Los sueños son metas que queremos atravesar en algún momento de nuestra vida. Objetivos que nos acompañan desde nuestra tierna infancia y a los que puede que no lleguemos nunca pese al esfuerzo invertido. Uno de los sueños más comunes entre los niños es ser futbolista profesional. Esta meta ha dejado a muchos jóvenes por el camino, dejando su entrada al Olimpo del fútbol a solo algunos privilegiados. Y como no podía ser de otra manera, Romelu Lukaku tenía claro desde el primer momento cuál era su objetivo. El delantero del Manchester United quería ser el mejor jugador belga de la historia. Un sueño que, sin duda, sería complicado de lograr, convirtiendo el fracaso en algo totalmente normal y comprensible. Pero como confesó recientemente en el medio The Players Tribune, las circunstancias transformaron sus metas en obligaciones.
A los seis años, Lukaku tenía las preocupaciones de cualquier niño de dicha edad: ir al colegio y ver quién llevaba el balón para jugar en el parque. Entonces, un día cualquiera, su vida cambió por completo. “Recuerdo llegar de la escuela y esperar a que mi madre me diese la leche y el pan de mi almuerzo. Al principio no lo entendía, pero la vi echarle algo a la leche. Cuando se acercó a mí como si todo fuese normal me di cuenta de que estábamos arruinados”, confiesa el delantero. Su padre era un futbolista profesional que se encontraba en sus últimos años de carrera, haciendo que el dinero menguase cada día más en la casa de los Lukaku. Lo que en un principio fue un intento de mantener la normalidad fue yendo a más, quedándose el pequeño Romelu sin televisión para ver los partidos y en ocasiones sin electricidad en su hogar.
Lukaku no podía quedarse quieto ante una situación tan crítica. Tras ver a su madre llorando, decidió que cumplir su sueño sería su obligación para sacar a su familia de la pobreza. “Mamá, esto va a cambiar. Voy a ser jugador profesional del Anderlecht. No vas a tener que preocuparte más”, prometió el belga a su madre. Su padre firmó su primer contrato con 16 años, y Lukaku decidió que esa sería la edad en la que conseguiría hacerse profesional. Para conseguir llegar hasta su meta, el belga empezó a tomarse cualquier partido que jugase como si de una final se tratase. Daba igual contra quién o dónde. Estaba en juego el futuro de su familia y él lo sabía.
Con el paso de los años, el belga fue mejorando y aumentando su estatura. Al ser uno de los más destacados de su generación, era una constante que los padres y profesores de sus rivales intentasen echarle por tierra. “Nunca olvidaré el día en el que un adulto me preguntó cuál era mi edad y dónde había nacido. Siempre me quedaba extrañado cuándo me preguntaban. ¿Qué de dónde soy? Yo nací en Antwerp. Soy belga”, confiesa Lukaku.

