Abrimos el año con un club pulverizando registros de dominio y lo cerramos con uno que sólo está por detrás de ese otro club y del Chelsea en 2005 en puntos conseguidos después de veinte partidos liga. La excelencia alcanzada en este año apunto de cerrar es innegable. La competición global quizá se haya desnivelado más todavía, pero lo ha hecho a cambio de una grandeza inverosímil. En medio de todo ello, llegó un Mundial memorable; uno de los mejores jamás disputados, cuando las expectativas entraban en Rusia en un estado sólo comparable con las más crudas temperaturas del invierno siberiano. Croacia llegó a la final, Japón casi arrolla a una Bélgica que acabó dando el siguiente paso que se pedía de ellos con Hazard de estrella (y goles de Chadli y Fellaini), Argentina se hundió ante nuestros ojos; los mismos que vieron a Inglaterra maravillar cuando nadie tenía la más mínima intención de dejarse encadilar por uno de los combinados más crónicamente decepcionantes del panorama. Apareció uno de los mejores delanteros del planeta en Harry Kane, además de un grupo que estuvo incluso mejor en su conjunto, con bellas flores surgiendo en portería con Jordan Pickford o en defensa con Harry Maguire en defensa. Quizás bellas sólo sea una forma de hablar, pero la elegancia con la que el chaleco de Gareth Southgate envolvió todo demostró a ingleses y no ingleses que algo había cambiado.
Muchas cosas son las que han cambiado. Ningún cambió más sísmico que el de entrenador en el Arsenal. Ninguno más amargo que al que el Manchester United se vio forzado. O ninguno más tedioso (y ya irónicamente cómico) que un cambio al que seguimos esperando: el cambio de estadio del Tottenham. Ahí siguen, en Wembley. Un estadio que al final no pudo adquirir Shahid Khan, el dueño de un Fulham que adquirió jugadores en cantidades industriales y que probablemente ahora se arrepienta de ello. Jean-Michel Seri, Andre Schurrle, Alfie Mawson, Luciano Vietto, Calum Chambers, Sergio Rico, Fabri… la de felices que se las prometían y lo duro que han caído contra el suelo. Menos mal que siempre habrá un afable y veterano técnico italiano en Claudio Ranieri al que pedir un deseo. Aunque ni para pedir deseos tenían medios en Cardiff. Con dos piedras, cuatro palos, un bolsa de plástico, dos cerillas usadas, un carrilero derecho con bigote reconvertido a delantero y Sol Bamba, Neil Warnock ha acabado el año no sólo con el equipo en la Premier League, sino con él fuera del descenso. Como descenso vivió otro el Sunderland. Ojalá para ellos el último en un tiempo, como parece que será el caso. La gloria llega a aquellos que esperan, aunque sea gloria con sabor a tercera división. Bendita sea ella.
División (interna) la que acabó por dilapidar al Manchester United. Allá por los ya lejanos meses de febrero y marzo (cómo hemos cambiado), ganar al Sevilla en octavos de final de la Champions League y quizás la historia hubiese diferente, o por lo menos no tan trágica y agónica. Viejos vicios y hábitos acabaron por enterrar al enterrador definitivo. Quien se adivina quería dejar de ser enterrador y nunca pudo, cayendo a su propio hoyo. Puede que volvamos a ver a José Mourinho en la élite o puede que no. Al menos en Inglaterra, las probabilidades se decantan por lo segundo, no obstante. Lo cual es una pena. Lo tuvo, pero no pudo encontrar dentro de sí la evolución al nuevo mundo. Raro es conseguirlo desde un punto tan fijo, pero como también es raro para alguien llegar al inestimable nivel de excelencia al que llegó en sus tiempos de apojeo.
