Cuando el West Bromwich Albion eliminó al West Ham de la FA Cup allá por el mes de enero, uno de los mayores diamantes surgidos de la academia de los Hammers, Joe Cole, acusó en BT Sport a varios de los nuevos integrantes de la primera plantilla de ir al club “de vacaciones”. En aquel partido no estuvo Grady Diangana. El joven anglocongoleño era uno de los grandes proyectos de futuro del club, pero, de momento, le había tocado salir.
El canterano se había marchado cedido, precisamente rumbo a The Hawtorns, aunque tampoco jugó el encuentro con la camiseta de los Baggies. Una lesión de isquiotibiales lo mantuvo entre algodones por esas fechas. No obstante, de sobra tuvo tiempo para demostrar su valía. Durante el resto de la temporada disputó 31 partidos con el West Brom, en los que firmó 8 goles y repartió 6 asistencias, confirmándose como una de las promesas más interesantes de la Championship. El curso acabó. Diangana era feliz. Habían logrado ascender a la Premier League, pero tocaba volver a casa. El vestuario del West Ham le esperaba.
Llegaba septiembre y sus nuevos horizontes. El extremo ya se había unido a los entrenamientos cuando el club recibió una oferta por él. Volvería al West Brom. Pero esta vez para quedarse. La directiva aceptó. Al hacerse oficial, muchos aficionados se llevaron las manos a la cabeza. Diangana ya no volvería a vestirse de Hammer y, para colmo, se pondría a las órdenes de Slaven Bilić. La ironía casi resulta ofensiva para la hinchada. Su fiel reflejo es el capitán, Mark Noble, que dio rienda suelta a sus pesares en su cuenta de Twitter: “Como capitán de este club, estoy destrozado, enfadado y triste por la marcha de Grady. ¡Es un gran chico con un gran futuro!”, lamentó.
Ventas como la de Diangana ponen en entredicho a la propiedad, que tiene a David Sullyvan y David Gold como cabezas visibles, por una significativa falta de previsión y, sobre todo, por la ausencia de un proyecto. Los jóvenes dejaron de sentirse pilares del equipo, con algunas excepciones como Declan Rice, ya que cada vez gozan de menos oportunidades. El West Ham prefiere construir un equipo con base en jugadores que solo vienen a cubrir carencias, en lugar de en futbolistas que puedan sentar los cimientos de un futuro en la élite.
Incluso cuando se mueven bien en el mercado, a menudo es para cubrir posiciones donde existe un cierto overbooking y las incorporaciones no son estrictamente necesarias, eludiendo las más que evidentes necesidades del equipo. Jarrod Bowen, el último ejemplo. Fichan en invierno a una de las perlas de la Championship, pretendido además por varios equipos, pero lo hacen para reforzar una demarcación en la que ya tienen suficientes activos, como Yarmolenko, Felipe Anderson o Pablo Fornals. Mientras, continúa el déficit en otras zonas del campo. Tanto es así que esta campaña han acabado salvando el cuello, de manera milagrosa, con un excelso Michail Antonio que se había postulado como su único valedor en la punta de ataque.
Entre la política de fichajes del club ha corrido una significativa tendencia en los últimos tiempos. Varios de los “juguetes rotos” de los equipos del Big Six acababan, tarde o temprano, llegando al London Stadium. El West Ham se ha convertido en el penúltimo tren de algunos futbolistas que han decepcionado en retos mayúsculos, como es el caso de Samir Nasri, Lucas Pérez o Marouane Chamakh. Entre los tres no alcanzan los 25 partidos de Premier League con la elástica de los Hammers. Otro buen ejemplo es Jack Wilshere, que ha disputado solo 16 partidos en Premier League durante sus dos temporadas como Hammer.
Pellegrini se marchó. Y con él, Mario Husillos. David Moyes aterrizó valiente y con una esperanzadora iniciativa a llevar las riendas en el mercado, según declaró en The Guardian en enero: “Vamos a ir a por futbolistas jóvenes que puedan ser futuros internacionales. Debemos dar oportunidades a los jugadores que se las ganan, no solo a los que vienen a tapar un agujero y al final no nos aportan nada”. Y nada más lejos de la realidad. La incorporación de Tomáš Souček, que apenas ha cumplido los 25, parecía abrir un halo de esperanza, pero ventas como la de Diangana borran la ilusión de un plumazo. El proyecto sigue en el limbo.
El caso es que Moyes, al menos, ha sabido dar con el problema. Aunque no haya descubierto la pólvora. El West Ham ha estado comprando futbolistas que tienden a la devaluación, obteniendo muy poco dinero cuando, con el tiempo, deciden deshacerse de ellos. El entrenador escocés anhela poder contar con activos de corta edad, que al menos puedan revalorizarse y sacar por ellos un alto precio. Conoce la solución porque ya la llevó a cabo en el Everton. Pero la actual tesitura no es la misma con la que tocó lidiar en Goodison Park, y él tampoco. Según The Guardian, el club ha contabilizado unas pérdidas de 28,8 millones de libras, motivadas por traspasos irracionales, altos salarios y aquella mejora de las instalaciones de entrenamiento. El aspecto económico parece ser otro motivo coyuntural de la ausencia de un proyecto firme. Los Hammers han creado su propia cultura de supervivencia. Y ahora no saben cómo salir de ella.