Ander Iturralde

5 reflexiones tras la jornada de fútbol europeo

Unos días de extrema convulsión, en los que vivimos, probablemente, los últimos partidos de fútbol de élite en un tiempo. En los cuales el Liverpool, intocable, indestructible, sucumbió de la manera más agónica ante el Atlético de Madrid. Antes, el Tottenham, camino al matadero fue arrollado finalmente por un Leipzig vastamente superior. Como no lo fue el Wolverhampton en el marcador en Grecia pero sí, en cambio, el Manchester United en Austria.

1. En un abrir y cerrar de ojos el Liverpool se convirtió en todos los demás

Empezar diciendo que el Liverpool es el mejor equipo de fútbol del planeta ahora mismo sería empezar diciendo algo verdadero. Entonces, ¿por qué perdió contra el Atlético de Madrid? Porque si quieres seguridad en ser el mejor en algo, si quieres tener algo cercano a una garantía de que vas a ganar, cambia de deporte, cambia de sector. El Liverpool infligió al Atleti una paliza de históricas proporciones y, aun así, perdió. Porque el fútbol puede llegar a ser absurdamente impredecible. Esta vez lo fue. Así como impredecible era que el Liverpool solamente, solamente, hubiese dejado caer dos puntos en toda la temporada de la Premier League hasta llegar a Watford. A veces la absurdidad cae de tu lado, a veces cae enfrente de ti y no puedes alcanzarlo detrás de la invisible pared de cristal. A veces es tan visible como lo fue Jan Oblak.

Una actuación, la del portero esloveno, incluso más histórica que la de dominio, de asedio asfixiante del Liverpool. Sistematizada la caída de bombas fue y Oblak fue quien las detuvo, quien las despejó, manteniendo a los Colchoneros en el partido: uno que debería haber sido una goleada para el recuerdo, de trauma y cicatrices. Pero no lo fue. Tampoco en la otra dirección, ya que terminar con 30 años de agria sequía liguera es lo que calmará todas las pesadillas de la afición de los Reds. No así, quizás, tanto en el caso de los jugadores. El despliegue, la entrega de hasta la última gota de sudor se vio en prácticamente cada jugada del partido. Lorenzo Manchado, uno de los más habituales integrantes de nuestro podcast, reseñó el nivel, casi inconcebible, de bíblica intensidad, al que jugaron estos dos equipos el uno contra el otro. Al más absoluto límite fueron en todo, activados seguramente primero por la grandeza motivacional de sus sendos entrenadores y luego por todo, por el estadio, la ocasión, lo que estaba en juego. Una temporada de transición para un equipo que muy probablemente podría colisionar contra sus defectos en la siguiente ronda y ser eliminado, pero el Atlético de Madrid se acordó con el brillo de los focos de su increíble gen competitivo, el de haber llegado en los últimos seis años a tres finales europeas.

Y de que ha competido en estas alturas contra todos. Pero aun así, esto, a diferencia del partido de ida en el Metropolitano, fue un acoso y derribo como quizás no se veía uno en Champions League desde el 2016 en Múnich, recibido, sobrevivido por el propio Atleti. Marcó Wijnaldum, marcó Firmino por primera esta temporada en Anfield, pasaron el susto del gol ilegal de Saúl en el descuento antes de la prórroga. Todo había caído, con incansable repetición de esfuerzo, con una ocasión de gol generada tras otra, en el sitio justo para que la remontada cruzase la meta. Hasta que todo se oscureció, en un trámite, a través de un error no forzado, de la debilidad que habían ocultado. Así como en Oblak el Atleti tuvo al mejor portero del mundo en este partido, el Liverpool… no. Y aunque ello no debió marcar la diferencia entre eliminar y ser eliminado, lo hizo. La suerte se partió, se rompió en el peor momento posible y el Liverpool, tan infalible, se convirtió en todos los demás: en un equipo que, también, pierde.


2. El presente lugar del Liverpool en el panteón histórico

Todo, en un pase mal dado de Adrián, se vino abajo. Las aspiraciones más grandilocuentes. Ganar la liga está bien, ganar sumando 100 puntos (como parece que podría hacer el Liverpool), está muy bien; en perder una copa, la de la liga, así como la más ilustre FA, para completarlo con el desvanecimiento de la Champions, se ha destruido mucho de la enormidad de la idea que, sin quererlo hasta cierto punto, había demostrado el Liverpool. La oportunidad estaba ahí, para ser “invencible” como el Arsenal, para ganar un trébol como el Manchester United, o como el Inter o el Barcelona. O simplemente la Champions y la liga, lo que solamente un equipo en los últimos cinco años ha hecho: el Real Madrid en 2017, que pudo rodear a esos trofeos con otras tres Copas de Europa.

