Cuando José Mourinho volvió a Stamford Bridge en 2013, heredó un equipo hecho jirones. A la exitosa etapa de Carlo Ancelotti entre 2009 y 2011 sucedieron dos años caóticos en los que el club conquistó la Champions League pero estuvo regido por la inestabilidad. André Villas-Boas, Roberto Di Matteo y Rafa Benítez ejercieron de puente entre Carletto y Mourinho.
Esa inestabilidad deportiva es la que explica que la plantilla heredada por el técnico portugués estuviera desequilibrada, envejecida y adoleciera de una flagrante falta de talento en algunas líneas. Dos fueron las principales áreas de mejora detectadas por Mourinho: el centro del campo y la delantera. Para solventar el primero de esos problemas, el portugués fichó a Nemanja Matic ese mismo enero de 2014 y a Cesc Fàbregas el verano siguiente. Junto al centrocampista catalán llegó también el delantero llamado a resolver la falta de gol del Chelsea: Diego Costa.
En la primera temporada de Mourinho, Samuel Eto’o fue el delantero del Chelsea que más goles marcó en liga (9), seguido de Demba Ba y Fernando Torres (ambos con cinco). En la plantilla también estaba un joven Romelu Lukaku que no logró anotar en los 41 minutos de Premier League que disputó. En verano, Mourinho se deshizo de todos ellos y contrató a Diego Costa. Para darle descanso, el portugués también incorporó a Loïc Rémy y Didier Drogba.
Costa fue un éxito inmediato en el equipo de Mourinho. La sociedad formada con Fàbregas fue una de las claves del título de liga. El centrocampista catalán dio 18 asistencias en liga aquella temporada, gran parte de las cuales tuvieron como destinatario al hispanobrasileño. Gracias la presencia de Matic a su lado, Fàbregas gozó de libertad para aproximarse a la zona de ataque y nutrir a Costa, que acabó con veinte goles en liga a pesar de una sanción de tres partidos por un pisotón a Emre Can en un partido contra el Liverpool de Copa de la Liga y a una lesión en la recta final de la temporada.
En su segunda temporada, Costa fue víctima del errático rendimiento de todo el equipo. Exhausto por el regreso a la competición europea y lastrado por los conflictos internos del vestuario, José Mourinho acabó dejando su puesto y Costa se quedó en solo doce goles. El bajón de forma de Fàbregas (7 asistencias) y Hazard (3), desaparecido hasta el mes de abril, dejaron a Costa sin asistentes y sin goles. Frustrado por la marcha del equipo y el rendimiento propio, el jugador de Lagarto prodigó sus conflictos extradeportivos. Un incidente con Gabriel durante un Chelsea-Arsenal acabó con una sanción de tres partidos y a final de temporada vio la primera tarjeta roja con la camiseta del Chelsea tras otra trifulca con Gareth Barry que le costó otros tres partidos.
La llegada de Antonio Conte insufló nuevos ánimos en el delantero hispanobrasileño. A pesar de sus diferencias personales, Costa lideró de nuevo con puño de hierro el ataque del Chelsea. A pesar del cambio de sistema al 3-4-3 y a la suplencia de su socio favorito, Cesc Fàbregas, Costa alcanzó de nuevo la veintena de goles en liga. Los servicios laterales de los carrileros Marcos Alonso y Victor Moses, y el acompañamiento de Eden Hazard y, sobre todo, Pedro, permitieron a Costa recuperar su mejor versión y conquistar su segunda liga en tres años en Stamford Bridge.
A pesar de sus conflictos sobre el terreno de juego y su carácter díscolo, Diego Costa debe ser considerado como uno de los grandes delanteros del Chelsea en la era Premier League. Solo seis jugadores superan la marca de 52 goles en liga de Costa (Lampard, Drogba, Hasselbaink, Zola, Hazard y Gudjohnsen) y pocos pueden presumir de haber sido el máximo goleador en dos de las cinco Premier League de los Blues.
Si Drogba es, sin lugar a dudas, el delantero más letal que se ha enfundado la elástica del Chelsea en esta era, debemos situar a Costa en el escalón inmediatamente inferior, con delanteros del calibre de Jimmy Floyd Hasselbaink, y muy por encima de otros como Nicolas Anelka o Tore Andre Flo. Su salida por la puerta de atrás, declarándose en rebeldía y enfrentado públicamente al entrenador, quizás lastre su legado en Stamford Bridge. Pero Costa no le debe nada al Chelsea. Al contrario.
Como suele suceder en estos casos, serán sus sucesores los que hagan grande o empequeñezcan la figura de Costa. En este sentido, Álvaro Morata afronta un difícil legado. No solo llega a un equipo que aspira a reeditar el título de liga sino que debe cubrir el enorme vacío dejado por un tipo que ha anotado veinte goles en liga en dos de sus tres temporadas. Al borde de los 29 años (los cumple en octubre), vender un jugador descartado por el entrenador y que se quiere marchar por 60 millones de euros es, indudablemente, una operación financiera redonda. Deberemos esperar a mayo para saber si también lo ha sido deportivamente.