Este miércoles, la federación inglesa sancionó a Joey Barton, el polémico centrocampista del Burnley, con 18 meses de inactividad y una multa de 30.000 libras por haber realizado 1260 apuestas entre 2006 y 2016 por un valor total de 205.172 libras, de las que perdió 16.708 (algo más de un 8%). Las normas de la federación sobre apuestas son tan estrictas como claras y todo jugador profesional las conoce: está prohibido apostar en cualquier partido de fútbol, tanto si juega en él como si no.
Cerca de cumplir los 35 años, Barton ha argumentado en un comunicado público que la sanción supone a la práctica su adiós al fútbol. Además, el jugador formado en el Manchester City alega que se trata de una adicción de la que ya está curado. Barton argumenta también que siempre apostó con su nombre real, es decir, jamás trató de esconderse bajo la identidad de otra persona. Sin embargo, lo cierto es que estuvo apostando durante diez años a pesar de conocer las normas.
El caso de Barton revela una hipocresía flagrante que afecta al fútbol desde sus inicios pero sobre todo en las últimas dos décadas, cuando la popularización de Internet provocó el nacimiento del juego on-line. Las casas de apuestas se han adueñado del deporte desde entonces, patrocinando equipos de fútbol, ligas, federaciones o directamente jugadores y entrenadores de fútbol. Una injerencia bienvenida por los receptores de su jugoso dinero pero peligrosa para la integridad del deporte.
Barton apostó desde 2006 a través de su cuenta en Betfair. Sin embargo, la casa de apuestas no denunció al jugador a la federación inglesa hasta diez años más tarde. Betfair alega que no era consciente de la existencia de las normas sobre apuestas de jugadores. ¿Una de las casas de apuestas más importantes del mundo no sabe que los jugadores ingleses no pueden apostar? ¿O es que la esperanza de ganar miles de libras con las pérdidas de Barton era más tentadora?
Las normas de la federación cumplen una doble función: por un lado, tratan de evitar que la ludopatía se convierta en un problema entre un colectivo, el de los futbolistas profesionales, con mucho dinero y demasiado tiempo libre; por otro, tiene por objetivo evitar que se adulteren partidos. Barton afirma en su comunicado que “me complace que mi integridad jamás se haya puesto en cuestión” en relación con la ausencia de apuestas sobre sus propios partidos. Olvida que en una ocasión apostó cinco libras a que su compañero en el Manchester City Georgios Samaras no sería el autor del primer gol durante un partido contra el Fulham en el que Barton también participó. ¿Qué habría sucedido si se encuentra en una situación de dos contra uno ante el portero con Samaras a su lado? ¿Le habría pasado el balón?
La misma federación que ha sancionado a Barton tiene a Ladbrokes como casa de apuestas asociada. La Football League está patrocinada por Sky Bet. Diez de los veinte equipos de la Premier League lucen publicidad de casas de apuestas en sus camisetas (incluyendo el equipo de Barton, claro). El dueño del Stoke City es Peter Coates, fundador de Bet365. El del recién ascendido Brighton es un jugador de póker y apostador profesional.
A través del caso Barton, la federación se ve confrontada una vez más a sus propias hipocresías. Si realmente quisiera enviar un mensaje claro y contundente contra las apuestas, no sancionaría a Barton sino que rompería sus vínculos con las casas de apuestas. En el caso de la Premier League, deberían hacer lo mismo con sus clubes. Pero, claro, el dinero es demasiado tentador. Es más sencillo sancionar a Barton y seguir mirando hacia otro lado.