1. El golpe de gracia otra vez edulcorado
La forma en la que la temporada del Liverpool está descendiendo desde el olimpo está siendo sutilmente cruel; inesperada pero reafirmada con su partido ante el Everton. La gran fiesta, la gran e incesante celebración del súper Liverpool iba a tener lugar a lo largo de los últimos meses de la temporada. Pero entonces cayeron en Watford, porque no puedes esquivar eternamente a la caída. Y luego el prestigio, la posibilidad de una de las mejores temporadas de la historia del fútbol europeo de élite, se destruyó ante nuestros ojos nerviosos contra el Atlético de Madrid. Una derrota de profundo calado si se trataba de ser “el mejor”, no sólo de la temporada, pero de siempre jamás.
Luego, acto seguido, ocurrió lo que todos hemos vivido en los meses desde entonces. Ahora, lo único que nos interesa es haber vuelto, pero ¿qué es exactamente este Liverpool en espera de su título de Premier League? Sigue siendo una obra brillante de ingeniería futbolística, pero parece que también el equipo “mortal” de justo antes de irnos de vacaciones forzadas. Un equipo invencible y cuyo logro puede quedar tan aguado que nunca logremos comprenderlo en su merecida medida. Porque fue el regreso a la normalidad, pero para “nueva normalidad” la que el Liverpool empezó a crear en el comienzo de la temporada 2018-2019 y que se había extendido hasta unas longitudes insospechadas, ganando, ganando y ganado. Un equipo no puede simplemente ganar siempre. Pero los chicos de Jürgen Klopp lo hicieron. Durante mucho tiempo. Pero lo de este pasado domingo en Goodison fue la adopción de la narrativa de todo lo que marca al mundo ahora mismo y no de su propia historia de grandeza. Hasta cierto punto sabíamos que iba a suceder. Sin embargo, si llegan a salir y ganar por 0-4 la narrativa hubiese vuelto a adherirse a ellos y a su travesía de incesantes victorias que escaso precedente ha conocido.
Lo que vimos fue el clásico sopor del derbi de la ciudad, que nunca (o desde 2010) gana el Everton, que siempre es relativamente competido pero siempre en el mal sentido del concepto. Porque cualquiera de los dos equipos podría habérselo llevado, ese botín de prestigio fraternal, pero nunca pareció que ninguno de los dos pudo en realidad hacerlo. Y cuando los noventa minutos, las patadas a Richarlison o la general superioridad del Liverpool llegaron a su fin, los Reds habían visto su potencial victoria, su golpe de gracia para ser coronados campeones el miércoles, se había difuminado. Toda la inercia del tren de mercancías de alta velocidad ya ha sido perdida. Y cuando levanten el trofeo de ganadores, puede que ante el Manchester City en el Etihad, posiblemente la magia haya vuelto. Pero la injusta edulcoración ya se ha producido.
2. Incluso en pequeños desniveles
Las paredes se acercan la una a la otra, el tiempo se agota, la calidad nunca es suficiente y el Norwich volvió peor incluso de lo que se fue al parón. Hemos vuelto, con casi todo con lo que nos fuimos, quizás si acaso un poco más rotos. En Daniel Farke, sin embargo, nunca lo notarías. El aura que se desprende de él nunca es esquivo, aunque sea tan particular. Incluso después de cero-treses como el de este viernes, hay algo que te hace creer en él, en su franqueza, en los bajos tonos de su incuestionable ambición.
Porque intentar lo han intentado. En el partido en el que volvieron a escena, la igualdad, el grueso ritmo de partido, nos hacía vaticinar un halo de competitividad; pura y limpia, pero llevada por el viento, arrastrada a una callejera corriente de agua y desaparecida por una alcantarilla. Lo novel de la vuelta no iba a poder protegerles y Danny Ings ya se encargó de asegurarlo. Pero por si quedaba alguna duda, Stuart Armstrong y Nathan Redmond marcaron también.
Porque el Southampton tiene su propio glosario de taras, pero cómo Ralph Hasenhüttl las ha unido para hacerlas brillas y las ha reafirmado unidas a través del parón, no ha dejado de generar su asombro. Así como el trágico asombro de cada robo, de cada acelerada transición en la que el Norwich lo intentaba con su deficiente estructura, centrada y concentrada sobre su dúo de medio centros. Pero en realidad eran también la defensa y el ataque. Porque hasta cuando el desnivel puede no parecer tanto, en casa, recién regresados de tres meses de pausa, cero-cero al descanso, el Norwich tampoco consigue competir al duro nivel de la Premier League.
3. Quienes están preparados
¿Y cuál es la diferencia en el ambiente del London Stadium ahora y lo de antes? Jaja, qué broma tan genial y original, ¿eh? Aunque más allá de la ocurrencia, la parcialmente-seria respuesta es la ausencia de intranquilidad, del siempre presente nerviosismo alrededor de un club y dentro de esta fría caldera ovalada. Resulta, en cualquiera de los casos, que nada de ello era realmente influyente en el mal rendimiento del equipo. Lejos, o relativamente, quedan aquellos extraños tiempos (Marzo de 2018) en los que un aficionado saltó al campo para arrancar uno de los banderines y clavarlo en el círculo central como si de alguna indescifrable reconquista se tratase.
Flamantes fichajes ese inmediatamente posterior verano calmaron las aguas como todo “buen equipo” calma las aguas. Pero la disfuncionalidad con (poco) tiempo volvió a impregnar a un club profundamente incompetente. Y así, pandemia de por medio, llegamos al partido de este pasado sábado, contra un equipo de cuestionables conductas éticas-deportivas pero de incuestionables capacidades administrativas e institucionales. El Wolverhampton está brillantemente gestionado y ello se filtra y se filtró hasta la cómoda victoria ante el West Ham. Un encuentro espeso, marcado por una búsqueda interminable de ritmo, pero de alguna forma resulta redundante decirlo porque todos los partidos de esta “primera” jornada fueron coartados por ese mismo hecho; a diferentes grados, por supuesto, pero todos ellos notables.
