1. Ocurrió
De la manera más devastadora, en muchos sentidos. El Liverpool cayó y lo hizo mientras el Watford le pasó por encima… el Watford. Esto no fue un gol en un contragolpe, una proeza en la que te aferras a tu vida ante el bombardeo de la máquina roja que está frente a ti y, de alguna manera improbable, sobrevives y ganas. Aquí el Watford ganó con inverosímil contundencia, incluso perdiendo a su mejor jugador por el camino, Gerard Deulofeu. Lo tenía todo para ser otra celebración a la incesante grandeza ganadora del Liverpool y no lo fue ni siquiera un poquito. O quizás fue la realización de la locura que hemos visto hasta este partido, la racha ya terminada. Un choque que el Liverpool salió como de normal, sin Joe Gomez o Jordan Henderson, pero con más que suficiente para hacer lo que hace siempre.
Empezó a extrañar, sin embargo, cuando la defensa les denegaba acceso. Porque pasó una vez, porque pasó otra vez y porque luego habías perdido la cuenta. Y el Liverpool el control mucho antes, porque no sólo eran absolutamente incapaces de generar tracción ofensiva (tan sólo dos remates desde dentro del área en todo el partido), erráticos como casi nunca les hemos visto, sino que patinaron con notoriedad atrás, ante sus impetuosos rivales. Porque algún día tenía que llegar. Pero cómo lo hizo. Un saque de banda traicionero, aparentemente inofensivo, que resquebrajó la novedosa defensa Red. Por novedosa queremos decir que Dejan Lovren fue titular. Y sin ser su partido en lo individual especialmente malo, porque no lo fue realmente, había esa inquietud, esa difícilmente suprimida falta de confianza en sus habilidades; afectando su inusitada presencia al casi perfecto funcionamiento de la defensa que tan perfecta había llegado a ser en momentos previos al parón invernal. Pero de nuevo, ni siquiera fue él el mayor problema, siendo van Dijk probablemente el responsable de la más problemática actuación, espeso, impreciso, inefectivo antes los voraces intentos de mordedura del Watford. La primera parte, si bien los Hornets fueron inequívocamente mejores, terminó sin goles y a la espera del refresco del descanso que viese al Liverpool llevarse todo por delante a la vuelta del descanso. Pero se quedaron de piedra, helados; inmovilizados.
Nada funcionaba, ni siquiera el mísero intento de que lo hiciese. Y llegó el momento, el momento del Watford, en el que todo, simplemente, ocurrió. Ismaila Sarr marcó, a la salida del antes mencionado saque de banda, y luego, salvaron un balón sobre la línea de cal para catapultar a Sarr hacia el partido insignia de su carrera. Tan especial, tan único, ante quien él mismo denomina como su “hermano senegalés” (Sadio Mané), ante el Liverpool y apareciendo para su más que merecido momento de gloria, también Troy Deeney. Gareth Reynolds, aficionado del Watford, me decía sobre el partido: “Esa actuación hubiese ganado a cualquiera. Que fuese contra este fantástico Liverpool es genial, aunque probablemente significará más para sus rivales directos que para nosotros”. Pero siendo Gareth consciente del plano general, continuaba: “Cuando estemos a salvo en Mayo y la temporada haya acabado, podremos regodearnos en el triunfo, pero ahora tiene que ser un catalizador para salir del agujero”. Y si una puede cambiarlo todo, es una actuación tan perfecta como esta; un Liverpool noqueado con asombro, un Watford victorioso al final del último pitido. Un día en el que ocurrió algo casi tan anodino y poco frecuente como el propio 29 de febrero que lo acogía.
2. Un trofeo en la tormenta
Cuando todo había acabado, había una sonrisa desconcertantemente agradable en Pep Guardiola. Una especie de relajación, de suspiro tras un triunfo cuya importancia ha sido amplificada por culpa de la sanción de la UEFA. Idea: ¿Y un torneo que se llamase eso mismo, La sanción de la UEFA? Con Manchester City, AC Milan, Fenerbahçe, Galatasaray… todos los que han tenido algún indeseado encuentro con el cuerpo regulador del fútbol europeo. Más allá, volviendo a Wembley, transcurrió este domingo un partido sorprendentemente apretado, inesperadamente tenso, donde el City marcó dos goles que parecieron el preludio de una masacre y donde el Aston Villa se rehízo a través de un gol de Mbwana Samatta que mantuvo el suspense hasta el final.