Los cuales siempre van y vienen en el Chelsea. Un título de la Premier League abrumador en 2017 y una caída a la Europa League en este 2018. Eden Hazard alcanzó el que probablemente sea su mejor versión hasta la fecha. No salvó él al Chelsea del golpe pero sí llevó a Bélgica a la semifinales de un Mundial por primera vez en 32 largos años. Y, después, encontrarse de vuelta en Londres a un señor italiano sacado de otro tiempo; fumador y antiguo trabajor de la banca. Puede que sólo fuese la indiferencia del Real Madrid lo que mantuviese a Hazard en el equipo, pero Maurizio Sarri hará lo posible por que sus innovaciones salven al Chelsea de sí mismo. De sí mismo y de los dramáticos números goleadores de quienes deberían restar drama: sus delanteros. A Olivier Giroud ya no le vale que Hazard le aprecie que más que a nadie. Pero siempre podrían estar en ataque, como el Southampton, el Crystal Palace, el Newcastle, o sobre todo, el Huddersfield, cuyos delanteros no encontrarían la portería rival ni aunque Harry Kane y Pierré-Emerick Aubameyang les llevasen a hombros hasta dentro de la propia portería.
Aunque hablando de Aubameyang y de encontrar, el pequeño milagro con el que se topó el Arsenal con la consecución de su fichaje no está lo suficientemente valorado. Tampoco es de extrañar, ya tienen suficiente con que la cara que entra la puerta por la puerta todos los días siga siendo la de Gunnersaurus. O lo que posiblemente sea más importante, que ahora sea la de Unai Emery y no la de Arsène Wenger. De alguna forma, la marcha del inestimable técnico de Strasburgo sólo se asimila sin asimilarse por completo. Al final, el mundo se mueve deprisa y las cosas con las que te puede distraer, incluso de algo tan existencial, son incesantes. Pero es que 22 años, un mismo entrenador, un tío que se llamaba Arsène y un club que se llamaba Arsenal. La última década persiguiendo alguna especie de vía utópica a través de cual los triunfos volverían, o llegarían por primera vez al Emirates. Donde está Unai Emery y ya no está Wenger, ahora dando alguna charla esporádica o recibiendo bebés en sus brazos en Liberia como si de un mesías se tratase. Qué locura, la verdad. Lo del Arsenal, no lo de Liberia. Aunque igual eso también. Como la racha de veintidos partidos sin perder que ha vivido el equipo antes de entrar en un crisis. Este sí que es nuestro Arsenal reconocible. Aunque las esperanzas de algo mejor todavía están. O deberían estarlo. Y con razón.
En Burnley estuvieron a las puertas de que esta temporada se convirtiese en una muy especial. Una en Europa y en la cual seguir construyendo sobre los cimientos de la campaña anterior. Pero si algo no ha demostrado la presente es el tamaño de la proeza que fue que el Burnley, el Burnley, quedase séptimo y jugase la Europa League. O la previa. Porque en la liga turca, en la tan entrañable liga turca, hay un líder. Uno con amplia ventaja, que responde al nombre de Istanbul Basaksehir y que fue eliminado por el Burnley en la prórroga del partido de vuelta de su eliminatoria. Después de arrastrarse sobre la línea de meta para cargarse al Aberdeen previamente, la victoria sobre los otomanos y Emmanuel Adebayor pareció impulsarles a una improbable victoria en campo de Olympiakos. Un partido que empezaron ganando, dando sensaciones que una expulsión hizo desvanecer todavía hasta el día de hoy. Burnley, el sitio donde Joe Hart ha vuelto a ser titular, por delante de dos que cayeron lesionados pero que previamente le habían superado en el ranking de selección de Inglaterra. Burnley, el sitio donde afortunadamente o desafortunadamente Sean Dyche quizás haya encontrado su “techo”. Que si hay que romper ese techo a cabezos, se rompe. Pero los resultados adversos no sólo le han alejado del alcance del techo, sino que le están convirtiendo peligrosamente en el nuevo Sam Allardyce.
