1. Indestructible
El Manchester City lo ha vuelto a hacer. Los súper villanos ni siquiera se tendrán que enfrentar al superhéroe. Han ganado sin ni siquiera tener que empezar la batalla. Había algo muy atractivo de la idea del City contra el mundo pero de verdad. Un año de sanción, de tener que redimirse contra la “injusticia”. Narrativamente, la idea de que tuvieran que pelear contra los elementos de un mundo cruel, en el que todos iban en su contra, era perfecta. A Guardiola eso siempre le ha molado más que tener que sacarle todavía más brillo a sus absurdos éxitos. De alguna forma, de haberse consumado, la sanción sin jugar Champions League habría dado una extraña validez a sus alegatos de que no todo es tan fácil como parece. Por fin iba a haber esa “cosa” contra la que luchar.
Sin rival, sin un “mal” opresor, ahora la gente les odiará, más incluso que antes, pero de forma completamente vacía. Un odio de desesperanza. De saber que el juego está demasiado trucado. Porque ningún deporte es en igualdad de condiciones. Porque tan inocente concepto no existe. Es más real Papá Noel que la igualdad de condiciones. Sin embargo, cuando es tan obvio, cuando es tan insultantemente evidente, pierdes hasta tu ilusión en la idea de la competición. Porque todos sabemos que el Manchester City no ha sido moralmente justo con las reglas acordadas. Y que, en realidad, sólo ha salido indemne por un tecnicismo. Aquel de que las pruebas no obtenidas de forma fidedigna serán descalificadas (lo cual no ha sido confirmado como el motivo de su no-sanción pero se supone como lo más evidente). Tiene sentido y no lo tiene al mismo tiempo semejante concepto en este mundo complejo, más allá del circo futbolístico en el que al City no le han crecido ni le van a crecer los enanos. Y esta es la realidad. Más aburrida porque la gracia, al menos conceptual, en espíritu, ha sido tan mancillada. No es garantía el dinero inagotable de ganar este partido o aquella liga.
Pero sí lo es de competir incesantemente por todo lo que quieres. Y esa es una victoria más que cualquier otra. Hubiese sido más divertida esta fase final de la Champions League con un Manchester City teniendo que ir con absolutamente todo a ganarla porque iba a ser su última oportunidad de hacerlo hasta 2023. Pero no lo será. Puede que ganen y que todos, entonces, odien que haya sucedido. Porque no habrá el “pero ahora os coméis la sanción y no os vamos a volver a ver hasta dentro de dos años”. Ganarán y volverán a estar en la exacta misma posición para hacerlo a la vuelta de la esquina, a la vuelta de la temporada. O puede que pierdan y la gente lo disfrute como el pequeño triunfo, sobre todo cómico, que sería. Pero la mayor cualidad del Manchester City, por muy carente de ética que sea, es que es indestructible.
2. Inexcusable
El North London Derby sí que no es – o no fue este domingo – lo que fue. El mejor derby de la Premier League fue atrapado por las garras de lo mundano, de la lenta destrucción de dos equipos perdidos en la oscuridad. Nos hemos acostumbrado pero que el Tottenham sea octavo y el Arsenal noveno roza casi lo demencial, aun con las grandes temporadas de Leicester (bueno…), Wolverhampton y Sheffield United. Lo podemos justificar en nuestras cabezas, porque sentido tiene todavía. Los nombres propios ayudan a que lo tenga (con rizos; falleros; incompetentes sacadores de banda), pero es que ni siquiera pudieron abrazar el siempre bienvenido caos que muchas veces este duelo ofrece en abundancia. Lo hubo en la pequeña ventana que abrió Alexandre Lacazette y cerró Heung-min Son. Luego, no pasó prácticamente nada más allá de la batalla táctica. Hasta que Toby Alderweireld cazó un algo y con ese algo la victoria.
Al final, ganó hasta el menos obvio de los dos equipos. Porque si dentro de este año catastrófico el Arsenal llegaba en un buen momento para derribar a los Spurs era este. Y en el intento de volver a reclamar el reinado del norte de Londres, patinaron. A pesar de que Arteta estaba encontrando el punto de sal a este caldero de sopa llamado Arsenal Football Club, sucumbieron. Porque los ingredientes siguen siendo los disponibles: ambiciosos y casi temerarios. Shkodran Mustafi, David Luiz, Sead Kolasinac no necesitaron más que un soplido sutil para perder el norte y de vista al objetivo colectivo.
