El 0-0 del Manchester United contra el Valencia no es un mal resultado si se observan algunos tramos del partido: los Red Devils incomodaron al rival durante varios minutos y gozaron de buenas oportunidades para abrir el marcador, aunque es justo decir que la cuenta del Valencia tampoco se abrió, entre otras cosas, porque el club español fue incapaz de finalizar ocasiones claras. Aunque los dos equipos tuvieron tan cerca el gol que casi lo tocaron, ambos aún arrastran problemas que han definido sus respectivos inicios de temporada. Pero no es eso lo que más preocupa cuando se ve a los Red Devils empatar contra el Valencia en una noche de Champions. Lo peor va mucho más allá: es en el espíritu de una entidad con un pasado tan glorioso donde está la enfermedad más grave.
Con este United que lleva desde 2013 sin levantar una Premier y desde 2008 sin hacerlo con una Champions League es difícil mantener la perspectiva histórica: éste, aunque viva una etapa negra en su historia, es uno de los clubes más grandes de la historia del fútbol. Pero tal es la pobreza del equipo mancuniano desde que Sir Alex Ferguson se retiró que la grada ya parece motivarse con cualquier mínimo detalle de buen fútbol. Se han acostumbrado a la nada.
Una jornada más, José Mourinho prefirió una buena coraza a la potencia de fuego y su hinchada se lo reprochó. El Valencia es un rival orgulloso y que no tiene nada que perder, pero tampoco que regalar. Así que Old Trafford pidió que sus jugadores respondieran al rival corriendo hacia delante, no hacia atrás. «Ataque, ataque, ataque», gritó la grada durante varias fases del partido. No eran palabras vacías, sino las mismas que pronunció Paul Pogba días atrás para quejarse en público del planteamiento conservador de su entrenador cuando juega en casa. En esos gritos de Old Trafford es inevitable sentir una petición desesperada de una afición que aún tiene fresco el recuerdo de cuando su equipo era superior en juego y convicción.
Por eso da un punto de lástima ver al estadio del United celebrar simples ataques de su equipo como si de goles se tratasen. Es una afición que, de tanto acostumbrarse por la fuerza a un fútbol tosco que no se traduce en grandes aspiraciones, ahora se aferra a cualquier señal de valentía de los Red Devils para encenderse. En la misma noche se escucharon desde la grada abucheos contra la falta de iniciativa, aplausos a favor de las embestidas y súplicas por un mayor juego ofensivo. Es la confusión derivada de una gestión difícil de comprender, que empieza en el césped, continúa en el banquillo y se extiende hasta el palco.
Ha habido tardes y noches mucho más negras que un 0-0 contra el Valencia. Vienen de perder 3-1 contra el West Ham, sin ir más lejos. Pero este partido ha servido para ver que el mismo escenario que unos años atrás siempre se consideraba favorito al título ahora se conforma con algunas muestras de buenas intenciones. Hace tiempo que toda esta situación dejó de ser una crisis para convertirse en un profundo bache histórico del Manchester United, pero el daño más grave es el que refleja una grada resignada a tener que pedir que el equipo ataque porque no le sale de dentro.