Héctor Farres

El bloqueo

Los deportistas de élite, en un estatus muy por encima del grueso de la población, han construido alrededor suyo una imagen de seguridad y éxito que en ocasiones no se corresponde con el enorme vacío que sienten por dentro.

La depresión es la gran enfermedad del S.XXI Es cada vez más habitual encontrarse con personas llenas de tristeza, con la moral totalmente destruida y que son incapaces de retomar el rumbo de sus vidas. En el imaginario social actual, donde mostrar la felicidad y el lado bueno de la vida es tendencia, no se concibe que más 300 millones de personas según la OMS no puedan escapar de los dedos largos y tétricos de la depresión.

Para los que no la sufren puede parecer una enfermedad menor; o incluso les puede asombrar que sea considerada como una enfermedad. No suena tan terrible como ‘cáncer’ o ‘ELA’, pero también es una dolencia grave y cada vez afecta a más gente, que no encuentran el apoyo ni la comprensión de los demás. “Mírale, tan deprimido no estará si sale a la calle”, pueden decir algunos por lo bajini. Como si otros enfermos no salieran a tomar el aire o a hacer recados. Simplificándolo mucho, esta podría ser un pequeña conversación entre alguien con depresión y otra persona que no tiene la información adecuada sobre esta enfermedad:

–     ¿Qué te pasa?

–     Estoy triste, deprimido…no tengo ganas de nada.

–     Ah, vaya. Pues no estés triste, hombre.

Si las personas de a pie no encuentran un feedback positivo por parte de sus interlocutores, todavía es más complicado para los deportistas de élite. El dinero y la fama, sobre todo en deportistas jóvenes, puede llenar un hueco que, con el tiempo, y si no se pone remedio, se va haciendo más grande. Christian Nade, ex jugador del Sheffield United entre otros equipos, ha roto su silencio recientemente en SkySports sobre su larga lucha contra la depresión. Este jugador francés, que ha jugado en dieciséis equipos a lo largo de su carrera y no ha estado bajo el foco mediático, ha confesado que ha tenido dos episodios críticos, uno de ellos reciente, en los que ha estado a punto de suicidarse.

Andrés Iniesta, Tiger Woods, Ricky Rubio o Michael Phelps son algunas de las estrellas del deporte que han reconocido haber tenido problemas de salud estrechamente relacionados con la depresión o la ansiedad. Atletas que han hecho felices a sus respectivos países, pero que en algún momento de sus vidas todo se les vino abajo. Uno de los casos más trágicos lo protagonizó Robert Enke, ex guardameta alemán del FC Barcelona, que se suicidó en 2009 al no poder sobreponerse a sus problemas. Un año más tarde sería Dale Roberts, portero del Sunderland y del Nottingham, el que se ahorcaría.


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Christian Nade, exfutbolista del Sheffield United entre otros, reconoció recientemente haber vivido varios episodios de depresión. / Getty Images


Aunque estén bajo un manto de silencio, la depresión y la ansiedad están instaladas en los vestuarios. Según un informe de FIFPro elaborado en 2015, el 38% de los futbolistas mostraban síntomas de depresión; una cifra que disminuía sensiblemente hasta el 35% en los jugadores retirados. Los jugadores con más riesgo de entrar en esta espiral de oscuridad son los que han atravesado al menos tres lesiones graves, los que no han alcanzado las expectativas generadas en torno a ellos — especial mención a los chavales que despuntan muy jóvenes y se les pone el cartel de estrella demasiado pronto — o los que no toleran el fracaso; aunque hay un sinfín de atenuantes y situaciones — problemas familiares varios o económicos, inadaptación a un nuevo lugar, circunstancias de estrés prolongado, adicciones — que pueden provocar o agravar este tipo de situaciones. Las redes sociales, que son la jungla, son otro elemento de presión para los jugadores, que no son ajenos al mundo y aunque no quieran entrar al trapo siempre les acaba llegando todo lo que se está diciendo de ellos.

El Everton tiene entre sus filas a uno de los jugadores que puede hablar con conocimiento de causa sobre la depresión y sus efectos en futbolistas de élite. André Gomes abrió su corazón en el número 72 de la Revista Panenka cuando vestía la camiseta del Barça. El portugués, precisamente, encaja en la descripción de futbolista que no está a la altura de lo que esperan de él. En su etapa en el Valencia deslumbró, pero en el conjunto azulgrana, donde la presión es inmensa y las comparaciones son terriblemente odiosas, se atenazó hasta tal punto que no quería salir de casa. Para André Gomes salir al Camp Nou era un suplicio inaguantable: “Los primeros seis meses fueron bastante bien, pero luego las cosas cambiaron. Quizá la palabra no sea la más correcta, pero se volvió un poco infierno, porque empecé a tener más presión”. Eso sí, reconocía que, en los entrenamientos, con las personas justas mirándole, toda esa inseguridad y angustia desaparecía. Hasta el día de partido.

En Inglaterra, en un equipo con menos foco mediático y donde puede ser uno de los líderes ha recuperado la serenidad necesaria para fallar un pase sencillo y no sentirse culpable. No obstante, una gravísima lesión provocada en un lance fortuito, con el historial psíquico de Gomes, puede desencadenar la recaída del luso: la frustración por no jugar, las eternas preguntas “¿por qué yo?” o “¿por qué ahora?” y el miedo a volver a lesionarse son motivos suficientes para provocar un bloqueo mental que atormenta a un sector de futbolistas importante.


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André Gomes admitió haber sucumbido a la presión que vivió en Barcelona. / Getty Images


La exposición constante y a gran escala que produce el fútbol, sin ser la causa original de los males sí que los potencia hasta límites que solamente las mentes más fuertes y preparadas –que son pocas– pueden tolerar. Loris Karius, ex guardameta del Liverpool, jamás ha dicho que sufra depresión pero, sin duda, puede ser un sujeto propenso a tener una enfermedad de este tipo. Aquella final de Champions League que ganó el Real Madrid al conjunto de Jürgen Klopp fue el entierro de la carrera del portero alemán, que ahora juega cedido en el Besiktas turco. Los errores garrafales de Karius y su enorme trascendencia sumados a la presión y las circunstancias del partido, la exposición ante todo el mundo –aquel partido se vio en 226 países– y las feroces críticas vertidas ya no solamente en las redes sociales; sino en cualquier medio de comunicación son un ecosistema favorable para hundirse.

En caliente, con el fallo reciente, nadie se da cuenta que una mala gestión de todos los imputs mencionados puede traer consecuencias tremendas para los futbolistas. Se debe especificar que la culpa no recae en el aficionado/crítico, sino en el trabajo que debe hacer el futbolista a la hora de encajar todas estas situaciones. Es por ello que los equipos deben tener especial implicación en cuidar a sus jugadores también en el aspecto mental y darle las herramientas y profesionales adecuados para poder sobrellevar y, sobre todo, aceptar la realidad. Pues asumir el éxito siempre es sencillo.

 

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Héctor Farres