Y eso fue suficiente para que el también generalmente infructuoso día de los jugadores les condujese a la derrota. Porque mira que Emi Martínez trató de mantener a su equipo en el partido, llegando a efectuar hasta una de las mejores paradas de toda la temporada ante un disparo de Ben Davies. Pero fue otro defensa Spur, el mencionado Alderweireld, quien le superó. Quien confirmó el buen día del Tottenham aun dentro de la histriónica falta de brillantez. Fuera de esta realidad mourinhista contemporánea, siguen siendo el vigente subcampeón de la Champions League. Es inexcusable que estén así, pero al menos ganaron. Al Arsenal sólo le quedó el simple hecho de ser lo suyo igual de inexcusable.
3. ¿Quién exactamente es Nick Pope?
Para empezar, lo claro: la mayor razón por la que el Liverpool no derrotó al Burnley. En Anfield Nick Pope no estaba parando a “cualquiera”. No estaba parando a Dominic Solanke (espera, ¿cómo que este chiste ya ha caído fuera de vigencia?), no estaba parando al delantero a lo que los “goles esperados” olvidaron, también conocido como Christian Benteke. Nick Pope se enfrentaba a uno de los tridentes ofensivos más devastadores que ha visto el fútbol de élite. Y de alguna forma recordó él recordó a su mejor versión. Porque este Pope no es una continuación lineal de quien mereció, posiblemente, ser titular en el Mundial 2018 con Inglaterra.
Una lesión, la aparición de Joe Hart, el más rápido regreso de Tom Heaton, le dejaron en 2019 en una situación desfijada, un tanto incierta. Pero aprovecharon en el Burnley y sacaron dinero del Aston Villa para traspasar a Heaton y volver a dar los guantes a Pope. Una decisión correcta, lógica en todos los sentidos, que ha dado sus frutos, pero no tantos como se esperaban. Porque si algo había demostrado en sus siniestras actuaciones Hart, después de lo de Pope y antes de lo de Heaton, es que el Burnley había gozado de excelencia porteril en sus éxitos. Es gran parte de lo que había causado dichos éxitos. Pero este Pope, el de esta temporada, no había sido tan incontestablemente decisivo. Había sido correcto y su defensa había hecho el resto. Según nos enseñó el pobre Hart al no hacerlo es que dar confianza a tu defensa ya es media batalla ganada. Y en Tarkowski y Mee hemos visto enorme eficacia. La que esta vez, en Anfield, fue responsabilidad y cayó en manos de Pope. Como casi cada balón, en una especie de actuación magnética para con la pelota que convirtió al Burnley en el primer equipo en toda la temporada en sacar puntos de Anfield.
Por lo tanto, ¿es esta, la tan maravillosa versión de 2017-2018 reavivada, la versión real de Nick Pope? ¿Puede ser el futuro portero de Inglaterra? No está del todo claro, pero la posibilidad de recorrer ese camino a una élite más pronunciado parece haber vuelta. Aunque, al mismo tiempo, puede que lo de Liverpool se debiese simplemente a que estaba Phil Bardsley sobre el campo, que fue parte del único equipo (el Sunderland) que sacó puntos del Etihad en la abrumadora temporada 2011-2012 del Manchester City. Aquí lo volvió a ser. [Gracias, Richard Jolly.]
4. La suerte del sentenciado
Esto es como la suerte del campeón, sólo que del que no es campeón ni de una partida de tres en raya. Porque así como la absurdez a través de la cual el Bournemouth resurgió de la nada, al Aston Villa le cayó también de alguna forma un caldero de oro del cielo. En forma de Crystal Palace y de errónea decisión “varbitral”. También lo hizo en el primer partido del reestreno contra el Sheffield United. Un balón que había entrado en la portería y que simultáneamente no había entrado. Quién nos iba a decir que procesos tecnológicos arbitrales en fútbol nos iban a enseñar de filosofía y de meta-existencia.
