Ilie Oleart

Allardyce muta el ADN

La federación inglesa lanzó a bombo y platillo una nueva filosofía, basada en «el ADN inglés». La contratación de Sam Allardyce como seleccionador es una horrible mutación de esa propuesta.

«No estoy hecho para Bolton o Blackburn, encajaría mejor en Inter o Real Madrid”, afirmaba Sam Allardyce en 2010. “No tendría problemas para dirigir esos clubes porque ganaría un doblete o la liga cada año. Dame el Manchester United o el Chelsea y haré lo mismo”. Un par de años más tarde, Allardyce seguía quejándose a su manera de la falta de oportunidades en equipos grandes para los técnicos ingleses: “Jamás entrenaré a un grande porque no me llamo Allardici”.

Estas declaraciones, además de denotar un ego inusitado para un profesional cuyo máximo logro ha sido clasificar al Bolton para Europa y ascender al West Ham a la Premier League, encierran un par de revelaciones interesantes sobre el carácter de Allardyce. En primer lugar, en su libreto, el resultado es lo primero. No por casualidad habló de ganar ligas o dobletes y no de innovar tácticamente o de aplicar un estilo de fútbol determinado. En segundo, su creencia de que ser inglés constituye una losa para entrenar a un grande. En la selección inglesa, Allardyce por fin dispondrá de un equipo a la medida del talento que él cree que tiene.

Lo más chocante del nombramiento de Allardyce no ha sido que la federación haya apostado por él, sino las reacciones positivas entre algunos de los periodistas ingleses más reputados. John Cross, periodista del Mirror, argumentó que Allardyce aportaría “orgullo, organización y cierto sentido” antes de afirmar que era el único candidato inglés. Gary Lineker se aferró al mismo argumento: “Todos los países grandes tienen un técnico local. Así que Sam Allardyce es la mejor elección”. El más entusiasta fue el veterano Richard Keys, que se congratuló de “recuperar nuestro juego, redescubrir nuestro ADN inglés, no lo que esté de moda”.

Que Allardyce sea el mejor entrenador inglés del momento no habla muy bien de un país que produce mejores jugadores que entrenadores. Y no es que sea una potencia en la formación de estrellas mundiales, precisamente. La principal alternativa a Allardyce era Steve Bruce. Es como tener que elegir entre contraer la hepatitis o el sarampión.

Una de las críticas dirigidas hacia Big Sam es la ausencia de títulos en su carrera como técnico, a lo largo de la cual ha pasado por los banquillos de Blackpool, Notts County, Bolton Wanderers, Newcastle, Blackburn Rovers, West Ham United y Sunderland. Pero eso es lo de menos. Mauricio Pochettino tampoco ha conquistado ningún título como entrenador y pocos discutirán que habría sido una mejor alternativa. Esa no es la preocupación con Allardyce.

El nombramiento del técnico inglés es incoherente con la política que la federación inglesa lleva casi dos años impulsando. Desde sus cuarteles en Wembley y St George’s Park, los prebostes federativos nos han aburrido con su cuento del “ADN inglés”. Esa filosofía, presentada a bombo y platillo a finales de 2014, tiene como objetivo mejorar el rendimiento de los equipos ingleses en competiciones internacionales y se basa en cinco elementos, uno de los cuales es el estilo de juego. En su descripción se lee: “Las selecciones inglesas tratarán de dominar la posesión de forma inteligente, seleccionando los momentos adecuados para avanzar y superar al rival”.


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Sam Allardyce en 1998, durante su etapa en el Notts County (Laurence Griffiths/Getty Images).


La deficiencia a la que trata de poner remedio esta filosofía federativa es la incapacidad de los jugadores ingleses para competir tácticamente contra los mejores equipos del mundo. Una lacra que se arrastra desde las edades más tempranas. El fútbol base inglés, que sufre una carencia congénita de entrenadores formados e innovadores, se ha centrado tradicionalmente en el desarrollo de las capacidades condicionales y el aprendizaje de la técnica mediante la repetición en ejercicios analíticos. Mientras los alevines españoles, alemanes o franceses juegan a fútbol cinco o siete y ya están familiarizados con conceptos tácticos básicos como la permuta, la cobertura o el desmarque, los ingleses dan patadas a un balón con las dos piernas frente a un muro mientras se preguntan cuándo podrán largarse para echar un partido con sus amigos en el parque.

Si la federación realmente cree en el cambio de paradigma que está tratando de impulsar, la figura del seleccionador debe estar alineada con esa filosofía. Como entrenador del equipo nacional más importante, debe actuar como líder, como guía de esa transformación. Debe ser el faro y la inspiración que marque el camino para las selecciones inferiores y las escuelas de todo el país. Allardyce no puede ser esa figura.

El ADN de los equipos de Allardyce es el juego directo. La misión del portero y los defensas es enviar el balón al delantero centro cuanto antes. El balón no es un aliado, es una bomba antipersona que puede explotar en cualquier momento. Y cuanto más lejos esté, mejor. El delantero es el destinatario de melones, piñas, sandías y demás frutas exóticas que debe proceder a controlar aún a costa de su integridad física para, a continuación, contener las embestidas de los defensas rivales hasta que lleguen sus compañeros. Situados normalmente a unos tres kilómetros de distancia.

El problema de Allardyce no es su currículum, no. Es su estilo. Los mejores equipos del mundo apuestan por el fútbol asociativo o, cuando menos, un estilo basado en transiciones rápidas. Sin entrar en disquisiciones estéticas, ese ha demostrado ser el camino más eficaz hacia el éxito. Por supuesto, Portugal o el Leicester pueden conquistar títulos. Pero esa no es la norma. Y, sobre todo, no es el camino que la propia federación marcó antes de decidir tomar un atajo.

Fabio Capello tenía 61 años cuando fue nombrado seleccionador. Roy Hodgson tenía 64. Allardyce tiene 61. Ninguno de ellos reúne la edad ni las características requeridas para el puesto. Aunque sean capaces de lograr resultados con equipos de nivel medio, como la selección inglesa es a día de hoy.

Allardyce es un motivador. Un tipo que es capaz de convertir equipos mediocres como el Sunderland en bloques competitivos. A buen seguro, ganará partidos y clasificará a Inglaterra para las grandes citas. Es posible que incluso sea capaz de conducir al equipo hasta cuartos de final de la Copa del Mundo de 2018. Para ir más allá no hace falta un entrenador, haría falta resucitar a Harry Houdini.

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Ilie Oleart