La historia tiene episodios, capítulos y momentos de todo tipo. Algunos son conocidos y otros permanecen un poco más ocultos en los baúles del olvido, la historia que vamos a tratar hoy nos lleva a una época no muy halagüeña en Europa, el contexto en el cual se desarrolla la historia es la Alemania de entreguerras, el escenario un encuentro de fútbol y como protagonistas las selecciones alemanas e inglesas.
Corría el año 1938 en Europa, los tambores de guerra cada día sonaban más fuertes a lo largo y ancho del continente y en Europa se habían producido cambios sensibles en el terreno geopolítico, no obstante, se designó a Francia como sede para la Copa Mundial de 1938, dicha elección tuvo lugar en Berlín, el 13 de agosto de 1936 en plenos Juegos Olímpicos. Como prueba de la situación política europea, solo tomaron parte en dicha competición 15 países. Austria, clasificada para la fase final, había sido ocupada por Alemania mediante el “Anschluss” o anexión el 12 de marzo de ese mismo año y su plaza por tanto quedó vacante. El contexto político era por consiguiente muy delicado en dichas fechas.
El día 14 de mayo de 1938, la selección inglesa de futbol se enfrentó a Alemania ante 110.000 espectadores en el estadio olímpico de Berlín en un partido que servía de preparación de cara a la Copa del Mundo que se celebraría del 4 al 19 de junio de ese mismo año en Francia. El momento más sorprendente fue sin duda cuando, al sonar el himno nacional germano, los jugadores ingleses levantaron el brazo en alto a la par que sus contrincantes de la selección alemana. Este gesto generó sorpresa y en ese momento pocos sabían el significado de aquello y el porqué de su actuación.
La realidad acerca de esta historia es que los jugadores ingleses fueron obligados y se les había ordenado antes del partido que debían saludar como así hicieron. Al parecer fueron instrucciones dadas por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, y todo obedecía a intereses políticos para no deteriorar las relaciones anglo-germanas. Si bien es verdad que los jugadores en un principio se negaron a realizar tal gesto, finalmente Sir Neville Henderson (embajador de Reino Unido en Alemania), tuvo que intervenir. Usando al secretario de la Asociación de Fútbol, Stanley Rous, como intermediario, Henderson le indicó al equipo que hiciera el saludo por el bien de las relaciones anglo-germanas.
No obstante, la parte más interesante en esta historia es la visión de los jugadores. Una buena forma de mostrar lo que sintieron en aquel momento es citar el libro de memorias de Eddie Hapgood, el capitán inglés: “Estuve en Suiza, Rumania, Hungría, Checoslovaquia, Países Bajos, Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Noruega, Dinamarca, Suecia y Yugoslavia, estuve en un naufragio, en un choque de trenes y a centímetros de un accidente de avión. Pero el peor momento de mi vida, y uno que no repetiría por propia voluntad, fue cuando hicimos el saludo nazi en Berlín”. Uno de los goleadores del partido como fue Stanley Matthews llegaría a decir: “Todos los futbolistas ingleses estaban furiosos y en total desacuerdo, yo incluido”.
La cosa no quedó aquí y los futbolistas se mostraban reacios a hacer el gesto. Algún jugador se encaró con Stanley Rous en el mismo vestuario al conocer la orden. Otros van más allá y, atendiendo a lo que dice el conocido periodista e investigador Simon Kuper, el propio Hapgood invitó a Rous a meterse el saludo nazi “directamente por el culo”. Es conocida la flema inglesa pero en tales circunstancias la calma no abundaba precisamente en aquel grupo de deportistas.
Algunos jugadores tuvieron momentos de desahogo personal en el transcurso del encuentro como el caso de Len Goulden, el cual al anotar el primer gol se volvió al palco donde estaba sentado el secretario de la Federación Inglesa y según algunos testigos gritó “saluda esto ahora”. El partido concluyó con un demoledor 3-6 a favor de los ingleses pero eso pasaba a un segundo plano, los jugadores estaban furiosos, decepcionados, no comprendían el porqué de ese gesto hacia un régimen que ya daba pruebas de una brutalidad manifiesta. La prensa británica consideró la imagen como un acto de aprobación y servilismo hacia el nazismo alemán.
Cabe decir que este episodio sería análogo de otro similar acaecido en diciembre de 1935 cuando Inglaterra invitó a Alemania a disputar un partido amistoso en la isla. El himno nazi sonó en Londres, los jugadores alemanes saludaron brazo en alto, y la esvástica ondeó en la tribuna, sería otro espectáculo esperpéntico y que no sentó nada bien al pueblo británico, contrarios a dicha ideología.
Como suele ocurrir en muchos casos, la historia da esos giros irónicos, pero no por ello menos previsibles. El 30 de septiembre de 1938, el Primer Ministro británico, Neville Chamberlain, alzó la recién firmada Declaración anglo-germana que culminó con el pacto de Múnich, el cual permitía y legitimaba la recién anexión de algunas partes de Checoslovaquia a la Alemania nazi. Chamberlain también había acordado un pacto de no agresión con su contraparte alemana. Solo dieciséis meses después de aquel gesto en el estadio olímpico de Múnich estallaría la guerra, ya no habría sitio para más gestos de amistad, pactos o declaraciones selladas con juramentos.
Este episodio se podría resumir en una frase pronunciada por Winston Churchill precisamente a Chamberlain en la que le espetó «se te ofreció poder elegir entre la deshonra y la guerra y elegiste la deshonra, y también tendrás la guerra», sin duda no iba desencaminado Churchill, ya que menos de dos años después del gesto inglés en Berlín, la sangre, tristeza y la muerte recorrían a partes iguales Europa. Cerca de ochocientos jugadores que militaban en la liga inglesa fueron llamados a filas durante el conflicto. Es lo que tiene la guerra, que alcanza todo y a todos.