El caso es que los “villanos” (¿qué más apto apodo en estos instantes ante tan notable fortuna?) no terminaron de construir sobre ese hecho. Porque luego perdieron y empataron y perdieron y perdieron y perdieron. Las oportunidades para dar el golpe de efecto estuvieron ahí, se manifestaron. Pero nunca se materializaron. Porque el Aston Villa, tan ilógicamente, ha involucionado a medida que ha avanzado la temporada. Lo normal, sobre todo cuando tienes que empezar un equipo de cero con fichaje sobre fichaje, es que el equipo se cohesione con el paso del tiempo; que mejore aunque solamente sea por defecto. Pues no, Dean Smith no lo ha conseguido ni un poco. Y ahí estaban, minuto de 6’ de juego recién superado, córner, remate casi sin mirar, medio de espaldas, dándole al balón con el hombro y gol. Quién iba a responder a esta descripción que no fuese Mamadou Sakho.
La última cerilla del Aston Villa se había mojado; hasta que la realidad fue rebobinada en la sala tenebrosa en la que se lleva a cabo eso que conocemos como “V.A.R” y la diana legal de repente se convirtió en ilegal. Esto a pesar de que la nueva norma, teóricamente instaurada el pasado 30 de junio, especifica que la acción solamente será “mano” si el balón impacta en el brazo más allá del límite de la manga (corta. Cuando un jugador lleve manga larga ya improvisaremos). Aquí no lo hace en ningún momento y, aun así, el gol fue anulado. Y el Aston Villa recibió una cuerda de vida, con la que salvarse. Y, de todas las personas posibles, Trezeguet (el egipcio) fue quien la agarró y sacó al Villa del pozo. Con dos goles, dos rayos dando el sitio preciso. Para así camuflar el hundimiento y, dentro de la ilusión conceptual, quién sabe, quizás hasta salvarse porque West Ham y Watford quieran ser de aquí al final todavía más incapaces. La suerte también llega al que no la busca. Como también demostró el Bournemouth, con un mal pase de Kasper Schmeichel, una loca expulsión de Çaglar Söyüncü o los dos goles, dos goles de Dominic Solanke (más sobre eso otro día).
5. Cuando parecía que la inercia había terminado
El Sheffield United parecía avocado a ese cínico final. A ese “fue bonito mientras duró”. Porque todos somos muy listos y ninguno queremos ser engañados. Con cuanta más antelación veamos los cambios venir en la vida, más seguros nos sentimos. Incluso aunque luego esos cambios no se produzcan en absoluto. Porque en nuestras mentes, tan lógicas, seguíamos teniendo razón de alguna manera. Los chicos de Chris Wilder habían llegado a su “fin”. Habían sufrido en sus carnes una incompetencia protocolaria del VAR y habían dejado de ganar dos puntos frente al Aston Villa. Luego fueron a Newcastle, a Old Trafford y fueron barridos en sendos escenarios. Si la luna de miel había terminado, preguntaba yo en El podcast de La Media Inglesa.
Y el temor, racional, era que ese era en efecto el caso. Al final, no hace falta mirar mucho más allá de la plantilla, aunque con los ojos del comienzo de temporada en 2018 de que estos jugadores estaban bien pero que a ninguno extrañaría verle jugar en League One. Después de los dos años espectaculares que han demostrado al mundo desde entonces, la opinión sobre ellos había cambiado. Pero seguía esa realidad oculta. ¿Hasta cuándo Chris Basham podía parecer “Fish & Chips Franz Beckenbauer”? ¿Hasta cuándo podía jugar bien David McGoldrick aun sin marcar ni un solo gol? Porque a este grupo de jugadores, por muy bien que lo hayan hecho, atisbarles en la Champions League sigue siendo un ejercicio de derretimiento cerebral bastante complejo.
Sin embargo, quizás vayamos a estar sujetos, obligados a hacer eso mismo. Porque después de los reveses, de los tropiezos provocados por el Súper Newcastle de Steve Bruce TM o el Manchester United Otra Vez Ganador TM, aparentemente el Sheffield United todavía estaba entero. Y tan entero. Derrotando al Tottenham, al Wolverhampton y despedazando al Chelsea. Con harmonía, con destreza y sin piedad, los Blades dejaron de ver a los chicos de Frank Lampard hasta por el retrovisor hasta que se superó la línea de meta y se completó la machada. La cual, quizás, sólo quizás, no sea tanto. Porque a falta de tres jornadas para el final, el Sheffield United está a tan sólo cinco puntos de la Liga de Campeones. Es muy difícil, pero es imposible. Y esa es exactamente la cosa.