Cuando supimos que el Colombia-Inglaterra se iba a decidir por medio de los penaltis, la negatividad se adueñó de nuestras esperanzas más ligeras de que los Three Lions pudieran pasar de ronda. Y es que, la selección inglesa nunca había conseguido ganar una tanda de penaltis en un mundial, y por si ese peso psicológico fuera poco, no pasaba de octavos desde 2006, hace doce años. Con todas estas estadísticas en nuestra cabeza, sabíamos que los ingleses volverían a casa al día siguiente. No se trataba de una falta de fe y confianza en ellos, sino de una intensa y experiencia viviendo sus constantes fracasos en este tipo de competiciones.
El gol de Yerri Mina en el descuento había noqueado moralmente a los muchachos de Gareth Southgate y elevado al éxtasis a sus contrarios que, con una Inglaterra muerta en combate, olían de cerca una victoria ante unos ingleses que necesitaban un camión de oxígeno si pretendían sacar algo de provecho en el tiempo extra. El cansancio se hacía notar y parecía que lo peor podía ocurrir en cualquier contraataque cafetero.
Colombia no había generado mucho peligro durante los 90 minutos del encuentro y la puntería tampoco había sido su aliada. Inglaterra había sido mejor que su rival, pero tampoco conseguía adelantarse en el marcador: Raheem Sterling y Jesse Lingard no sorprendían ofensivamente a los cafeteros, Dele Alli estaba desaparecido, Harry Kane tenía que bajar a ayudar a sus compañeros a recuperar balones, por lo que rara vez se encontraba en una posición a través de la cual pudiera llegar a crear peligro… parecía que, a pesar de la superioridad que el conjunto inglés estaba ejerciendo en el terreno de juego, la historia pretendía seguir su curso.
Sin embargo, un penalti sobre Kane en el minuto 57, convertido por el mismo, acabó por realizar la tarea más difícil para los Three Lions: marcar el gol y esperar. Cuando Inglaterra lo tenía todo de cara para poner sus cartas sobre la mesa y cerrar el partido, ocurrió lo que lleva pasando desde que comenzara el torneo, o desde épocas prehistóricas. Los jugadores de Southgate no aguantaban más en el campo a pesar de no haber jugado contra Bélgica el último encuentro de la fase de grupos y se relajaron. El dominio cafetero se estaba gestando, y como todos nos olíamos, Colombia empató a dos minutos de que los Three Lions pudieran entonar con fuerza su “It’s coming home”.
Fue entonces cuando supimos que este partido se iba a decir por medio de la pena máxima, algo en lo que los ingleses no son, ni por casualidad, unos expertos. Inglaterra y los penaltis es un poco como cuando mi madre me dice que me saque partido, que valgo mucho y todo ese tipo de frases motivacionales que una madre entona a sus hijos cuando ve signos de falta de autoestima. Pero de donde no hay, no se puede sacar. Lo mismo ocurre con los Three Lions, tantas decepciones en penaltis no nos ayudaban a augurar un desenlace positivo para nuestros leones. Los peores pensamientos se colaron en nuestra cabeza y muchos ya comenzaban a calibrar qué iban a decir una vez que la eliminación se confirmara. Los periodistas preparaban sus crónicas descafeinadas y Twitter comenzaba la cuenta atrás para ser un hervidero de decepción, sarcasmo e imágenes desoladoras.
No os voy a resumir cómo se vivió la tanda de penaltis en la redacción de La Media Inglesa ayer porque, sinceramente, no me acuerdo. Está todo borroso y solo tengo alguna pincelada de lo mal que lo pasamos. Después de que Jordan Henderson fallara el suyo, una corazonada nos dijo que apagáramos la tele, que esto se había acabado y que Inglaterra volvía a caer en penaltis. Sin embargo, ni siquiera nosotros podíamos llegar a imaginar qué era lo que iba a ocurrir a continuación. Nadie lo sabía y por eso el momento fue tan especial como heroico.
Jordan Pickford iba a escribir su nombre en la historia y le iba a parar el penalti a Carlos Bacca, algo que ningún guardameta inglés conseguía hacer desde David Seaman en el 1998. Era ahora o nunca. Si Inglaterra marcaba conseguía matar dos pájaros de un tiro, y si fallaba, volverían las dudas, los fracasos y los fantasmas que llevan persiguiéndoles desde épocas ancestrales. Eric Dier se disponía a hacer historia o a continuar la que ya estaba escrita. Nadie quería mirar. Nadie confiaba en la buena suerte o en la templanza del jugador. Pero Dier consiguió que el balón traspasara la línea de gol y las celebraciones estallaron.
Lo inesperado había ocurrido e Inglaterra había conseguido, no solo cerrar su pase a cuartos del mundial, sino acabar con unos delirios que tenían como protagonista a los penaltis. Y entonces todo cobró sentido. Los “50 years of hurt”, las lágrimas de Gazza, el gol fantasma de Lampard. Todo. Quizá la clave residía en este grupo de jugadores jóvenes, una de las selecciones que, sobre papel, no ha conseguido convencer a muchos, pero que ha demostrado no tener miedo a dar el paso que los Three Lions llevaban buscando desde el 66. Un grupo de futbolistas que han sabido manejar la presión y conducir las expectativas a su propio terreno y con cautela.
Después de lo vivido ayer, la única que quiere volver a casa es la copa. Inglaterra lo tiene todo de cara para hacer historia. Es ahora o 50 años más de sufrimiento para volver repetir todo el proceso, toda la regeneración. Su próximo rival, una Suecia matagigantes y organizada que no le pondrá las cosas fáciles. Su principal enemigo: su juego. Después de cuatro partidos Inglaterra sigue sin convencer en materia de organización, táctica e ideas. Sin embargo, la euforia está nublando todas esas dudas y diciéndonos, con prudencia, que ha llegado la hora. Es el momento de que ocurra, y pase lo que pase el sábado, la revolución ha comenzado y tiene a los chicos de Southgate como protagonistas.