Dicen que en el Reino Unido ver el sol es un milagro, que las nubes son permanentes compañeras de viaje y que lluvia y frío tiñen de gris cada paseo. Quien vea el vaso medio vacío encontrará ese clima deprimente y desolador. Los que optan por verlo medio lleno pueden pensar que siempre puede ir a peor, y no les faltaría razón: que se lo digan a quienes vivieron en 1963. Aquel año, las Islas se compararon con la Antártida tras sufrir lo que se conoció como ‘The Big Freeze’ (La Gran Helada). Las condiciones climatológicas más adversas en siglos golpearon de lleno la vida de los británicos, lo que no excluyó al fútbol. Hasta convertirse en unos meses que nunca olvidará la memoria balompédica de Inglaterra.
El apelativo de ‘The Big Freeze’ no fue casual. El de 1963 fue el invierno más frío desde 1740 y enero, el mes más frío del siglo XX con una temperatura media de -0,33 grados. La congelación del Reino Unido no sólo fue intensa, sino también duradera: de enero a marzo, nieves y heladas transformaron el día a día en una invitación a quedarse en casa junto a la chimenea. El precio de los alimentos frescos subió un treinta por ciento y se congelaron las reservas de agua para el abastecimiento de muchas áreas. En medio de ese ambiente glaciar, la temporada en Inglaterra se encontraba en plena disputa, pero los campos no estaban preparados para soportar semejante desplome de los termómetros. Y el fútbol se congeló.
Aunque el comienzo de la tercera ronda de la FA Cup estaba programado para el 5 de enero de aquel año, apenas tres partidos de más de treinta se disputaron: Preston North End 1-4 Sunderland, Tranmere Rovers 2-2 Chelsea y Plymouth Argyle 1-5 West Bromwich Albion. Todos los demás fueron aplazados. En vez de goles, los fotógrafos del Daily Mirror que fueron a cubrir el partido entre Blackpool y Norwich City inmortalizaron a Jimmy Arfield y Tony Walters patinando sobre el césped helado. Todavía no sabían que esa estampa se convertiría en costumbre a lo largo del país durante varias semanas.

Hubo partidos que se aplazaron una vez. Y otra. Y otra más. El Birmingham City – Bury se pospuso catorce veces, se suspendió otra y además tuvo partido de desempate. El récord de aplazamientos en Inglaterra se lo llevó el partido entre Lincoln City y Coventry City, con un total de quince. No fue, sin embargo, el récord británico: en Escocia, la eliminatoria de copa entre Stranraer y Airdrie se cambió de fecha en treinta y tres ocasiones. En Inglaterra, dieciséis de treinta y dos cruces fueron pospuestos al menos diez veces.
Se probaron mil métodos para combatir contra el hielo. Lanzallamas, máquinas de aire caliente y productos químicos fueron inútiles. En el estadio del Lincoln, Chris Ashton, por entonces un joven fan del equipo, recordó para ITV que «tuvimos que sacar las taladradoras para retirar capas de hielo tan gruesas». Dos clubes se lanzaron a innovar y los resultados fueron catastróficos. El Brighton quiso descongelar el terreno de juego con un sistema de instalación de asfalto y aquello destrozó el campo —y acabarían la temporada descendiendo—. El Wrexham, por su parte, cubrió su cancha con ochenta toneladas de arena para improvisar un terreno de juego. Todo para perder en un patatal por 0-3 contra el Liverpool de Bill Shankly.
Los partidos que salieron adelante fueron guerras entre el hombre y la naturaleza a pequeña escala. El Tottenham – Burnley fue una buena prueba de ello:
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La situación también puso en jaque a las casas de apuestas, que ante la falta de partidos recurrieron a la improvisación más surrealista de todas. Crearon la Pools Panel, una institución encargada de simular —el verbo inventar sonaría a timo— los resultados de todos los encuentros que no se pudieron disputar para dar una respuesta a todos sus clientes. Fue una idea no exenta de protestas, por supuesto.
Y es que fue una época en la que ser ingenioso era la única salida. El Coventry organizó amistosos en Irlanda, entre ellos uno contra el Manchester United, aprovechando que allí el invierno no estaba siendo tan duro. El Chelsea fue aún más lejos y disputó uno en Malta, aunque su regreso a las Islas se retrasó por el cierre de aeropuertos ingleses. También hubo quien se tomó el invierno como una oportunidad: el Halifax transformó su campo en una pista de hielo y cobró por la entrada.
En contraste con las dificultades de la mayoría de clubes en el país, la ola de frío vio a dos equipos aprovechar la situación para crecer. Uno de ellos fue el Fulham, como recordó uno de sus jugadores, George Cohen, en The Guardian: «Cuando llegó la helada estábamos en riesgo de descenso. Por suerte pudimos entrenar en el campo del Leatherhead FC, cerca de donde vivía en Chessington. Tras el deshielo, pasamos trece semanas sin perder un partido y nos salvamos». Lo del Leicester City fue más allá, y es que los Foxes se ganaron el apodo de ‘Ice Kings’ (Reyes del Hielo) por el buen juego que desplegaron durante esta etapa y lo lejos que llegaron: pelearon por la liga y llegaron a la final de la FA Cup, pero Everton y Manchester United alzaron respectivamente ambos trofeos.

La efusividad con la que los Red Devils levantaron la FA Cup tenía una motivación extra: eran los campeones de la edición con la fase más larga de la historia. Desde que empezó el 5 de enero hasta que terminó el 11 de marzo con un Middlesbrough – Blackburn, fueron necesarios sesenta y seis días para completar una tercera ronda interminable bajo el manto de la nieve. Después llegó un complicado deshielo que trajo bajo el brazo grandes inundaciones, pero, por encima de todo, el balón siguió rodando a pesar de su particular Edad de Hielo. Y eso es lo que importa.