Siento una profunda y honesta admiración por el responsable del departamento de comunicación del FC Barcelona. Contra todo pronóstico, cada vez que solicito una acreditación para acudir al Camp Nou, logra dar con una nueva excusa. Nuestro intercambio de correos electrónicos se ha convertido en un entretenido juego del gato y el ratón con el mismo desenlace inevitable. A lo largo de los últimos años, su rechazo se ha justificado en “la avalancha de peticiones para el partido”, “la prioridad de los medios que acuden regularmente” o incluso “la falta de espacio para prensa” (sutil transformación de la primera).
Pedir una acreditación es como intentar ligar en una discoteca: hay varias estrategias. Conozco periodistas freelance que piden acreditaciones como si estuvieran pescando con red. Es decir, tratan de acreditarse para todos los partidos de todos los clubes con la esperanza de maximizar sus posibilidades de éxito. Tenía un amigo que durante una noche era capaz de entrar a una veintena de chicas («alguna acabará diciéndome que sí»). Otros, como yo, somos más selectivos y solo lo intentamos en contadas ocasiones. En casos como este, con escasos resultados.
Ante la negativa del club, me vi obligado a recurrir a mis contactos para poder acudir al partido entre Barcelona y Manchester City. Ahí no tuve tantas dificultades. En realidad, es mucho más divertido ver un partido como público que como periodista en la zona de prensa. Sobre todo porque permite captar el auténtico ambiente en el campo. Además de poder tomarse un par de gin-tonics con los amigos antes del partido sin tener que soportar las miradas de reproche de los compañeros de profesión.
Hacía tiempo que no acudía al Camp Nou (desde el último Barça-City, de hecho) y me impresionó una vez más la cantidad de turistas que acuden en masa al coliseo azulgrana. Con el Camp Nou sucede lo mismo que con los barrios del centro de la ciudad: los turistas han echado a los locales. En Ciutat Vella, uno de cada dos pisos está destinado al turismo. Al ritmo que va la cosa, puede pasar lo mismo con los asientos del Camp Nou en breve. Pero, claro, al club ya le va bien: el turista paga más por las entradas, se deja un dineral en la tienda y no perdona la visita al museo y las instalaciones (“Camp Nou Experience”, le llaman ahora). Ir a un gran estadio europeo hoy en día es como ir a Zara: encuentras los mismos productos, la misma distribución y la misma gente. La experiencia de acudir a Old Trafford, el Emirates, el Camp Nou o el Allianz Arena es prácticamente idéntica. Con bufandas dobles incluidas.
En el asiento contiguo al mío se sentó un acérrimo aficionado culé, de los que llaman a los jugadores por su nombre de pila y tienen la deferencia de hacerlo en su idioma materna (“vamos, Leo”, “cony, Gerard, fot-la fora”) y gesticulan dando instrucciones tácticas como si estuvieran en la banda.
Este aficionado (la hilaridad que me provocó los primeros quince minutos se transformó en un insoportable dolor de cabeza a los cincuenta y en un odio profundo a los ochenta y cinco) me permitió entender el sentir general de la afición culé estos días respecto a los temas más candentes de la previa. En algunos medios se insinuó que algunos aficionados del club eran más guardiolistas que culés y podían incluso desear que ganara el City, una afirmación que mi molesto compañero no tardó en disipar tras achacar la supuesta violencia de los jugadores del City a las órdenes directas de Guardiola (“Per això has tornat, fill de puta?”).
La noche sirvió para dar la razón a Luis Enrique y Robert Fernández sobre qué portero debía vender el Barça. Mi compañero no pudo resumirlo mejor con sus cánticos hacia Bravo (“tonto, tonto” tras su expulsión) y Ter Stegen (eeeh… “Ter Stegen, Ter Stegen”).
¿Y el partido? Pues poca cosa. El domingo me preguntaron en RAC1, la radio más escuchada de Catalunya, cuál sería la alineación del City. Acerté el sistema (4-3-3), los laterales (Zabaleta y Kolarov) y que la presencia de Gundogan desplazaría a De Bruyne. Lo que no imaginé es que el desplazamiento de De Bruyne provocaría a su vez el de Agüero… al banquillo.
También me preguntaron si el City estaba un escalón por debajo del Barça. “Uno no, dos”, respondí. Pues eso.