Pero en el panteón de entrenadores en el que el propio Allardyce no pertenece, pese a que trató de convencer al personal de lo contrario -con palabras más que con acciones-, es en el que se encuentran los entrenadores de los tres primeros clasificados de la Premier League. Liverpool, Tottenham y Manchester City; Jürgen Klopp, Mauricio Pochettino y Pep Guardiola. La brillanteza de lo que están consiguiendo se refleja en el hecho de que nunca antes tres equipos en la máxima división inglesa habían revasado Navidad con más de 40 puntos logrados cada uno (adaptados a tres puntos los equipos que se quedaron cerca de ello cuando las victorias sólo proporcionaban dos puntos). Tres contextos enormemente distintos, expectativas rampantes en cada uno de los casos, y un sólo título de liga disponible. También una Champions, pero como para contar con una victoria en ese terreno infernal. El que mancilló la casi perfecta obra de Guardiola. 100 perfectos puntos, un juego pulcro y cuidado al milimetro muy como pocos antes, un Kevin de Bruyne consolidándose en la élite de su posición y del fútbol mundial; pero también con el giro amargo en la recta final -privándoles el Liverpool de la coronación continental- no pudo ser evitado. Mencionaba alguien que Guardiola mecaniza la extraordinario. Sobre todo para días ordinarios, como demostró la centena de puntos, un hito que perdurará. A no ser que el Liverpool tenga algo que decir, aunque los Reds pensarán: “¿qué importan cien puntos después de casi treinta años sin un título de liga?”.
Tiempo, esfuerzo y dinero. De lo primero y lo segundo el Tottenham sigue invirtiendo; de lo último sólo en su estadio. Pero Pochettino sigue superando expectativas, sacando lo mejor de todos y cada uno de sus jugadores, unos cada vez más brillantes; haciendo que el equipo se sobreponga a jugar sin centro del campo, o con lo que pueden hacer Moussa Sissoko y Harry Winks ahí, confiando todo en Eriksen, en Alli, en Moura, en Kane y en Son. Una historia que si bien a no todos fascina, el reconocimiento que merece difícil pueda ser materilizado. Son, mismamente, es una de las historias del año. Al mejor nivel de su trayectoria y todo después de un Mundial de tremenda devastación: eliminado en fase de grupos con Corea. Su penúltima oportunidad de salvar su carrera como futbolista de élite perdida. Tuvo que abandonar al Tottenham e ir a disputar los juegos asiáticos en septiembre. Y ganar con la República de Corea el oro para librarse del servicio militar obligatorio de dos de su país.
Ganó. Se exagera muchas veces sobre lo que está en juego en un partido de fútbol. Aquí no. Son podría haber perdido y difícilmente hubiese vuelto a jugar con el Tottenham en forma de estrella. Pero venció y su superlativo rendimiento, de principio a fin del año, ha colaborado enormemente en que el Tottenham cierre el año habiendo pasado a octavos de final de la Champions y con una muy lejana oportunidad de ganar la Premier League. Pero al mismo tiempo más cercana que la de cualquiera de los “otros dieciocho”. Un número que la temporada pasada era mayor por un dígito. Porque lo del Tottenham es increíble dadas sus circunstancias, pero en cuanto a alcanzar ese siguiente nivel de excelencia es el Liverpool al que hay que reconocerle el mérito de estar haciéndolo. El equipo que ha roto la barrera del Manchester City. Que ha interrumpido su aura de “invencibilildad”. Si algo nos demostró el equipo Cityzen la temporada pasada es que Guardiola podía volver a raptar una liga como hizo con La Liga o, sobre todo, la Bundesliga. Pero a diferencia de en Alemania, aunque con un mismo rival en el banquillo en Klopp, en Inglaterra hay quienes tienen recursos para plantar cara. Pero Guardiola te obliga a que aciertes, a que maximices esa capacidad. El Liverpool ha acertado con todos sus fichajes. Debutó Virgil van Dijk en el primer partido de 2018 del Liverpool en Anfield. Y ganaron con un gol suyo. Doce meses más tarde y habiendo sido el City quien ha conseguido la proeza de los 100 puntos, da la sensación de alguna manera de haber sido el año del Liverpool. Probablemente sea porque Jürgen Klopp ha creado la kriptonita del Manchester City. Pero será en 2019 cuando el ganador se decida.
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