Una coma lo cambia todo. El título del artículo hace un uso estratégico de ella, y es que, no es lo mismo decir que los eternos están siendo vencidos que afirmar que serán eternamente unos perdedores. El AC Milan y el Arsenal se parecen más de lo correctamente establecido. Han sido dos grandes glorias que han envejecido mal con los años, un poco como Hugh Grant. Dos clubes que han representado durante tantos años la gloria de las noches europeas de Champions League y ahora se enfrentan en la Europa, un escalón demasiado bajo para dos hambrientos natos.
Gli invincibili de Fabio Capello, The Invincibles de Arsène Wenger. Más de una década separa a dos equipos que consiguieron llegar a la meta sin tener que adelantar a ningún rival durante la carrera. El Milan de Capello consiguió alzarse con el scudetto en 1991/92 con 56 puntos y sin perder ni un solo partido, convirtiéndose así en el primer club en la historia del calcio en ganar la liga sin ninguna derrota. Wenger lo consiguió en la 2003-04, con 26 victorias y doce empates, números de récord.
Milan y Arsenal se enfrentan ahora en una época muy distinta, y distante, a la de aquellos años dorados. Uno en plena reconstrucción y otro pidiendo a gritos un lavado de cara, cruzarán algo más que miradas este jueves en un escenario histórico, San Siro. Para el Arsenal, la Europa League es la única baza restante para salvar una desastrosa temporada, así como su única vía para la clasificación de Champions de la próxima temporada. Para el Milan, una victoria frente al conjunto inglés supondría devolver al equipo al buen camino que hace ya tiempo que ha perdido y salvar, de una forma u otra, la inversión millonaria del mercado estival. Sin embargo, son aspiraciones demasiado ligeras para dos pesos pesados.
A pesar de ser la clara expresión de la Italia de Silvio Berlusconi, del catenaccio, de la mala leche y de ser la cuna de Gennaro Gattuso, el Milan tiene raíces británicas. Su primer presidente fue Albert Edwards, vicecónsul de la embajada británica en Milán, y su primer técnico fue también inglés, Helbert Kilpin, que entrenó a los rossoneri en 1900. Kilpin fue también el cerebro creativo detrás del originario rojo y negro de la camiseta del Milan, clásicos colores que eligió para representar el fervor y el miedo que la plantilla quería instigar sobre el rival. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial impuso la ley fascista en Italia y los rossoneri tuvieron que cambiar la maglietta a una blanca con dos franjas verticales, una negra y otra roja.
La italianización del equipo no tardó en llegar, tampoco su imagen de invencibilidad y poderío sobre el resto del globo balompédico. Que tuviera de presidente Berlusconi ayudaba, y mucho. El capo de todos los jefes impulsó no solo al club de la Lombardía, sino a todo el fútbol de su querida bota. Jugar contra el Milan daba miedo y había demasiado respeto en juego. Berlusconi se convirtió en el presidente más exitoso y prolífico de la historia del club, no solo por la cantidad de trofeos con los que llenó las vitrinas de los rossoneri, 29 en 31 años, sino también gracias a su carisma y sus tramas extracurriculares, casi más mediáticas que su propio club.
El vigesimoprimer presidente tenía todas las papeletas para continuar reinando en su trono de hierro durante muchos años más, pero el Milan entró en un bucle de malos resultados, pocos cambios, escasa inversión y añoranza de gloria europea, razones que dejaban con pocas ganas de innovar a un ya mermado Silvio. Con veinte años a sus espaldas, Berlusconi vendió el 99’93% de las acciones al grupo inversor chino Haixia Capital por unos 740 millones de euros. La revolución post-Berlusconi comenzaba así para el Milan con una inversión millonaria y un nuevo consejo de administración: la familia de Silvio dio paso a los nuevos dirigentes de la potencia económica asiática.