Durante todo un camino que vio al City sacar a relucir a su arma letal en Kevin de Bruyne y que vio también a Björn Engels quedarse a un solo suspiro de igualar el partido, de empujarlo a la prórroga, con un remate que Claudio Bravo alcanzó con destreza y reflejos, para mandar al poste y rebotado hacia donde los sueños desaparecen: el despeje de un defensa. El Villa tan anti-competitivo que observamos escasos días antes frente al Southampton salió bateando, golpeando, sabedor de la rareza de la oportunidad que en Wembley se les brindaba: un título de Copa de la Liga y contra el Manchester City. Aunque quizás la “rareza” sólo sea cuestión de perspectiva, pues como bien ilustró recientemente un amigo de La Media Inglesa como Duncan Alexander, el Aston Villa sólo ha vivido una década en toda su historia en la que haya dejado de jugar una final de Copa, obviando, por supuesto, las salpicadas por alguna molesta guerra mundial.
Y mientras tanto, es ahora el Manchester City quien está sumergido en una ilustración de una guerra, en una especie de parodia de ella, contra la UEFA, contra unas reglas aceptadas y luego desestimadas. Pero se dirija hacia donde se dirija todo esto, no se podrá desestimar la brillantez, la cierta grandeza que ha alcanzado este equipo. Habrá quienes lo intenten, quedará mancillado en la conciencia de muchos, pero aquí supieron descifrar un partido que se complicó por tramos, que pudo haberles desprendido por un hoyo todavía más profundo de caos. Y aun así, así como en el Bernabéu, resistieron y ganaron: para levantar otro trofeo, dentro de la incesante filosofía guardiolista de ganarlo todo. Seis de los últimos siete títulos domésticos con este. Ahora llega en medio de una tormenta y quizás por ello sepa más dulce que algunos anteriores.
3. Un pase de Benteke
Ah, otro partido sin marcar de nuestro generador de ocasiones de gol favorito del fútbol Mundial. Un sabor que encaja, en verano, en otoño, en invierno y en la primavera que se nos acerca. Sin embargo, esta vez, Christian Benteke empujó al Crystal Palace a la victoria y el balón hacia la portería, pero previa parada en las botas de alguien que sí podía superar ese último estorbo, también conocido como portero, también conocido como reto indescifrable para el delantero que costó más millones al Liverpool de los que sea cívico decir. Al menos con el tiempo. En aquel momento, bueno, se podía aceptar. Ahora es uno de los más groseros errores en el mercado de fichajes de la Premier League moderna. Pero hay algo en él, en su engañosamente infatigable espíritu que le mantiene en nuestra esfera de conciencia y no en la liga bahreiní. Algo que hace a Cenk Tosun llegar como incorporación estrella desde el Everton para acabar en el mismo sitio que en Goodison Park: el banquillo.
Y todo por culpa de Benteke. Bueno, y de Roy Hodgson. Cuyo equipo jugaba el derbi de muchas cosas y entre ellas, la “mierda”, literal. Pero afortunadamente esos tiempos quedaron atrás. O al menos confiamos en eso. Con el sol radiante a la hora del almuerzo el sábado, Brighton y Crystal Palace fueron intercambiando golpes, desligados de una desmesurada cautela y yendo a por los aliviadores tres puntos, que les acercaran más a la victoria. Quién nos iba a decir, por lo dicho, por todo lo que ya sabemos, que finalmente Benteke marcaría la diferencia. Bueno, no “marcar”, pero sí asistirla, a Jordan Ayew, a una jugada espaciada, abierta, las gaviotas fuera de sitio y el balón encontrando su propio sitio en el fondo de la red. Porque como el Brighton, el Palace se estaba desinflando, hasta que los insospechados pulmones de Benteke volvieron a insuflar a los londinenses; con esa técnica, con esa gracia, con todo con lo que deleitó a nuestros ojos.
