Tan solo dos semanas después de que Eddie Howe se sentara en el banquillo del Bournemouth, en la otra punta del país, Sean Dyche debutaba en Turf Moor. Era octubre de 2012 y ambos entrenadores, sin aún tener idea de ello, comenzaron a erigirse como los nuevos autóctonos portadores de ideas al fútbol inglés. Durante la última década, la Premier League se ha desencorsetado de cualquier estilo homogéneo, sobre todo, gracias a la influencia de los técnicos extranjeros, que han aportado riqueza en el plano táctico. Y ante una vieja guardia transeúnte y eminentemente inmortal -la familia de los Pulis, Allardyce, Pardew o Hodgson-, Dyche y Howe encabezaron la nueva generación.
Tras sumar más de 700 partidos en los banquillos de Bournemouth y Burnley entre ambos, Howe abandonó el Vitality Stadium tras el descenso a Championship y Dyche estuvo a punto de cambiar de aires. El técnico de los Clarets es, ya, el entrenador de la Premier League que más tiempo lleva custodiando su banquillo, seguido por Jürgen Klopp, que llegó a Anfield tres años después. Dyche es el segundo entrenador más longevo de la Football League, superando por tan solo medio año a Gareth Ainsworth, del Wycombe Wanderers. Encabeza la clasificación Simon Weaver, del recién llegado al fútbol profesional Harrogate Town, tras once años al cargo.
Según los mayas, 2012 era el año del fin del mundo. No obstante, el globo siguió girando y los únicos terremotos los causaron los balones en largo del Burnley al caer sobre la cabeza de los defensores rivales. Quizá no fueron Los Simpson, pero sí los mayas quienes predijeron el fin como metáfora del juego del Burnley, un fútbol limítrofe con el tenis en el que Ben Mee y James Tarkowski están al servicio y los delanteros se visten de recogepelotas al otro lado de la pista.
Los años han ido pasando y Dyche ha conseguido lo más difícil para un recién llegado a la Premier League: establecerse. Los Clarets han pasado de la presión de sobrevivir a la calma tensa de la media tabla. El proyecto se ha estabilizado y llevarlo a un eslabón superior -aunque no depende únicamente del club, también del rendimiento de los rivales directos-, sigue siendo un objetivo alejado para las herramientas de las que dispone Dyche. De hecho, el técnico de Kettering amagó con abandonar Turf Moor por discrepancias con su propietario, Mike Garlick. El Burnley terminó con un balance positivo económico las tres últimas temporadas, una proeza en la coyuntura actual. Sin embargo, no fue suficiente para un Dyche que no creyó que eso se tradujera con una mejora en la plantilla. Además, otro punto conflictivo se produjo cuando Garlick no quiso renovar a los futbolistas que terminaban contrato en junio, ante la posibilidad de prolongarlos durante algunos meses hasta el final de la temporada 2019/20 tras el parón. Tampoco extendió su contrato Jeff Hendrick, que finalmente se ha marchado libre al Newcastle.
Los éxitos sobre el terreno de juego se empiezan a construir desde fuera. Conscientes de ello y de que probar suerte en el salvaje mercado de fichajes es cada vez más difícil, el Burnley ha ido virando su política de club. Durante los últimos años, cuenta The Athletic, ha aumentado la cuota de scouts hasta cubrir un total de 45 países. Además, movió todos sus equipos de categorías inferiores a Barnfield. De esta forma, el sentimiento de pertinencia crece y la posibilidad de llegar a ser parte de los futbolistas que entrenan en el campo de al lado, se convierte en un sueño para los más pequeños. También significa fortalecer la comunidad y borrar del mapa el ser seguidor de un segundo equipo.
“Los jugadores jóvenes buenos son muy caros. A no ser que seas capaz de hacerlos crecer tú mismo”, comentó Dyche en su última rueda de prensa de la temporada. Siendo consciente de las limitaciones económicas, el técnico está sabiendo explotar el potencial del último gran proyecto del club: Dwight McNeil. El extremo se ha adecuado al mensaje de Dyche, adueñándose de la banda izquierda del equipo. Es, ante todo, la pieza diferente: un jugador desequilibrante, desbordante de calidad. Respetando las distancias, un Wilfried Zaha en potencia; un delantero que solo tiene ojos para su club, siendo el emblema del mismo aun tentado por los grandes. McNeil ha sido el jugador con menos de 21 años que más minutos ha disputado esta temporada, por delante de futbolistas como Mason Greenwood o Bukayo Saka.
McNeil es el ejemplo más claro de lo que buscan los Clarets: futbolistas jóvenes formados en la academia, aunque en este caso el Burnley solo terminó de completar su crecimiento tras su salida de la cantera del Manchester United en la etapa sub-18. Uno de los principales problemas a los que se enfronta es a la edad del grueso de la plantilla. Aun habiendo construido un once bastante inamovible en cuanto a nombres -o dicho de otra forma, a Dyche le sobran los cinco cambios- y teniendo pilares en el equipo, la necesidad de un cambio generacional es algo que empieza a sobrevolar por Turf Moor. De los habituales en los onces de Dyche, tan solo cuatro jugadores (James Tarkowski, Charlie Taylor, Josh Brownhill y McNeil) tienen menos de 28 años.
Ha sido la temporada del regreso del Jay Rodriguez a Burnley, que tuvo un papel positivo después de adaptarse a la rutina de entrenamiento de los delanteros a base de controlar con el pecho lavadoras que Dyche lanza desde un tercer piso. También ha sido la de la consolidación de McNeil como titular y la comprobación de que es uno de los caminos que el Burnley quiere seguir. Sean Dyche seguirá en el banquillo con el objetivo de que ver los partidos de los Clarets no sea un apoyo para las siestas de las tardes del sábado. Para ello ya está el Tour de Francia. Del fin del mundo del 2012 a Dyche. Y con Dyche hasta el fin.