Y aunque no un choque obviamente desparejado (a fin de cuentas, sumas la calidad bruta de ambas plantillas y la del West Ham posiblemente sea mayor), pero de una manera sutil, fue claro quién era el mejor y quien estaba mejor preparado. Lo estaba antes de todo esto y lo está ahora. Y esos son los Wolves. Porque cuando lo necesitaron, salió Adama Traoré para “jugar” con lo que quedaba de la defensa y arrasarla a su antojo y salió Pedro Neto para marcar uno de los goles de la jornada. Cuando el West Ham necesitaba ganar, simplemente sucumbió.
4. Insuperables catástrofes
Nadie proyecta pánico existencial como lo hace el Arsenal. Si no es por culpa suya, es por la de otros, pero la extracción final es que siempre le persigue. Es parte de él y a un nivel paródico que nadie realmente sospechaba pero que a nadie sorprende. Porque una cosa es perder con el Manchester City, una cosa es perder con el Brighton, pero otra es hacerlo de la forma en la que lo ha hecho el Arsenal. Sin ser capaces de mantener decencia en las imágenes o de no caer en la más humillante iteración. Pero además con la más absoluta destrucción: la de tres jugadores. Y también del complejo personaje que da forma a ese chico llamado David Luiz.
La inquietante derrota contra el Brentford en un inofensivo amistoso despertó algunas distantes alarmas; cuando los partidos empezaron a contar, los oídos de cualquier testigo comenzaron a sangrar. Y los huesos de Granit Xhaka, Pablo Marí y Bernd Leno, el más indispensable del grupo y posiblemente de todo el equipo, se partieron. Un horror casi distópico. Desgracia sin causa ninguna y toda dirigida al Arsenal. Al menos al Brighton parecieron camino de ganarle, como era normal, como era esperado, como era exigido. A fin de cuentas, el Arsenal llevaba desde Noviembre de 2015 sin perder un partido en la franja horaria del sábado a las 3:00 de la tarde, hora local. La diferencia, aunque intranscendente, es que este partido fue el primero televisado en Inglaterra de todos ellos.
Y después de la destrucción y consecuente incomparecencia de David Luiz, sancionado, otra unión de los caminos de la desgracia se produjo, esta vez en Neal Maupay cometiendo uno de esos derribos sin mala intención pero temeraria y que en fútbol nunca son falta pero que probablemente deberían serlo. Y Leno se partió la pierna en el aterrizaje. Leno señaló desde la camilla a Maupay y Twitter Arsenal ya tiene sustituto en el papel de supervillano que una vez encarnó el Stoke City de Tony Pulis y más concretamente Ryan Shawcross. Y aunque marcaron los Gunners, los locales fueron marginalmente mejores y ganadores con un gol de Maupay en el último instante de relevancia.
5. Un mundo que se escapa
Así como la cordura parece quedarse atrás, mordiendo el polvo, en este mundo de extrañas y caóticas características, hay un equipo de la Premier League al que le está pasando lo mismo. A nadie más que al Bournemouth de Eddie Howe. Tan cerca, tan olvidado ahora ese siguiente nivel al que él individualmente estaba destinado a subir. Todo equipo de fútbol se acaba. La corriente empuja con fuerza y, sobre todo, en contra. Lo hace y lo ha vuelto a hacer en el regreso. Una oportunidad tan grande, tan limpia, con el lienzo en blanco. O al menos queríamos verlo blanco. Pero blancas sólo estaban nuestras mentes, nuestra ilusión virgen. Pero ya estaba el Crystal Palace para eso. Para quitarnos los sueños, para hacerlos despertar sobre alambre de espino.
Si algo pareció más normal que en cualquiera de los otros partidos fue el hecho ese del que igual no te has dado cuenta: no hay gente en las gradas. Pero en Bournemouth no pareció tan evidente, tan imposible de ignorar, y fue porque su estadio es lo más cercano que tiene la Premier League al más normal escenario de un solteros contra casados. Por supuesto, el Vitality Stadium es mucho más que eso. No obstante, cuanto más pequeño el estadio, menos raro es todo. Porque más cerca de la tierra y del resto de los mortales, del mundo “real”, sientes la situación. Y una bofetada de realidad es lo que Luka Milivojevic no tardó en efectuar sobre las resecas cerezas; golazo de falta. Después de todo, resulta que los problemas del Bournemouth cavan muy hondo. Todo se ha difuminado para ellos. Cuando hasta Jordan Ayew marca con la facilidad con la que lo hizo, la fórmula es errónea en algún punto.
Porque cuando Wilf Zaha encontró con el balón a un Patrick van Aanholt doblándole, sabías que venía ese pase subsiguiente, de cara para Ayew, y sabías que iba a ser gol. Es que se veía a kilómetros. Y nunca hubo respuesta merecedora de nada más que de una derrota. Porque lo que ya no se ve es nada del mejor Bournemouth de los últimos años. Siempre habían sido ese meme del caballo impolutamente dibujado hasta que va avanzando y se convierte en el más básico dibujo posible. El equipo lo representaba de adelante hacia atrás, con un habilidoso y capacitado ataque, una defensa directamente sacrificada.
Pero el dibujo se ha quedado expuesto a los elementos, al girar del mundo, y la lluvia ha hecho que toda la tinta se haya corrido. Y lo peor es que nadie encuentra el lápiz.