4. El partido de nuestras vidas
No hay nada como algo clavando las expectativas que despierta. Eso fue el Newcastle vs Burnley. Horrible perfección. Un coro de abucheos cuando todo había terminado, otra oportunidad perdida. Para todos, pero como siempre en fútbol, más para los locales. Steve Bruce quiere ser el Burnley, el resto de Newcastle quiere ser mucho más y solamente son una burda imitación del equipo al que no pudieron marcarle este pasado sábado. Pero todo es agrio sabor, ya que los jugadores son para hacer más que lo del Burnley. Bruce, sobreconsciente de las limitaciones de su equipo, busca llegar al siguiente año. Y luego al siguiente. Pero, ¿podrá tirar la mesa por los aires algún día? El Newcastle tendrá los problemas institucionales que tenga, pero esta plantilla no es un accidente esperando suceder. Con alguien que les entendiese, estos jugadores muestran casi todas las semanas pinceladas acertadas. Ves a Miguel Almirón, ves a Bruce y piensas… ¿qué ha hecho uno para merecer al otro? En ambos sentidos.
Por lo menos, esta vez las “urracas” sacrificaron a uno de de sus tres centrales (al que mejor salida de balón tiene, por supuesto) y formaron con otro delantero sobre el campo. Quieres creer, quieres dejarte llevar por la humilde emoción y al final del partido, con las ocasiones falladas, con la inhabilidad de transformar al ataque y al partido, te acuerdas de que sigue siendo Dwight Gayle contra un equipo de la Premier League. Sí que descubrieron una cierta y superior fluidez ofensiva, pero marcar goles no es exactamente como montar en bici: lo olvidas, al menos a nivel colectivo. Una temporada de pan para hoy y hambre para mañana, cuando la victoria estaba ahí para ser capturada. También se podría decir lo mismo del Burnley, pero su robustez lleva cuatro años siendo demostrada y sus jugadores continúan siendo algo peores de arriba a abajo. El partido de nuestras vidas es lo que nos prometieron, aunque sólo supusieses al final que realmente se trataba el hastío de nuestras vidas.
5. Una balsa salvavidas, una pistola y un paquete de comida
El Manchester United está perdido en el océano. Alguien le encontrará algún día. O quizás o no. Pero no es todo completamente horrible. Aunque es complicado, sus probabilidades de morir no son tan altas como deberían, porque son el Manchester United. Eso y que, reposados sobre su lancha salvavidas, cuenta con una pistola y un notablemente grande paquete de comida que les puede hacer sobrevivir durante más tiempo de lo normal. Con la pistola pueden defenderse de los tiburones, que en esta metáfora están representados por los equipos de la Premier League que son mejores que ellos. Este pasado fin de semana hasta el Everton fue mejor que ellos. Es decir, no es difícil. Pero, de nuevo, aunque todo parezca imposible, aunque estén a la deriva en el medio de la nada acuática, hay factores que les respaldan más de lo que uno esperaría.
Bruno Fernandes vendría a representar la pistola (siendo el resto de buenos jugadores del equipo la comida), por ninguna razón más que el hecho de su propensión por el disparo, desde cualquier distancia, por muy mala idea que sea. Pero también porque les ha dado una herramienta para protegerse del peligroso mundo que representa la Premier League; su lucha, tan errática y disparatada, por acceder a los puestos Champions League más todavía. Precisamente por el hecho de lo inquietantemente impredecible que es. Incluso el propio Manchester United. Bruno Fernandes es el arma con el que defenderse de sí mismos, esta vez con David de Gea cometiendo un horrorífico error. Luego, con una defensa a la que el Everton supo hacer patinar con destreza, el español trató de resarcirse con paradones. Aunque el fallo y la gravedad del mismo seguían latentes. Pero Bruno lo alivió con su gol, forzando, o más o menos, un error en Pickford para marcar el empate.
Y además de eso, hacer todo lo otro que hace el United, que es básicamente todo. Porque había muchas cosas por hacer, muchas responsabilidades sin responsables y el sonriente jugador portugués las ha tomado casi todas. De lo contrario, posiblemente hubiese ganado el Everton, viendo su superior actuación plasmada en el marcador. De alguna forma lo hizo, pero Sigurdsson sentado delante de de Gea, Calvert-Lewin disparando y marcando, se consideró fuera de juego posicional tras la revisión el VAR. Se consideró como tal con acierto, pero ¿acaso importa? Dos equipos que siguen sin estar hechos, pero que guardan esperanzas aun perdidos en la inmensidad del océano.