Durante años fue propiedad exclusiva de Joe Hart. En ese proceso, todos daban por hecho que el sucesor sería tarde o temprano Jack Butland. Pero la portería de Inglaterra, el puesto que convierte a su ocupante en una diana nacional de críticas y objetivo de todas las miradas sedientas de sangre, ha cambiado tanto en tan poco tiempo que de la revolución ha surgido un nuevo nombre, ya establecido como el guante de confianza de los Three Lions. Jordan Pickford, que hace dos años sólo era un guardameta más peleando por dar el salto a la élite, se ha convertido en un icono del país tras reconciliar a la historia inglesa con su gran fobia: las tandas de penaltis. Puede que sus compatriotas no sean los más prudentes cuando crean leyendas en lo que dura una noche, pero el arquero del Everton ya ha quedado inmortalizado por sus heroicidades contra Colombia. Un honor que nunca ha dejado de perseguir a lo largo de una carrera definida por su carácter luchador y ambicioso. Y es que un balón no es nada para un tipo que no se apartaría si le lanzaran un piano.
Nacido en Tyne and Wear, zona marcada por la rivalidad entre Newcastle United y Sunderland, Pickford eligió a los segundos para desarrollar su talento desde los ocho años en la academia del club. Lo de parar pelotas, sin embargo, no fue siempre su obsesión, pues de crío también probó como mediocentro ofensivo y se ganó el apodo de Speedy por su velocidad. Los días jugando con su hermano al fútbol terminaron por definirlo como portero a la vez que lo endurecieron: muchas tardes de diversión tenían como condición jugar sobre asfalto para que Jordan tuviera que tirarse sobre el suelo más duro posible. Por aquel entonces tenía seis años y ya era inmune a las rodillas raspadas y los codos ensangrentados mientras eso significara un gol salvado.
Pickford y su talento crecieron de la mano bajo la tutela del Sunderland, y en cuanto se sintió preparado tomó la decisión de curtirse en partidos de verdad, no en ligas de filiales. Así empezó una etapa de cesiones que le llevó a seis equipos distintos: Darlington, Alfreton, Burton Albion, Carlisle United, Bradford City y Preston North End. Meter los guantes cada año en una maleta sin destino fijo le permitió conocer desde la quinta hasta la segunda división, y enfrentarse tanto a rivales que se ganan el pan cada jornada como a los que se las dan de estrellas. Sus experiencias por la periferia del fútbol inglés valieron, además, para conocer ese otro ambiente de cabrones que veían en su juventud un punto débil y equipos de barrio y barro: desde un tipo gritándole en Southport que su abuelo estaba enterrado bajo el césped del estadio hasta un viaje en autobús de más de 1.000 kilómetros entre ida y vuelta a Crawley bajo la lluvia para un partido que se acabó suspendiendo por el mal tiempo.
«Mi padre me llevaba en su coche a los partidos mientras yo me comía mi almuerzo previo en el asiento de atrás. Mi madre me cocinaba pollo y pasta y lo metía en un tupper. ¡No estoy seguro de que eso fuese lo más profesional, pero mientras fuese el mejor del partido todo estaba bien!», contaba Pickford en una entrevista para el Daily Mail en 2017, echando la vista atrás a los tiempos de cesiones y viajes. «Mi madre era la que me acompañaba en taxi a los partidos cuando mi padre, que trabaja en la construcción, no tenía libre el sábado por la mañana. Cuando recuerdas todas esas pequeñas cosas te das cuenta de que los sacrificios merecieron la pena».
Mientras en el verano de 2016 muchos de sus hoy compañeros en el Mundial disputaban la Eurocopa de Francia, Jordan preparaba la que sería la temporada de su explosión. Tras haber debutado con el primer equipo del Sunderland, David Moyes apostó por él como portero titular de los Black Cats en el curso 2016-2017. Pickford logró entonces algo extraordinario: brillar en un club en descomposición que acabó perdiendo la categoría después de un año dramático. Consiguió mostrarse en la Premier League como un portero de nivel a pesar de los 23 años que tenía entonces y completó una evolución gestada división a división. Apareció astuto el Everton y, aprovechando que nadie concebía que un guardameta de su caché jugara en Championship con el Sunderland, pagó casi 30 millones de euros para convertirlo en el británico más caro de la historia en su posición.

Con la carrera de Hart en caída libre y Butland como único rival, ha sido en la campaña 2017-2018 cuando Pickford se ha situado a sí mismo en el debate de la portería inglesa hasta ganarlo. No tiene la experiencia del primero ni la envergadura del segundo, pero en términos de rapidez —algo queda de Speedy en él—, reflejos y seguridad la balanza se inclina a su favor. Posee, además, el mismo espíritu del niño al que no le importaba la dureza del asfalto cuando se lanzaba a por el balón: preguntado en una entrevista para The Times sobre los riesgos que asumen los porteros al meter sus manos y cuerpos en situaciones donde otros no meterían ni el pie, su respuesta fue que «no tengo la cara más guapa del mundo, así que no me importa«. El año del Everton lleva la decepción por definición, pero Jordan ha vuelto a imponerse a un entorno negativo y en su primera temporada en Goodison Park ha sido el mejor de su equipo sin perderse ni un minuto en liga. Como si llevara toda la vida superando situaciones difíciles en la élite. Razón suficiente para que Gareth Southgate le haya fiado una de sus posiciones más controvertidas.
Así, en cuestión de pocos años, el chico que se comía a toda prisa el pollo y la pasta en el asiento trasero del coche antes de los partidos es ahora las manos de toda Inglaterra para hacer lo que ningún portero inglés había completado antes: superar una tanda de penaltis en un Mundial. En un país que eleva el fútbol a la esfera de la religión, Jordan Pickford les ha dado un motivo para seguir cantando lo de Football’s coming home. Y eso, pase lo que pase en Rusia, ya lo convierte en un ídolo.