Algo más de 1.700 kilómetros separan por carretera según Google al Wanda Metropolitano de Stamford Bridge. Sin embargo, Atlético de Madrid y Chelsea se sienten mucho más próximos desde que el fútbol europeo se ha encaprichado con entrelazar sus caminos en los últimos años. Dos clubes que hasta hace poco no tenían nada que ver se han acostumbrado a sentarse en la misma mesa, y no precisamente como amigos.
La irrupción en la élite continental del Atlético bajo las órdenes de Diego Pablo Simeone ha provocado que la entidad madrileña sea receptora habitual de interés por parte del Chelsea hacia varios de sus jugadores. Los Blues son en el Metropolitano sinónimo de peligro a la hora de negociar. Si les llama la atención un futbolista rojiblanco, el persuasivo dinero de Roman Abramovich es capaz de convencer incluso a los grandes baluartes del equipo. Fue en 2014, nada más proclamarse el Atlético campeón de España, cuando el conjunto londinense se ganó la etiqueta de enemigo público número uno: fichó a Diego Costa y Filipe Luis, y recuperó tras tres años cedido a Thibaut Courtois. De un golpe, habían metido mano en la columna vertebral rojiblanca para organizar una mudanza masiva de talento a Londres.

Esa puñalada en los despachos probablemente respondió también a una inevitable sed de venganza. No era para menos: ese mismo año, el Atlético les había eliminado en semifinales de la Champions League y les privó de la que habría sido su segunda final en tres temporadas. Paradójicamente, el desvalijado Atleti se recompuso y volvió a llegar al último escalón de la competición en 2016, pero en ambas citas la historia acabó igual: su vecino y máximo rival, el Real Madrid, levantó el trofeo más prestigioso del continente ante sus narices. Para el Chelsea nada sería lo mismo, y desde aquella semifinal de 2014 no han llegado más lejos de los octavos de final.
Por si la trama no tenía suficiente contenido, la traumática partida de Filipe Luis y Costa ha acabado en regreso con el paso del tiempo. El primero, cuya adaptación en Londres fue comparable a la de un esquimal en Benidorm, apenas tardó un año en arrepentirse y alistarse de nuevo en la armada de Simeone. A diferencia de su compatriota brasileño, Costa sí ha triunfado en Stamford Bridge y ha sido un digno sucesor de Didier Drogba durante sus tres temporadas vistiendo de azul. Con dos títulos de Premier League en la mochila, ha vuelto a casa tras una irreconciliable relación con Antonio Conte y la lluvia londinense.
Atlético y Chelsea se miran y se reconocen, porque en poco tiempo han tenido encuentros suficientes para saberse de memoria la cara del otro. Pero hay una dolorosa diferencia que los rojiblancos no pueden ignorar al observar a los Blues: ellos sí tienen la Champions League que el destino se ha empeñado en negar al club madrileño. Los dos saben lo que es perderla en una tanda de penaltis ante un rival nacional —el Chelsea, en 2008 contra el Manchester United; el Atlético, en 2016 frente al Real Madrid—. Sin embargo, un cabezazo en el último momento arrebató la gloria a los pupilos de Simeone… y del mismo modo se la dio a los de Stamford Bridge.
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Aquel remate de Drogba llevó la final de 2012 a la prórroga de la misma forma que Sergio Ramos lo hizo en 2014. Su efecto fue idénticamente devastador para sus rivales, que se veían campeones y no se recuperaron del shock en el tiempo extra. El fútbol es a veces tan radical que un segundo basta para cambiarlo todo: si esos dos testarazos se hubiesen desviado, hoy hablaríamos del Atlético como campeón de Europa y probablemente el Chelsea seguiría buscando desesperado su oportunidad de coronarse. Por eso, la rivalidad entre los dos equipos es también para los colchoneros una cuestión de celos hacia la fortuna: siempre que los Blues les visiten se preguntarán por qué la suerte eligió vestir de azul y no quiso pintarse de rojo y blanco.