La llegada de Yi Longhong prometía algo más que alegrías a los aficionados rossoneri, era una oportunidad para olvidar batallas pasadas… y perdidas. Empezar de cero no siempre es fácil. El nuevo proyecto del Milan tenía pies y cabeza, ahora solo necesitaba a un mago que le diera vida, un cerebro que le diera forma. Vincenzo Montella consiguió que el Milan ganara su primer título desde 2011, la Supercopa de Italia frente a la vecchia signora. La etapa post-Berlusconi comenzaba a dar sus frutos, y los aficionados creían en una reencarnación de sus mejores días. A finales de temporada, el Milan consiguió hacerse con el último puesto para acceder a la fase previa de la Europa League.
Fue en el verano de 2017 cuando la auténtica revolución tuvo lugar. San Siro se convirtió en un Disneyland balompédico y los sueños se convirtieron en una baza indispensable para atraer a una nueva plantilla a Milán. Las promesas de grandeza y gloria consiguieron movilizar a grandes jugadores, incluso de equipos rivales. La veteranía de Leonardo Bonucci, el portento de Mateo Mussachio, el potente André Silva, un Fabio Borini procedente del Sunderland… la revolución tiene nombre y apellidos: once fichajes y 200 millones.
Desde el principio, el Milan tuvo una serie de responsabilidades que nunca llegaría a cumplir. Más allá de los decepcionantes resultados, el juego del equipo era insulso, poco creativo y muy alejado de lo que el aficionado rossonero se había imaginado. El nuevo proyecto del Milan era una manzana envenenada y Montella mordió más de lo debido. A pesar de haber conseguido el primer trofeo en seis años y una clasificación para la Europa League, Montella estaba completamente perdido, así como lo estaban también los jugadores. Este Milan no solo necesitaba un nuevo once, sino un juego más fresco y colectivo, hacer piña y ganar como equipo. Montella fue destituido y el Milan nombró a Gennaro Gattuso como técnico del conjunto italiano.
Que Gattuso, un hombre más conocido por su carácter salvaje e implacable que por su juego, se hiciera cargo de un Milan necesitado de algo más que simple carisma parecía una apuesta demasiado arriesgada. Los italianos ya habían contratado previamente a exjugadores rossoneros como Clarence Seedorf y Filippo Inzaghi. La ecuación de jugador convertido en entrenador no siempre da sus frutos. Cuando se usa el corazón y no la cabeza en temas que requieren una mente fría, las cosas pueden no salir bien. Ambos fueron un fracaso absoluto y dejaron huella para los osados que quisieran seguir sus pasos.
Gattuso no comenzó con buen pie sus aventuras en San Siro. El estadio que tantas alegrías le había otorgado era ahora la principal causa de sus penurias. La tarea no era fácil, más bien todo lo contrario, pero Rino nunca bajó los brazos. El Milan comenzó a sacar la cabeza del pozo y los buenos resultados no tardaron en llegar.
Quien no daba un duro por Gattuso se ha visto obligado a retractarse, al menos, por ahora: los italianos se mantienen fuera de puestos de Europa en la Serie A pero acarrean una buena racha de resultados, continuando en la pelea por la copa italiana y dando guerra en la Europa League. Aunque su temporada acabe mal, el Milan ha dado pasos agigantados hacia una nueva era liderada por la cantera, principal motor del cambio de este Milan. Patrick Cutrone es la gran amenaza del conjunto rossonero: joven, con talento y con hambre, mucha hambre. Con menos años que los que lleva Wenger en el Arsenal, se ha convertido en el líder de este nuevo Milan.
El Arsenal no solo se enfrenta a un equipo renovado y en racha este jueves en Milán, sino también a su temido técnico. Si Joe Jordan se llevó un tortazo en 2011 cuando el Tottenham visitó San Siro, no queremos imaginarnos qué le podrá pasar a Wenger. Que un partido de este calibre se juegue en Europa League demuestra, no solo que el fútbol es cada vez más competitivo, sino también que ambos clubes están aspirando muy por debajo de sus principios.