“El Palace es ese tipo que se apunta a un gimnasio, ve que no tiene unas abdominales marcadas tras varias sesiones y vuelve al sofá a comer helado”. Es difícil resumir mejor y en menos palabras la situación actual del Crystal Palace que con este tuit de Chris Collison, un periodista de la BBC. El club londinense quiso abandonar su tradicional estilo de juego rústico con el holandés Frank De Boer pero, al cabo de cuatro partidos, ha decidido volver a sus antiguas costumbres de la mano de Roy Hodgson.
Cuando, en diciembre de 2015, los estadounidenses Josh Harris y David Blitzer entraron en el accionariado del club, pocos dudaron de que habría cambios profundos en el club. Dueños de los Jersey Devils de la NHL y de los Philadelphia 76ers de la NBA, su desembarco en Londres está relacionado con otro deporte americano, la NFL. Ambos inversores ya han expresado su interés en adquirir el primer equipo de la liga de fútbol americano que se instale en Londres. Harris y Blitzer contemplan el Palace como un primer paso para desarrollar sus actividades en la capital inglesa. Lo cual no es óbice para, además, obtener pingües beneficios financieros. Como tantos otros inversores americanos aterrizados en la Premier League en este siglo (Stan Kroenke en el Arsenal, Shahid Khan en el Fulham, Jason Levien y Steve Kaplan en Swansea, John W. Henry en Liverpool, la familia Glazer en el Manchester United y tantos otros), Harris y Blitzer desean aplicar en el Palace las estrategias de marketing y comercialización que ya utilizan con éxito en sus franquicias en Estados Unidos.
La clave radica en el espectáculo: desde su visión empresarial, el aficionado espera presenciar un entretenimiento agradable, en unas instalaciones confortables y en un entorno seguro. Más allá de la reforma del anticuado Selhurst Park, esa visión se traduce en un cambio en el estilo de juego. Su plan pasa por transformar el tradicional juego directo británico en un estilo asociativo más continental. Así es cómo un club cuyos últimos entrenadores permanentes han sido Ian Holloway, Tony Pulis, Neil Warnock, Alan Pardew y Sam Allardyce, pasa sin solución de continuidad a Frank de Boer. Es como si Darth Vader quisiera convertirse en Pocoyó de un día para el otro.
El Palace no es el primer equipo que intenta esta transformación en el estilo de juego. En 2013, el Stoke City decidió no renovar el contrato de Tony Pulis (un entrenador que, no por casualidad, también pasó por el Palace) y contratar a Mark Hughes para dar ese paso. Pero Peter Coates, el dueño de Bet365 y del Stoke, fue más hábil que los directivos del Palace. En lugar de contratar a un técnico continental sin conocimiento de la liga, apostó por un galés con amplia experiencia en la Premier League pero que era capaz de emprender esa transformación. Hughes se puso manos a la obra con la tranquilidad de saber que disponía de tiempo y dinero suficientes como para conducir el cambio al ritmo necesario, es decir, suficientemente rápido como para que se percibiera el movimiento pero no tanto como para que el tren descarrilara a la primera curva.
De la mano de Hughes llegaron a Stoke jugadores como Eric Pieters, Marko Arnautovic, Xherdan Shaqiri, Joe Allen o los exjugadores del Barça Marc Muniesa y Bojan Krkic. Jugadores muy alejados del perfil priorizado por Tony Pulis durante su etapa en el club y que permitieron a Hughes conducir su revolución. Pero la clave estriba en la estabilidad. En noviembre de 2013, más de tres meses después de que Hughes arrancara su etapa en Stoke, los Potters sumaban solo diez puntos tras haber ganado dos partidos de sus primeros once. Su mejor diferencia de goles con el Fulham fue lo único que impidió que estuvieran en puestos de descenso. Pero Hughes jamás vio su puesto peligrar. Lo cual le permitió continuar con su revolución particular y acabar la liga en noveno lugar con 50 puntos, la mejor clasificación histórica del club hasta entonces.
Una confianza de la que no ha disfrutado Frank De Boer. Tras cuatro partidos de Premier League, los directivos del Crystal Palace han decidido destituir al técnico holandés y volver a la vía de siempre. La gestión del club ha sido tan nefasta que resulta difícil enumerar todos los errores cometidos durante los últimos tres meses.
Comencemos por una cuestión previa: ¿por qué cambiar el estilo de juego? El Crystal Palace (como el Stoke City, por cierto) es uno de los clubes con una base de aficionados más tradicional. El hincha tradicional del Palace solo espera ver ganar a su equipo, aunque sea por 1-0 con un saque de esquina en el minuto 95. Muchos clubes están asociados históricamente con un estilo de fútbol concreto: el Manchester United con el fútbol ofensivo, el Arsenal de los últimos veinte años con el fútbol asociativo (el de antes, con el aburrimiento), los clubes del norte normalmente con el juego directo, etc. El Palace es un club tradicional, británico, apegado a sus costumbres, que casi siempre ha apostado por un fútbol directo. Cambiar de estilo entraña en este caso un riesgo cultural adicional relacionado con la resistencia al cambio ejercida por sus propios aficionados.
Si, a pesar de todo, el club decide emprender una transformación tan dramática, es crucial que el encargado de llevarla a cabo cuente con el respaldo de toda la entidad y que lo lleve a cabo de forma paulatina, casi imperceptible. Pasar a defensa de tres y colocar a Andros Townsend de carrilero no parece una forma idónea de tranquilizar a aficionados y directivos sobre el futuro. Pero si aquí hay un culpable, esos son los directivos que nombraron a Frank de Boer y luego le dejaron caer tras solo cuatro partidos de liga. Una decisión tan traumática indica dos cosas: para empezar, que la confianza en De Boer jamás fue plena, y segundo, que no existía una seguridad total en el paso que se estaba dando. De ahí las prisas por regresar al estilo anterior.
Si la gestión del nombramiento y despido de De Boer ha sido nefasta, al menos ahora el club vuelve a sus orígenes con Roy Hodgson. Quizás sea lo más coherente que ha hecho la directiva en este último año. Es como la fábula del escorpión y la rana. Un escorpión quiere cruzar un río y le pide a una rana que le cruce a su lomo. La rana le responde: “¿Y si me picas?”. El escorpión tranquiliza a la rana diciéndole que si lo hiciera, ambos se ahogarían en medio del río. Ante la lógica de la argumentación, la rana accede y comienzan a cruzar el río. A mitad, nota un pinchazo. “¿Qué haces? Ahora moriremos los dos”, dice la rana. “No puedo evitarlo, es mi carácter”. No se puede luchar contra la idiosincrasia propia. El Palace trató de hacerlo y acabó hundido en medio del río. Con Hodgson puede volver a ser quien realmente es.