A los que nos gusta el fútbol, y me refiero a los que realmente nos gusta, es decir, a esos que son capaces de despertarse a las tres de la mañana un martes de junio para ver un partido amistoso o viajar para apoyar a su equipo en un partido de primera ronda de Copa, tenemos jugadores por los que sentimos una afinidad especial. Jugadores que, a pesar de no conocer personalmente, nos parecen poco menos que amigos íntimos. A lo largo de mi vida, he ido coleccionando varios de esos. Uno de ellos es Javier Hernández.
La primera vez que vi al Chicharito fue en un partido de la segunda división mexicana. Yo estaba trabajando en un club de la misma división y me tragaba todos los partidos que podía. Así descubrí al pequeño Javier, un delantero delgado con cara de niño que ya destacaba en Coras Tepic, el equipo filial de las Chivas. Aquello debía ser hacia 2005. Un par de años más tarde, me lo crucé en persona.
El club en el que yo trabajaba quería imitar el concepto de club deportivo de las Chivas, así que el presidente me envió a Guadalajara para que el director general del club me mostrara las instalaciones. Durante la visita, nos topamos con el primer equipo en el gimnasio. Y allí estaba él. Había ganado corpulencia desde la primera vez que le había visto pero el tiempo no había logrado borrarle los signos de la niñez del rostro.
La siguiente vez que vi a Chicharito en persona ya era una estrella. Fue en 2010 en Sudáfrica. El delantero de las Chivas había marcado 11 goles en el Apertura 2009 y otros 10 en el Bicentenario 2010, lo que había despertado el interés de media Europa. El Manchester United fue el más rápido o el más convincente y selló su fichaje antes de acabar la temporada. Así que cuando se presentó en el Mundial, ya era jugador del United de Sir Alex Ferguson.
Para aquel entonces, Chicharito ya había escapado a la larga sombra de su padre. Javier “chícharo” Hernández fue un jugador con una larga carrera en los años 80 y 90 que le llevó por Tecos, Puebla y Monarcas entre otros. Su hijo Javier Hernández Balcázar no solo heredó las dotes futbolísticas de su padre sino también su apodo, pero en forma de diminutivo. Así, el hijo del chícharo (un guisante para los españoles) se convirtió naturalmente en el chicharito (es decir, el guisantito). Una costumbre muy latinoamericana como el caso del burro y el burrito Ortega atestiguan.
Recuerdo varios detalles de aquella noche en Polokwane, una pequeña ciudad al noreste de Johannesburgo, donde México y Francia se dieron cita para su segundo partido en el Mundial. Para empezar, el frío glacial que tuve que soportar tras prestar mi chaqueta en un acto de caballerosidad que casi acaba con mis huesos en el hospital víctima de una hipotermia. Recuerdo también que un par de sudafricanos sentados a mi lado me preguntaron a medio partido qué gritaban los aficionados mexicanos cada vez que el portero rival sacaba de portería. No quise manchar el buen nombre del fútbol (o lo que quede de él) ni la buena reputación de los aficionados mexicanos diciéndoles la verdad, así que salí por la tangente con un vago “nada bonito”. Pensé que decirles que le estaban llamando “puto” no ayudaría a propagar el interés por el fútbol en Sudáfrica. Ni a deshacer la idea de que los aficionados no somos más que una panda de bárbaros.
Pero lo que recuerdo por encima de todo es el gol del Chícharo para adelantar a los mexicanos, que se produjo en el lado del campo en el que yo estaba. Y recuerdo pensar que aquello era histórico, era el primer gol en un Mundial del Chicharito y yo estaba ahí para presenciarlo en directo. Esa era la fe que tenía en sus cualidades.
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Sus primeros meses en el Manchester United no hicieron más que reforzar la creencia de que el Chicharito tenía algo especial. Un aura, un don, algo místico para hacer cosas inesperadas en momentos inesperados. Su primer gol oficial en Inglaterra llegó en su primer partido, la Community Shield de 2010 ante el Chelsea. Con 1-0 en el marcador a favor del United y menos de un cuarto de hora por jugar, Antonio Valencia arrancó por la banda derecha y puso un centro raso para que Chicharito marcara a placer. Aunque el balón se le quedó atrás, logró impactar con la pierna derecha, dirigiendo el balón hacia su propia cara y, en última instancia, al fondo de la red. Un gol extraño, cómico, que acabaría siendo decisivo en el triunfo final.
Apenas dos meses más tarde y con Wayne Rooney en Dubai meditando sobre su futuro en el club, el mexicano marcó un doblete en Stoke-on-Trent, de entre todos los lugares. Uno de ellos, además de ser uno de los goles más extraños vistos nunca en la Premier League, le define como delantero. Un centro desde la izquierda le sorprendió con su espalda a portería. Lejos de intentar controlar el esférico o darse la vuelta, Chicharito inventó el remate de cabeza de espaldas. No importa de dónde venga el balón, con qué fuerza lo haga o en qué posición se encuentre Chicharito. Siempre hallará la forma de dirigirlo hacia la portería rival.
A pesar de marcar 13 goles en liga en su temporada de debut en Old Trafford y de conducir al Manchester United a la final de la Champions League en Wembley ante el Barcelona, donde fue titular, Chicharito fue transformándose a ojos de Ferguson en la versión moderna de Ole Gunnar Solskjaer. Es decir, un delantero fiable para los trofeos menores, los minutos de la basura y situaciones de emergencia que, además, jamás ponía una mala cara. Hasta que las oportunidades pasaron de escasas a inexistentes.
El mexicano jugó cedido en el Real Madrid en 2014-15, donde su rendimiento fue correcto un vez más, como atestiguan sus siete tantos en liga o su decisivo tanto ante el Atlético de Madrid en la Champions League que abrió las puertas de las semifinales para los madridistas. Pero la competencia en el Real Madrid es feroz y Chicharito quería jugar.
Fue así como acabó en el Bayer Leverkusen, donde marcó 17 goles en su temporada de debut, solo superado por tres pesos pesados de la Bundesliga como Robert Lewandowski, Pierre-Emerick Aubameyang y Thomas Müller. El club acabó en tercer lugar y entró en la Champions League. Esta temporada, las cosas no han ido tan bien ni para Chicharito ni para el club. El mexicano se ha quedado en once tantos y el club ha vagado por la zona baja muchos meses. Con 29 años, era el momento de cambiar de aires. Y volver a la Premier League era la opción más atractiva. Convertirse de nuevo en «little pea«.
En el West Ham, el Chicharito hallará un entorno más que propicio para explotar sus características. Juegue con tres o cuatro defensas, a Slaven Bilic le gusta que los laterales o carrileros ganen línea de fondo para centrar. De ahí que Andy Carroll sea su referencia atacante (al menos cuando no está en la enfermería… es decir, poco tiempo). Hernández es un animal de área, un rematador. Es exactamente el perfil que buscaba Bilic, que antes había puesto su mirada en Olivier Giroud, un destacado cabeceador.
Además, el West Ham es un club al alza. A pesar de la caótica temporada de debut en el London Stadium, el club se halla en una situación financiera boyante, ha demostrado su ambición este mercado de fichajes con las incorporaciones de Joe Hart y el propio Chicharito, y quiere codearse con los grandes ingleses a medio plazo. Chicharito es el primer paso hacia ese futuro.