Y las ventanas son tan grandes como lo son pequeñas; el Liverpool tiene, o tenía, al fútbol rendido ante él, tiene una Champions, la del año pasado, como tendrá la presente Premier League el día que, finalmente, llegue esta temporada a su resolución. También, puede que tenga esos 100 puntos que tuvo el City. Pero el panteón de los mejores, de los indiscutiblemente grandiosos, ha eclipsado y expulsado al Liverpool por este año. Porque lo queremos todo y lo queremos porque algunos nos lo han demostrado posible.

Con el centenar de puntos ligueros mas una FA Cup y una Champions, además de la del año pasado, se hubiese colocado el Liverpool como un serio candidato al mejor de toda la historia, si bien quizás esa etiqueta sea en perpetuidad comprensible para el Barcelona. Se acaba el fútbol por al menos unas semanas, aunque si no lo hubiese hecho, para el Liverpool lo hubiera hecho de todos modos. De nuevo, los 100 puntos, uno supone que es por lo que habrían ido con “todo”. Y ese será el objetivo cuando la Premier League salga de esta inesperada hibernación. Y al final, un equipo tan indestructible, que estaba en “el guión” que ganase al volumen y ritmo de los mejores de la historia, y que, sin embargo, no será ese el caso. Al menos no esta temporada. Quizás la siguiente.


3. La brutalmente previsible eliminación del Tottenham

Así como terminó de manera abrupta para el Liverpool, para el Tottenham esta Champions lo hizo lentamente; una consumación de la oscuridad que no hacía más que arrastrarse. Un equipo plagado de problemas, deshecho sobre sí mismo, que perdió a lo poco que le quedaba por subirse: los hombros de Heung-min Son, la subyacente habilidad de un Kane, mermado desde hace ya demasiado tiempo. Si todos sus problemas fueron expuestos en Burnley, en Leipzig el equipo rival pudo darse un auténtico festín con ellos. Sólo el deseo de conformidad del conjunto de Sajonia salvó a los Spurs de algo peor.

Pero no es ello demasiado consuelo para un equipo excusado en sus lesiones pero con agudos problemas. Sin Kane llegaron la final de la pasada Champions League, creando la ilusión, la cual Daniel Levy insistió, temerariamente, en que era verdadera. Quiso cambiar al entrenador en vez de al equipo y ahora tendrá que acabar cambiando a ambos. Porque, no sé si se habrá enterado, “Todos los jugadores en el banquillo del Leipzig serían titulares en el Tottenham”. Eso decía José Mourinho. Al final, el castigo a querer arreglar a este equipo con cinta aislante, a subir simplemente el volumen de la música para no escuchar los gritos de angustia y desesperación de un equipo que pudo haber sido más, mucho más. Cambio de entrenador y hala. Que puede que todo gire, que un parón, esta vez pandémico, refresque al entrenador campeón de la Champions League de 2004 y 2010. Pero quizás, y la evidencia cada vez lo sugiere más, no lo haga. Encajados entre problemas, entre tierras, entre épocas; entre páginas de un libro. Ahora, hay menos a lo que agarrarse todavía.

Las páginas iniciales parecen haberse quemado. En las que un equipo con problemas, con taras, con calidad insuficiente para llegar a la última final de la Champions, hizo precisamente eso, aun así. Aquí fueron humillados, no porque lo que pasó sino por lo que podría, debería, haber pasado. Un Leipzig que confiaba en sí mismo, que estaba psicológicamente presente, que quiso ser tan bueno como era posible mientras el Tottenham se hundía. Contra el equipo del entrenador al que Daniel Levy quiso primero. Si todos los suplentes mejorarían al presente Tottenham, Julian Nagelsmann más todavía. Porque Mourinho ha sido increíblemente bueno y, aun así, todas las dudas que hubo en tan anticlimática unión de club-entrenador están quedando inexorablemente expuestas. Como cantaba Corey Taylor, “Ángeles mienten para mantener control”, y en los Spurs la única huida factible parece hacia delante.


