Esta semana no he tenido tiempo para odiar muchas cosas: es época de exámenes y se acerca la recta final de mi época como estudiante (próximamente, persona joven indeterminada en paro), pero siempre puedo hacer memoria y encontrar algún evento que haya sacado todo el veneno que llevo dentro.
Los que critican Eurovisión
Sí, amigos y amigas. Ha llegado esa semana del año en la que el resto de cosas que acontezcan en la vida diaria no importan lo más mínimo porque Eurovisión está por fin en nuestras pantallas después de un largo año esperando su vuelta. Si no tenéis ni idea, os podría decir que es la versión musical de la Europa League: lo más grotesco del continente se reúne en una ciudad anfitriona hasta que solo puede quedar uno, el vencedor que se gana la simpatía del voto popular europeo. El mal gusto, la predilección por lo hortera y un más que cuestionable estilo de vestuario nos acompañan cada año y nos demuestran que la vida no es tan desastre si la comparas con el atrezzo de Moldavia.
Siempre hay varios elementos clave en el concurso: bellezas exóticas que ganan el voto tanto de homosexuales como heterosexuales por sus hits discotequeros y sus fuegos artificiales, algún señor de Albania o Azerbaiyán que podría haber salido perfectamente de la familia Addams, algún renegado social que se ha convertido en el representante de Serbia y muchas anécdotas que hacen de las redes sociales un lugar paradisíaco en el que sumergirse. Incluso participa Australia. ¿Qué más queréis? Por esa misma razón, no entiendo a la gente que decide perderse esta perla televisiva o la que critica a los que sí entendemos su arte. Es un poco como los que desprecian la Europa League porque ellos son más de Champions. Punto número uno, sois muy pesados. Punto número dos, no infravaloréis las cosas de segunda clase, nunca se sabe dónde se esconden las perlas.
Cuando La La Land no se llevó el Óscar
Todavía no lo he superado, la verdad. Una de las mejores películas de los últimos años fue humillada en el escenario más elegante del mundo y por si no fuera poco, no se llevó el Óscar a la mejor película a favor de Moonlight. No sé si fue un boicot en toda regla o es que la Academia no tuvo la decencia de otorgar todos los galardones a La La Land, pero es uno de los episodios más trágicos de la historia. Fue como cuando el Tottenham consiguió clasificarse para la Champions con Harry Redknapp en la temporada 2011-12, ocupando el cuarto puesto, pero el Chelsea ganó la Champions League contra el Bayern y dejó con la miel en los labios a los Spurs, que tuvieron que comerse con patatas una campaña de Europa League que no habían pedido.
Los cumpleaños
¿Celebrar que te haces viejo? Gracias, pero no, gracias. Los cumpleaños son una excusa barata para pretender que alguien te importa lo suficiente como para mandarle un mensaje privado lleno de falsedad y alegría fabricada. ¿Y qué me dices de esa cara de incomodidad absoluta cuando tienes que cantarle el cumpleaños feliz a alguien que no sabe si sonreír o tirarse por la ventana? ¿O cuando te lo cantan a ti? Lo peor de todo son los regalos. Te esperas un viaje a Londres y acabas recibiendo un pijama. O lo que es peor, un vale regalo de esa tienda que no soportas. O un libro. En el mundo del fútbol, los cumpleaños son como esos fichajes que ilusionan al principio, pero que acaban siendo carne de cesión. Empiezan bien, parece que se pueden adaptar al estilo de juego del club, pero terminan por convertirse en el peor futbolista de los últimos cinco años. Un poco como tu cumpleaños, el día comienza bien, pero acabas entrando en una depresión conforme llega a su ocaso y te das cuenta de que solo te han felicitado tus padres y la vecina del tercero.
Mi predilección por los bottlers
El domingo pasado tuve una esclarecedora visión sobre mis gustos balompédicos. Después de la derrota del Tottenham frente al West Bromwich Albion, la del Fulham ante el Birmingham y el empate del Nápoles ante el Torino, me di cuenta de que tanto mi equipo como aquellos que disfruto viendo son unos bottlers. Si no sabéis lo que significa la palabra, os la resumo de la forma más simple que pueda: es, básicamente, perder cuando lo tenías todo ganado, meter la pata hasta más no poder o hasta que las ganas te lo permitan. Y pensaréis, bueno mujer, no es para tanto. YA. No os podéis imaginar la de salud que he perdido estas últimas semanas viendo cómo los Spurs parecían unos jugadores de fútbol sala en vez de auténticos profesionales del fútbol once. Al final tendré que seguir el consejo de mi sabio padre y girar mi atención a los clubes ganadores.
Los jugadores que piden perdón por marcar gol
Pedir perdón por pisar a un perro en la calle, lo entiendo. Pedir perdón a tu amiga por haberte comido el último trozo de pizza, lo entiendo. Pero pedir perdón por marcar un gol ante tu antiguo club, no. No lo entiendo. Puedo llegar a compadecerme de los futbolistas que sienten respeto y admiración por sus contrincantes, pero pedir perdón por anotar contra ellos es ir demasiado lejos. Por ejemplo, los goles que Mohamed Salah marcó ante la Roma y que clasificarían al Liverpool para la final de la Champions. Una cosa es no celebrar el primero por respeto, algo que tampoco entiendo, y otra es pedir perdón cada vez que marques. No solo es una falta de respeto para tu afición, sino que estoy segura de que el equipo contrario entenderá a la perfección la importancia que han tenido para ti y para tu equipo. Yo no puedo pedir perdón por ser fabulosa, solo puedo intentar que los demás aprendan de ello. Así que, menos perdón y más celebración, Salah.