Nacho González

Condenados a una montaña rusa

El Chelsea volvió a ser contra el Barcelona ese gigante imperfecto que es incapaz de separar sus aciertos de sus errores: todo triunfo parece predestinado a ser acompañado de un fracaso posterior. Ejecutaron el plan punto por punto, pero no lograron escapar de su identidad bipolar. Y ahora la vuelta se presenta como un reto de dificultad extrema.

Ser del Chelsea es vivir subido a una montaña rusa, tanto por los sobresaltos del trayecto como por la nacionalidad de su arquitecto. Desde que Roman Abramovich se apoderó de la entidad en 2003, la exclusividad del barrio londinense al que pertenecen los Blues se ha trasladado a su forma de ver el fútbol: pueden comprar lo que se les antoje. Pero la estabilidad no se mide en millones de libras. Y es que el club, a pesar de su fornido músculo financiero, no vive instalado en el éxito, sino más bien de alquiler. Los noventa minutos de la ida de octavos de Champions League contra el Barcelona han sido la mejor demostración de que el azul en Stamford Bridge adopta muchos tonos y nunca se define entre la brillantez y la oscuridad.

La liga de los 95 puntos con Mourinho, el resbalón de Terry en Moscú, la Champions de 2012, la caída a Europa League —y consecución del título— al año siguiente, el regreso al trono de Inglaterra en 2015 y la debacle posterior para volver a levantar el vuelo en 2017. El Chelsea es un estado de ánimo bipolar y parece estar condenado a ser así porque lo lleva tatuado en su identidad moderna. Ante el Barça, los hombres de Antonio Conte se armaron de autoestima para convencerse de que eran capaces de ser superiores al equipo que les había brindado sus mayores penas y alegrías: el gol de Andrés Iniesta del 2009 en una mano, el de Fernando Torres para certificar la final de Múnich en la otra. Y, a pesar de arrastrar una temporada de altibajos, fueron mejores, al menos en la ejecución de su plan. Pero el Chelsea es un gigante imperfecto y ha vuelto a hundirse en su propia desgracia.

Arriesgar con Eden Hazard como falso nueve funcionó. Willian cuestionó los argumentos de su falta de minutos cada vez que se dejó caer desde la banda hacia el interior para desesperar a la defensa culé, hasta convertir el gol que dos veces le habían negado los palos. N’Golo Kanté sujetó al equipo como si no pesara y la zaga se las apañó para contener a Luis Suárez y Leo Messi. Los Blues, sin embargo, son incapaces de conseguir que a sus aciertos les sigan más aciertos. Parece que siempre que algo sale bien hay una zancadilla esperando a que den el siguiente paso. Aun rozando la perfección que Conte había demandado en los días previos al partido, la montaña rusa volvió a bajar con una brusquedad a la que Stamford Bridge todavía no se acostumbra a pesar de la experiencia.

Los éxitos y los fracasos del Chelsea van de la mano y se agarran fuerte para no soltarse. La liga que levantaron el año pasado no se entiende sin su descalabro en el curso 2015-2016, que les sacó de competiciones europeas y acabó siendo clave en el triunfo posterior gracias a la descarga de partidos respecto a los demás rivales, que sí tuvieron que partirse la cara entre semana por el Viejo Continente mientras los Blues descansaban. Y contra el Barça lo negativo se abrió paso entre tanto acierto con un inocente pase de Andreas Christensen que fue a parar precisamente a las botas con menos inocencia que había sobre el campo: las de Iniesta y Messi. Con espacio suficiente para que uno asista y el otro ejecute, lo que era hasta entonces una estrategia eficaz se transformó en un gol de desventaja para el encuentro de vuelta.

Fueron los de azul quienes se retrataron a sí mismos como lo que son, un equipo incapaz de triunfar sin que eso implique un tropiezo a continuación. Puede que la sensación de marcharse con las manos vacías habiendo hecho todo bien sea una de las más amargas con las que marcharse del campo, pero ya no les queda otra que digerirla. Y si quieren inspiración para una vuelta que se presume complicada hasta el extremo, que repasen lo que ocurrió en 2012. Más difícil que aquello es imposible que sea.

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Nacho González