Gareth Reynolds

El ejército de Taylor pierde a su general

Gareth Reynolds recuerda la figura de Graham Taylor, recientemente fallecido, y cómo, desde su puesto de entrenador, transformó para siempre la historia del Watford FC.

A pesar de que ya ha transcurrido una semana, estas líneas siguen siendo increíblemente difíciles de escribir. Palabras como “leyenda” y “héroe” se usan con tanta frecuencia hoy en día que su impacto ha comenzado a decrecer, en particular en el mundo del fútbol, donde las rivalidades y los intereses particulares pueden desembocar en el cinismo y la contribución al fútbol puede quedar de lado con demasiada facilidad para ser sustituida por extractos, estereotipos y escuetos titulares.

Personalmente, sin embargo, héroe y leyenda son palabras insuficientes para explicar lo que Graham Taylor significa para mí y estoy seguro de que ese es un sentimiento que muchos comparten conmigo. Aunque sus logros como entrenador fueron poco menos que extraordinarios y nunca podrán ser superados, no es eso lo que llena mi corazón de orgullo cuando pienso en él. Es su trabajo para hacer que el fútbol fuera mejor para todos, sus actos de bondad y generosidad, y su confianza en dar siempre el máximo.

Taylor apareció por Vicarage Road en 1977 y comenzó a cambiar el Watford FC para siempre. Se las ingenió para lograr tres promociones en solo cinco temporadas, conduciendo a los Hornets de la cuarta división a la primera, por primera vez en su historia. El equipo acabó subcampeón por detrás del todopoderoso Liverpool en su primera temporada en la élite, alcanzó los octavos de la Copa UEFA y llegó a la final de la FA Cup en 1984.

Nací en 1978, y fueron mi tío y mi abuelo quienes me introdujeron en el club antes siquiera de ser capaz de golpear un balón. Aprendí a cantar “Elton John’s Taylor Made Army” en cuanto fui capaz de hilvanar una frase coherente y Taylor, junto con John Barnes, Luther Blissett y el resto de aquel intrépido equipo, fue un tema recurrente de conversación cada fin de semana durante los primeros años de mi vida. Él era MI entrenador y aquel era MI equipo.

Cuando se marchó al Aston Villa en 1987, no lo comprendí. ¿Por qué irse? ¿Cómo nos podía dejar tirados de aquella forma? Ante mis ojos de joven, su aura mágica no hizo más que crecer durante la década de declive que siguió a su marcha. Cuando regresó, junto con Elton John, con el club al borde de la desaparición, nos devolvió a la vida, logrando el título de tercera división y el ascenso a la Premier League en temporadas consecutivas. Aquella victoria en la final del play-off de ascenso de Championship contra el Bolton el 31 de mayo de 1999 en mi única visita al viejo Wembley es, de largo, el día más feliz de mi vida como aficionado del Watford. Todavía hoy, no puedo evitar que se me ponga la piel de gallina cada vez que lo recuerdo.

Pero toda esta serie de logros no bastan para explicar toda la historia. Taylor transformó el Watford desde un club que vagaba sin rumbo por las divisiones inferiores hasta 1978 en un nombre que se convirtió en sinónimo de ambición, confianza y éxito. Su contribución al club fue enorme pero no se acabó ahí. No solo cambió el club; cambió el fútbol y cambió nuestras vidas.

A lo largo de los años 80, el hooliganismo en el fútbol se convirtió en un grave problema en todo el país, transformando los estadios en lugares potencialmente violentos e intimidatorios, y situando el futuro del fútbol en riesgo. Muchos clubes decidieron levantar vallas para separar a los aficionados rivales entre sí y para impedirles a todos que invadieran el césped. Sin embargo, el Watford, liderado por Taylor, optó en su lugar por convertir Vicarage Road en un lugar seguro y acogedor para los aficionados de todas las edades. Fuimos el primer club en el país en introducir una grada familiar, una sección de la grada diseñada solo para jóvenes y sus padres. Por supuesto, esto supuso un coste financiero. Cuando informaron a Taylor de la necesidad de disponer de fondos adicionales para construir esta área, pregonó con el ejemplo y corrió la maratón de Londres para recaudar el dinero necesario. Gracias a su arduo trabajo y a su dedicación, Watford fue diferente. Esta forma de hacer las cosas se dio a conocer como “The Watford Way”.


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Graham Taylor y Elton John (Evening Standard/Getty Images).


Taylor entendía el juego y, sobre todo, comprendía lo que lo hace especial. Reconoció la importancia de los aficionados y de la comunidad local, y trabajó incesantemente para establecer un vínculo entre el club, los aficionados y él mismo. Un gran ejemplo son los banquillos de Vicarage Road. Eran tristemente famosos porque no eran más que una fila de banquillos sin protección pegados a la banda, totalmente expuestos a los elementos. ¿Por qué? Graham Taylor se negó a gozar de un techo sobre su cabeza mientras los aficionados presenciaban el partido desde una grada descubierta. Si los aficionados del Watford se podían mojar, él también podía hacerlo. Un mensaje potente, un compromiso implícito en cada partido. Y existen muchos más.

Durante su carrera, ocupó el cargo más prestigioso que un entrenador puede alcanzar en Inglaterra en una etapa complicada al frente de la selección. A pesar de su fama, sus éxitos y sus constantes compromisos profesionales, que pasaban su factura en tiempo y energía, siempre encontraba un hueco para aquellos que amaban el fútbol. Existe una constante de positivismo en la retahíla de historias y homenajes que han invadido los medios y las ondas desde el triste anuncio de su fallecimiento que provoca invariablemente una sonrisa, aunque sea con lágrimas en los ojos.

Historias de cartas inesperadas a jóvenes, llamadas telefónicas a aficionados, visitas imprevistas a personas necesitadas y todo un conjunto de otros actos de bondad desinteresada. Fue incluso el padrino de boda de un aficionado del Watford al que no había visto en su vida. ¿Por qué? Simplemente porque recibió una carta pidiéndole que lo hiciera. Yo también tengo la enorme fortuna de atesorar mi propia pequeña historia con Taylor. Nada tan dramático, pero es mía.

Me lo encontré una vez, brevemente, en los aledaños de Turf Moor, el campo del Burnley, antes de su último partido como entrenador del Watford, al final de la temporada 2000-01. Como era su último partido, se habían reunido más aficionados de lo habitual, incluyendo mi familia y yo, para ovacionarle al bajar del autobús del equipo. Apareció después de los jugadores y fue recibido entre atronadores aplausos. Comenzó a firmar autógrafos de buena gana para todos los que se lo pidieron, aceptando buenos deseos y agradecimientos a medida que lo hacía. Cuando se acercó a mí, le ofrecí un bolígrafo y le pedí que me firmara la camiseta del Watford que llevaba puesta. Me sonrió, cogió el bolígrafo y firmó mientras me advertía que esperaba que su firma no traspasara la camiseta. ¡Le respondí que no me importaría, que derramaría mi sangre con gusto por él y por mi equipo! Su carcajada y su sonrisa de oreja a oreja permanecerán siempre conmigo. Como aquella camiseta.

Aquel día le di las gracias por todo lo que había hecho por el club pero ningún agradecimiento será nunca suficiente para abarcar todo lo que hizo por el club, la ciudad y los aficionados del Watford de todo el mundo. Nos abandona dejando tras de sí un increíble legado que vivirá para siempre y recuerdos maravillosos que nos reconfortarán cuando lleguen los días de frío. Él era nuestro y todos nosotros fuimos los orgullosos soldados del ejército de Taylor.

Traducción del inglés original de Ilie Oleart.

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Gareth Reynolds