Después de estos lamentables incidentes, el belga empezó a tomárselo aún más en serio. Ya no le valdría con llegar a ser profesional. Quería quedar por delante de todos los que dudaron de él. Solo le valdría con ser el mejor jugador belga. Sus ganas, como no podía ser de otra manera, le hicieron ser más fuerte y mejorar sus números. Con 12 años, un Lukaku preadolescente conseguía meter 76 goles en 34 partidos con su equipo. Y todos y cada uno de esos goles los anotó con las botas de su padre.
El destino aún le tenía guardado un nuevo (y duro) revés al joven belga cuando parecía que mejor estaba. Un día cualquiera, su abuelo materno llamó a su casa y habló con él. “Recuerdo contarle que todo me iba bien y que había grandes equipos que me querían en su cantera. Entonces me pidió que cuidase de su hija. Yo no lo entendí pero acepté. Cinco días después, mi abuelo falleció y todo cobró sentido”, afirma el delantero.
Lukaku comenzó a destacar en las categorías inferiores del Anderlecht y a medida que se acercaba su décimosexto cumpleaños, veía cada vez más cerca su posible profesionalidad como futbolista. Pero como venía siendo habitual en la vida de Lukaku, apareció un nuevo obstáculo dispuesto a no dejarle avanzar. Esta vez no sería nada respecto a su familia, al racismo o al dinero: su entrenador no contaba con él. Lukaku, que veía que el tiempo se le echaba encima, no tenía nada que perder y apostó con su entrenador del equipo sub-19 su titularidad a cambio de anotar 25 goles entre septiembre y diciembre. El belga alcanzó la cifra en noviembre, consiguiendo así su titularidad y que su entrenador llevase tortitas americanas todos los días. “Aquel año comimos pancakes antes de Navidad”, bromea el de Antwerp.
El día de su cumpleaños de esa misma temporada, el 13 de marzo, consiguió firmar su contrato con el Anderlecht. Con su primer sueldo se compró el FIFA que siempre había querido y pagó la factura de la luz de su casa. El primer paso ya estaba dado. El siguiente sería debutar con el primer equipo, algo que consiguió unos días después de firmar su contrato. El Anderlecht disputaba la final del playoff de la liga belga ante el Standard de Lieja. Un día antes del partido de vuelta en el que se decidiría el campeonato, Lukaku recibió una llamada que cambiaría su vida. “Estaba en casa cuando sonó mi teléfono. Era el entrenador del Anderlecht y me hizo ir a la concentración porque estaba convocado”, afirma el belga.
El joven delantero estaba viviendo un sueño cuando menos se lo esperaba. “Cuando me vieron mis amigos por la televisión se volvieron locos. Recibí 25 mensajes en menos de tres minutos”, cuenta Lukaku. Su oportunidad llegó en el minuto 63, debutando con el primer equipo con 16 años y 11 días. “Perdimos la final, pero aquel día yo estaba en el cielo”, confiesa el belga.

Todo empezó a coger esa velocidad clásica del mundo del fútbol mientras Lukaku seguía con los pies en la tierra, acabando su último año en el instituto. Los medios cada vez ponían más expectativas en el joven delantero mientras que él seguía mostrando que tenía el nivel suficiente para jugar en el primer equipo. Consiguió ser convocado con la selección belga, pero sus primeras actuaciones no fueron buenas. Y cuando las cosas no iban bien, Lukaku pasó de ser “Romelu Lukaku, el delantero belga” a “Romelu Lukaku, el delantero belga descendiente de congoleños”. Él se sentía belga. Y como Lukaku afirma, él empieza las frases en francés y las acaba en holandés. Él es belga.
En el verano de 2011 llegó el Chelsea para hacerse con sus servicios. El delantero abría así su periplo en la Premier League, liga que favorecía a su juego físico. Pero no sería tan fácil, ya que apenas tuvo minutos en sus años como Blue. Pese a ello, Lukaku aprovechó su oportunidad en el West Bromwich anotando diecisiete goles en la Premier League. Tras regresar a Stamford Bridge, el belga volvió a hacer las maletas rumbo al Everton, equipo en el que mejor rendimiento ha dado en toda su carrera.
Primero como cedido y más tarde en propiedad, Lukaku consiguió en 166 partidos como Toffee maravillar a Goodison Park gracias a sus 87 goles y 23 asistencias. El belga ya tenía un gran cartel en Inglaterra, como bien demuestra el alto precio pagado por el Manchester United para hacerse con sus servicios, pero aún le faltaba brillar con la selección belga, donde no terminaba de arrancar tras un Mundial de Brasil bastante mediocre. Entonces, como si se tratase de una aparición divina, apareció el ídolo futbolístico de cualquier persona de la edad de Lukaku: Thierry Henry. El francés comenzó a trabajar con el combinado belga, brindándole su experiencia a los delanteros para que mejorasen de cara al Mundial de Rusia. Y vaya si Lukaku ha aprovechado su trabajo. Desde entonces, el belga ha anotado 23 goles en 20 partidos, convirtiéndose en el máximo goleador histórico de Bélgica.

Ahora, Bélgica encara el último partido de la fase de grupos del Mundial ante Inglaterra. Lukaku ha conseguido cuatro goles en los dos primeros partidos de su primera cita mundialista tras una temporada decente en el Manchester United. Las cosas empiezan a irle bien a aquel muchacho que, dependiendo del día, era belga o congoleño. No se sabe si conseguirá llegar a ser el mejor jugador belga de la historia, pero al menos puede darse por satisfecho por sacar a su familia de la pobreza y pelear contra el racismo en su Bélgica natal.