Tras Definitely Maybe, Oasis conquistó el mundo desde Gran Bretaña con su segundo álbum, (What’s the story) Morning glory?. Fue el auge del britpop, un movimiento musical encabezado por cuatro grupos conocidos como “los cuatro grandes”: Blur, Suede, Pulp y los ya mencionados Oasis. El britpop fue la bandera de un movimiento cultural mucho más amplio bautizado como Cool Britannia. El optimismo se adueñó del país. Todo parecía posible. Incluso ganar un torneo de fútbol.
Habían transcurrido treinta años desde el triunfo en la Copa del Mundo de 1966 e Inglaterra volvía a acoger en su suelo un torneo internacional. El lema de la competición fue “Football comes home” (“El fútbol vuelve a casa”), un sutil recordatorio del lugar preeminente que Inglaterra ocupa en la historia del fútbol como fundador del deporte. Este lema fue incluido en la canción que resonó durante todo el torneo: “Three Lions”, grabada por los humoristas Frank Skinner y David Baddiel (presentadores del famoso programa “Fantasy football league” en la BBC) junto con el grupo Lightning seeds.
Terry Venables tomó las riendas de la selección en enero de 1994, en uno de los momentos más críticos de la historia reciente de los Three Lions, que no habían logrado clasificarse para el Mundial de 1994 a las órdenes del ridiculizado Graham Taylor. En enero de 1996, Venables anunció que dejaría el trabajo al acabar la Eurocopa, acuciado por turbios asuntos extradeportivos. Sería solo el primero de muchos obstáculos extradeportivos que la selección debería superar a lo largo del camino.
Los ingleses emprendieron su preparación para la Euro con un viaje relámpago por Asia. En Hong Kong, Venables dio permiso a sus jugadores para aliviar tensiones con una salida nocturna que acabaría en las portadas de todos los tabloides ingleses. En las imágenes se podía ver a Paul Gascoigne sin camiseta, a un nutrido grupo de jugadores bebiendo alcohol en la tristemente famosa “silla del dentista”. Algunos parlamentarios ingleses llegaron a pedir la expulsión de los jugadores involucrados de la selección. En un ambiente de crispación y enfrentamiento frontal entre la prensa y la selección, la Euro comenzó con el choque entre Inglaterra y Suiza en Wembley.
A pesar de sus éxitos con el Blackburn Rovers, Alan Shearer llevaba casi dos años sin marcar un gol con la selección. Sin embargo, esa sequía terminaría en el debut ante los suizos. El gol del ariete no fue suficiente para conseguir los tres puntos después de que Stuart Pearce cometiera un penalti por manos. Fue un decepcionante estreno que contribuyó poco a aliviar la tensión reinante en el ambiente.
Escocia fue el siguiente escollo en el camino. La noche antes del partido, la preocupación se interpuso en el camino del sueño de Gascoigne. El genio inglés bajó a la recepción del hotel y allí se topó con Venables. “¿Qué haces aquí?”, le espetó el estratega inglés. “No puedo dormir, ¿seré titular mañana?”, respondió Gazza. “No”, contestó Venables. “Por favor, por favor, te prometo que voy a jugar bien pero ponme en el once”, imploró Gazza. “Pues claro que vas a ser titular, idiota, ¡y ahora vete a dormir!”, cerró Venables. Al día siguiente, Gazza hizo historia.
Shearer adelantó a los ingleses con su segundo gol en otros tantos partidos. Pero Tony Adams cometió un claro penalti y concedió a los escoceses la oportunidad de empatar. Gary McAllister disparó con potencia por el centro y David Seaman repelió el disparo. Un minuto después, llegó el momento de magia de Gazza.
Tras superar a su marcador con un sombrero con su pierna izquierda, empalmó el balón con la derecha y puso el 2-0. Acto seguido, se aseguró su entrada en la historia emulando en su celebración la “silla del dentista”. Al final del encuentro, los acordes de “Three Lions” sonaron por la megafonía de Wembley y los casi 80.000 espectadores reunidos en el templo inglés entonaron la canción que, a partir de ese momento, acompañaría a la selección inglesa en su camino.
El partido ante Países Bajos significó el punto álgido de la participación inglesa en su Eurocopa. Un sutil control de tacón de Paul Ince desembocó en un claro penalti de Danny Blind y en el tercer gol de Alan Shearer en el torneo. Sheringham puso el 2-0 con un remate de cabeza tras un saque de esquina de Gazza. Una rápida combinación entre Gazza y Sheringham acabó en el 3-0 de Shearer. Sheringham pondría el 4-0 tras un rechazo de Van der Saar. Kluivert pondría el definitivo 4-1. Muchos comentaristas siguen considerando que, a día de hoy, aquel fue el mejor partido de la selección inglesa en un gran torneo.
La España de Javier Clemente aguardaba en cuartos de final. Venables le conocía bien de su estancia en el Barça, cuando Clemente dirigía al Espanyol. Tras 120 minutos, el único gol del partido había sido anulado incorrectamente a Julio Salinas y el partido tuvo que decidirse desde la tanda de penaltis. Los ingleses no cometieron ningún error pero Fernando Hierro estrelló su lanzamiento en el larguero y David Seaman detuvo el disparo de Miguel Ángel Nadal. El equipo de Venables estaba en semifinales. La mala noticia es que el rival era la temida Alemania de Berti Vogts.
Para esas alturas, periodistas y aficionados estaban unidos en su apoyo a la selección, que había pasado de ser la vergüenza nacional a convertirse en un motivo de orgullo. Alan Shearer adelantó a los Three Lions antes de los tres minutos. Pero Kuntz igualaría al cuarto de hora, antes de que el pánico tuviera tiempo de hacer acto de presencia en las filas germanas.
En aquella época estaba en vigor el gol de oro en la prórroga. Y las ocasiones se sucedieron. Darren Anderton disparó al poste. El húngaro Sándor Puhl anuló un gol alemán por falta previa. Pero el momento que definió el partido y, en última instancia, la participación inglesa fue el error de Gascoigne. Unos centímetros fatídicos que cerraron el paso de Inglaterra a la final. Eso fue lo que separó a Gazza del balón centrado desde la derecha cuando parecía tenerlo a su alcance para empujarlo al fondo de las mallas.
Diez penaltis perfectos llevaron la tanda a la muerte súbita. Gareth Southgate asumió la responsabilidad del sexto penalti. Un defensa inexperto en lugar de, por ejemplo, Paul Ince, que todavía estaba sobre el terreno de juego. El guardameta alemán Kopke detuvo su lanzamiento raso y Andreas Möller no falló para los germanos.
Fue el final de un sueño. De unas semanas de idilio en que, de repente, todo parecía posible. Luego vendrían más tandas de penaltis, las ausencias del Mundial 1994 y la Euro 2008, y más lágrimas. Aunque pocas derrotas tan dolorosas como la de aquel 26 de junio de 1996.
