Cynthia Serna

5 razones para odiarte

Porque la vida es muy corta para ser cortés, este artículo muestra una exquisita selección de todas las cosas que pondrían nervioso a cualquiera con capacidades limitadas de sociabilidad, simpatía y empatía dentro de la esfera del fútbol.

Si la semana pasada arrancábamos la sección con fuerza, en esta abro un poco más mi corazón para que sepáis que se puede ser aún más miserable si uno se lo propone. Eso sí, sin ofender a nadie. 

El transporte público

Que quede claro, no odio el transporte público. Es lo que uso para moverme por Madrid y estoy muy contenta. Ayudo al medio ambiente como buena millennial, no como vosotros que usáis coches y gasolina. Pero funciona peor que la defensa del Liverpool. Si pierdes un tren, cuidado, porque puede pasar el tiempo suficiente para que el Tottenham consiga llegar a una final hasta que el próximo aparezca por la estación. Uno de los peores momentos es cuando sabes que se acaba de desvanecer tu única oportunidad de llegar a tu casa a una hora decente y que te tocará esperar unos 200 años para coger el siguiente. Y por si esto no fuera poco, hay veces que hay averías y te toca convertirte en Indiana Jones para buscar la mejor ruta de retorno. En definitiva, el transporte público necesita una inversión mayor que la que tendrá que hacer el Chelsea si pretende volver a tener relevancia en su futuro futbolístico.

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Los influencers

La palabra de la década, o del siglo, ha aparecido en nuestras vidas de forma repentina y se ha posado hasta en la sopa. Los influencers se han convertido en las nuevas estrellas de rock y su vida se basa en vender mentiras a la población media, pero qué bien lo hacen, porque nos creemos cada segundo. Que si zapatos de Chanel, chándal de Givenchy, hotelazos en Dubai, comida de estrella Michelin… y tú eres pobre mientras engulles tu pizza congelada que parece de todo menos eso. Los influencers son capaces de poner de moda ese cesto tan cutre que tu tía usaba en el pueblo para guardar los calabacines y considerarlo como una ordinariez al mismo tiempo. Aunque parezca mentira, el mundo del fútbol también está lleno de influencers, sí. Esos que suben vídeos y publicaciones en donde su palabra cuenta más que la de nadie y sus opiniones van a misa (o al menos, eso creen ellos). Los que cambian el sentido giratorio de la tierra pero que acaban siendo, al fin y al cabo, un producto comercial más de todos lo que consumimos a diario. Los futbolistas también se han subido al carro y se han convertido en una especie de influencers con gustos variopintos: que si un nuevo peinado, que si el pelo de color azul que combinan con camisetas de letras góticas a un módico precio de 600 euros… el único que se salva, a diferencia de lo que opina la gran mayoría de la población, es Héctor Bellerín. Él sí que es una estrella. 

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La gente que se cuela

¿Pero esta columna no era sobre fútbol? Pues eso pensaba yo también, pero es que no hay cosa que me fastidie más que la falta de educación. Y no confundáis lo que yo hago aquí con falta de eso precisamente, porque si hay algo que mis padres me han enseñado bien es a respetar a los demás. Colarse es una afición demasiado extendida en la población media. Ya es rutina, por ejemplo, que en el supermercado una señora mayor con prisas se desmarque de la fila y acabe marcándote un gol, o en términos coloquiales, que acabe pagando antes que tú. Pero el otro día, cuando estaba a punto de pasar el control para coger el tren a casa, la situación fue un tanto más descarada. Unas monjas tuvieron la santísima cara, nunca mejor dicho, de colarse en mis narices. Es como aquella vez que Arsenal consiguió acabar la temporada por encima del Tottenham después de haber tenido una campaña pésima.  

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El súper positivismo

Si algo puede salir mal, saldrá mal. Y si algo puede salir bien, saldrá mal. Es una de las mayores lecciones que podéis aprender, y cuanto antes lo hagáis, mejor. Por esa misma razón, la gente que vive a golpe de positivismo me pone de mal humor. En los últimos años, han proliferado las marcas que han instigado a sus clientes a vivir la vida en el mundo de rosa, a conseguir todos sus objetivos, a luchar por sus sueños, blah, blah, blah. Mientras que unos creen en el amor y en conseguir una vida de ensueño, yo me decanto más por la existencia de la sobreexplotación laboral y unos sueldos a la baja. Lo mismo ocurre en el fútbol. ¿Para qué ser positiva y creer que tu club acabará ganando algo, si sabes que todos los años se repite el mismo guion? Es mejor esperar siempre la derrota que la victoria, así te evitas sobresaltos y dolores de cabeza. ¿Juegas contra el West Brom? Pues nunca se sabe oye, a lo mejor pierdes y todo porque deciden presionar arriba. ¿Partido fuera de casa frente al Manchester City? Derrota asegurada, pero la gracia aquí es cuántos goles le caerán a tu equipo. Y así hasta que tu vida se convierte en un círculo vicioso de negatividad del que no puedes salir, pero oye, al menos te vas tranquila a dormir sabiendo que nadie te vende faroles.

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Los parones de selecciones

¿Qué hay peor que un parón de selecciones? Nada. Es como quedarte sin internet, agua, luz y calefacción dos semanas y tener que sobrevivir a la vieja usanza, calentando la comida con una cazuela y volviendo a la prehistoria más absoluta. Twitter está muerto y no hay nada más allá de tu vacío existencial al darte cuenta de que el fútbol, para bien o para mal, ocupa gran parte de tu vida diaria. A nadie le interesan los partidos amistosos que son de todo menos eso. Muy poca gente se queda a ver ese Irán-Australia que tan loco vuelve a los aficionados de la liga lituana. Y mucho menos aguantar a los comentaristas que han empezado ya su agenda y campaña a favor de cierto país para coronarse como campeón del próximo mundial. Aunque son unas semanas duras, la buena noticia es que, como todo en la vida, termina acabando.

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Sobre el autor

Cynthia Serna