki cargando la pierna para el golpe de gracia; entonces el acto-reflejo incitó a Steve Cook a alzar su mano para evitar el gol. Porque si bien la desidia podía haberse apoderado del equipo, Cook hizo todo por parar ese balón. Pero fue demasiado, ya que él acabó expulsado con todo un partido por delante. Así como el Norwich en el marcador con el gol extraído del penalti. Que hizo al Norwich ganar y al Bournemouth, otra vez, perder.

7. Demostrando quién está por encima

Nada es el todo claro para el Arsenal. ¿Son un buen equipo? ¿Son un mal equipo? ¿Porque el punto intermedio en el que más o menos se encuentra produce una sensación tan extraña? Quizás porque están el mismo puesto de la clasificación que el Chelsea 2015-2016 de los horrores y, simultáneamente, su desastre tiene un sabor extremadamente light. Quizás lo tenga ahora gracias a las calentitas manos de Mikel Arteta. También, sobre todas las cosas, porque el Arsenal está cayendo desde el quinto puesto en que finalizó la pasada liga a diferencia del Chelsea que pasó de ganar la liga a despedir a Mourinho en Diciembre con el equipo décimo sexto. Las preguntas continuarán sucediéndose. El Arsenal posmoderno siempre ha sido más de dudas que de certezas. La encarnación contrapuesta a ese sorprendente experimento que está resultando ser el Sheffield United. Extraño y también por encima de los Gunners en la clasificación.

Un margen, ese que presentemente existe, que podría haber sido perfectamente reducido tras esta batalla de andar por casa, tan light como transmite ser este Arsenal. La cual empezaba a contraluz, tesitura en la que el equipo de los cañones por insignia tiende a desenvolverse bien porque están jugando a las 3 de la tarde hora local, contra el Burnley o el Bournemouth y está cumpliendo cómodamente con lo que tanto le cuesta otras veces, contra rivales mejores. Pero aquí no es supuestamente un rival mejor que ellos, el Sheffield United casi que lo es. Lo es ahora mismo. Es un mejor equipo. Porque ni siquiera marcando el famoso «gol psicológico» antes del descanso el Arsenal pudo hundir a este equipo elástico, hecho de goma. Que allí se mantuvo, en la batalla, cerca… hasta que John Fleck marcó uno de los goles más John Fleck imaginaba, un disparo de media distancia, haciendo al balón botar en la hierba camino a portería y superando al portero. Porque el Arsenal tiene a los mejores jugadores, pero en este preciso instante en el espacio tiempo, el Sheffield United tiene al mejor equipo.

8. «¿Cómo que este partido no puedo saltármelo?»

Siendo justos, fue mucho mejor partido el West Ham vs Everton de lo que podría haber sido. Aun así, hubo momentos en los que parecía suceder a cámara lenta. Como si hubieran estando cargando en sus hombros con el peso de los años que han pasado. Todos desde que Ancelotti ganó la Premier League con el Chelsea en 2010. Desde que, en esa misma época, David Moyes iba a comerse el mundo y no sólo las patatas fritas que le ofrecían aficionados de la Real Sociedad en la grada de Anoeta. Son tiempos difíciles, cambiantes. Un mundo de incertidumbre si alguna vez hubo uno. No perder no dejaba de ser bienvenido en este escenario, en estas circunstancias. Porque faltaba alguien que agarrase al partido por los cuernos y reducirlo. De alguna forma, ambos equipos eran una concatenación de imperfecciones, dos 1-4-4-2es pegados juntos de alguna manera. Cinta adhesiva hecha de dudas, pero si podían sobrevivir con ella, de esa manera, lo harían.

Declan Rice y Mark Noble en un lado, Tom Davies y Fabian Delph en el otro. Todos perfectamente válidos jugadores si tuviesen apoyos mejores y no tuviesen ellos que cargar con las responsabilidades que cargan. Con las cuales deberían. No fue por tanto sorprendente que tanto un gol como el otro cayesen (literalmente) del cielo, en jugadas de estrategia, con el balón parado en un punto. Aunque de esa forma pudieron dejar su sello Robert Snodgrass y también Lucas Digne, en cuyas piernas izquierdas radicaba el mayor nivel de calidad técnica de todo el London Stadium. Con esos envíos enroscados parece haber encontrado una vía a la que aferrarse y nunca soltarse el West Ham, centrando Snoddy y rematando Issa Diop, esta vez. Aunque el listo de Angelo Ogbonna tuvo la desfachatez de intentar reclamar el gol como suyo. De verdad, si puedes ver una repetición del gol, míralo y fíjate en Ogbonna. Pero no supuso la victoria con el Everton, un simple puñado de minutos después, extrayendo el mismo premio. El cual no condujo a tener un ganador y un derrotado. Nadie perdió y de momento es suficiente.