4. Cumplir con lo requerido

Una cosa era jugar el martes, otra el miércoles y otra el jueves. Tres días con la incertidumbre incrementada progresivamente a través de cada uno. Cada vez más surrealista todo. Y la velocidad, de todo, a la que gira el mundo, elevada a un abrumador frenesí. Envuelto, en algunos lugares, en el extraño silencio de un estadio enorme pero vacío. Pasó en el Pireo y en Linz, sitios a los que se desplazaron Wolverhampton y Manchester United respectivamente. Un entrenamiento competitivo, con tantísimo en juego y al mismo tiempo, eso que estaba en juego, de una sensación inevitablemente heterogénea, como si realmente no pesase, como si simplemente fuese aire entre nuestros dedos.

Aun así, todo era un esfuerzo, posiblemente innecesario, pero un esfuerzo por sentir un atisbo de normalidad: por intentar proseguir cuando todo se está frenando por obvias razones. El “infierno griego” esta vez era uno congelado, con los ecos presentes, los sonidos, los gritos rebotando el uno sobre el otro en el vacío del estadio. Pero, de nuevo, había todavía ese intrínseco deseo de vencer, inseparable de cada competidor de este tipo de calibre. Por eso el inferior de los dos equipos, Olympiakos, marcó primero. Porque la oportunidad, aunque pronto vaya a quedar suspendida, de ganar y pasar cuando todo se reactive, es dorada. Como el color que, insisten los aficionados al Wolverhampton, viste el equipo de las tierras medias inglesas.

A las cuales, tras este distópico viaje, volvieron finalmente con un punto, un gol fruto del dominio al que les invitó a generar un expulsado entre los locales. Unos locales, los del otro partido, que se quedaron tan desencajados como nunca. Son la gran revelación del fútbol austriaco, una pequeña gran maravilla en la Bundesliga de Mozart, donde podrían terminar desbancado de una vez por todas al Salzburgo. Y quizás podrían haber hecho lo propio de haber sido este un Manchester United anterior, un Manchester United pre-Bruno Fernandes. Porque lo que podría haber sido una trampa, una emboscada fría, tenebrosa, desoladora al final, no lo fue ni siquiera un poco. Porque Bruno “sólo” dio una asistencia, pero cómo ha hecho de este equipo uno competitivo, es asombroso. Así como la suma de Odion Ighalo, con un gol, un poste y una asistencia sumadas a este partido. Uno de cinco goles sin respuesta, una pequeña fiesta a puerta cerrada, donde el Manchester United, sirva para lo que sirva, cumplió. Como también lo hicieron los Wolves, sólo por el hecho de jugar.


5. El fútbol por ahora

Y llegamos a la última de estas reflexiones, ideadas dentro de esta especie de tormenta, la que uno observa en las estanterías del supermercado, allí donde estaba el pan de molde o el papel higiénico. Estos momentos tan extraños, tan imprevisibles cuando tu vida es tan normal el resto del tiempo. Así como el balón, en la foto que ilustra y encabeza este artículo, el mundo del deporte está suspendido en el aire. Todos los jugadores sobre el césped, los espectadores también sólo presentes en alma y no en cuerpo en los asientos del estadio, y sobre todo ellos, el balón está quieto, suspendido, inaccesible hasta que pasen al menos unas semanas. Las cuales son territorio por descubrir, por explorar, por tocar, aunque sólo sea en un sentido metafórico.

Es un misterio no necesariamente el qué va a pasar sino el cómo van a pasar. Todas las ligas suspendidas, las que ya lo han anunciado y las que lo van a anunciar en las próximas horas y días. En Turquía, al menos hasta hace nada, decían que no había ningún caso de la pandemia y a ver si va a ser la única liga que no se pare. Pero lo probable es que lo haga. Como el resto, como todos nosotros, ahora mismo intentando navegar este océano visible e invisible al mismo tiempo. Complicado, sobre todo, aunque también innegablemente interesante cómo se sucederán las cosas. Porque la vida sobre la tierra, aunque sean muchas cosas las que se paren de momento, sigue su curso. Y quienes estamos sobre ella, también. Son tiempos que no conocen realmente un precedente en un contexto, el de Netflix y la comida a domicilio, como este. Pero de una forma u otra, hablando de una cosa o de la otra, seguiremos informando.

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Ander Iturralde