9. Otro de esos días alocados, normales y, finalmente, alocados

El cumpleaños de Guardiola era. Tantos años, tantos ahí, presente en nuestras vidas. De quienes volcamos nuestras vidas en seguir fútbol, muchas veces algunos de los motivos ocultos incluso para nosotros mismos. Pero por encima de todo, el hecho de que es – como la persona más inteligente a la que he conocido una vez me dijo – divertido. Lo fue en el Etihad este sábado. Otra nueva más o menos exhibición del Manchester City, perdida en el resultado final como es normal que sea. Pero tampoco exhibición para lo que puede llegar a ser el City, claro. Un partido de dominio, donde demasiados balones no entraron, donde dos lo hicieron fortuitamente. Y, afortunadamente, valen exactamente lo mismo. Un Crystal Palace tan enigmático, tan cautivador en su forma de no pretender de ser cautivador en lo más mínimo, así como en cambio ello es un anhelo constante de Guardiola. Quien no pudo haberle importado menos la cosa esa de su cumpleaños. Aquí había partido y no ganas al ritmo al que Guardiola ha ganado partidos de fútbol como entrenador sino no vives en este constante estado de obsesión. Sabiendo que eran y estaban siendo mejores, moviendo fichas, haciendo él su parte por desbloquear la normalmente obvia e inevitable victoria. Aquí todo sucedió de manera anómala, insólita en esta era del Manchester City.

Quizás un capítulo equivalente fue, aunque a mucha mayor escala, el partido contra el Tottenham, de cuartos de final de la pasada Champions League. Esta vez menos descontrolado, una repetición de dominio hasta que en un pasaje casi aleatorio, intrínseco en casi cualquier partido pero de alguna forma, intangible. Una especie de subida en grupo, o más o menos, del Palace y un córner a favor. Una acción inocua y que de repente los Cityzens tenían que defender. Pero no lograron hacerlo: centro ensayado, remate de prolongación de Gary Cahill, balón hacia Cenk Tosun, remate de este y gol. Así, con ese agrío accidente desde el punto de vista local, hubo que lidiar durante un partido atascándose a medida que se aceraba a su fin. Mientras, el Palace, tuvo chispazos con los que causar todavía más miedo. Pero, terminaron por llegar las respuestas, la artillería y su eficacia: gol de Agüero, gol de Agüero. Dos. Ya estaba. Con sufrimiento, con nervios, pero llegaron ante esa desesperada figura de Guardiola ante el posible tropiezo. Que desapareció, y de repente, reapareció: contraataque del Crystal Palace, para acabar mandando un esperanzado centro Wilfried Zaha. Y, en el final de esa esperanza, como el de un arcoíris con su caldero de oro: el premio, un remate de Fernandinho y un gol en propia puerta. Otra extraña sucesión de sucesos, otro improbable resultado favorable al Crystal Palace en el Etihad. Donde las cosas no terminan de ser como deberían. O sí, aunque sea forma alocada, normal y… alocada al final.

10. No puedes estancar a lo que no se mueve

El Burnley estaba empezando a perder a partidos. Con ellos, estaba empezando la gente a «des-entender» al Burnley. A olvidar lo que este equipo tan pintoresco ha demostrado que es posible: no avanzar nunca y avanzar exactamente por no hacerlo. Es una extraña paradoja que prácticamente no tiene sentido. Pero es que el Burnley tampoco tiene mucho sentido como ente. El Leicester fue relativamente mejor. En la métrica que mejor encapsula a lo que nos solemos referir por “merecer”, que son los xG, los “goles esperados”, el Leicester prevaleció. Pero no impidió a Sean Dyche sacar pecho no sólo con la victoria sino, también, con que merecieron ganar. Si lo tratamos como algo subjetivo, o como un término, estéril pues tiene que ir por narices ligado al ganador porque los goles no se merecen, se marcan, que diría aquél. El caso es que el Burnley ganó y lo hizo mejor que en muchas de sus recientes actuaciones. Cayó por detrás en el marcado y, aun así, fue capaz de reaccionar y devolver el golpe y ensangrentar la nariz del Leicester. Un Leicester sin Ndidi y, quieras que no, un factor como ese es para el Burnley lo mismo que para un tiburón detectar sangre en el agua.

Todo pudo no haberse dado como se dio. Cerca estuvo la moneda de caer al lado opuesto, porque de nuevo, como suele ser normal con el equipo que tiene a los mejores jugadores, las ocasiones de ganar llegaron para el Leicester. Con 1-1, habiendo salido del hoyo del 0-1 el Burnley, Jamie Vardy estuvo a las puertas de marcar un penalti. Ante él la portería, pero también Nick Pope. Que detuvo el primer balón y también el segundo. La motivación exacerbada, la creencia de que esto podría convertirse en una victoria de nuevo del lado del Burnley. Porque cuando en otras oportunidades el Leicester tampoco pudo rematar, sentenciar y pasar página hacia el siguiente partido. El Burnley generó ese fuego, esos pequeños momentos, esas ventanas hacia lo desconocido y Ashley Westwood la enganchó desde media distancia y marcó. Y el Burnley ganó. Para demostrar que de aquí no se ido nadie. Que siguen siendo tan perros como siempre. Porque es imposible que el Burnley esté estancado y, por tanto, camino del descenso. Porque algo que nunca se mueve no se puede estancar como tal. ¿Acaso está estancada una piedra que yace en el bosque?

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Ander Iturralde