Nueva Venecia es una provincia brasileña de la región de Espírito Santo, poblada por descendientes de inmigrantes italianos. La zona, bañada por el río Cricaré, recibió ese nombre en recuerdo de la reina del Adriático. En esta reina del Atlántico, vivían a finales de los noventa los Andrade, pareja formada por un albañil y heladera. En 1997 nació el primero de sus cinco hijos, al que llamaron Richarlison -no confundir con el ex presidente de EEUU Richard Nixon-. El primogénito recibió una fuerte formación moral por parte de sus padres. Se pasaba las horas despachando en la tienda familiar, haciendo oídos sordos a los cantos de sirena de sus amigos, inmersos en el trapicheo desde muy temprana edad.
Pese a esa fuerza de voluntad, Richarlison nunca fue un chico centrado en los estudios, quizás por desinterés o quizás porque la venta de helados le ocupaba demasiado tiempo. Para lo que sí encontraba tiempo era para el fútbol, y no se le daba precisamente mal. Pronto llegó a las categorías inferiores del América, equipo de la Serie A brasileña. En dicho equipo, el brasileño destacó hasta tal punto que llamó la atención de uno de los equipos más emblemáticos del panorama nacional: el Fluminense. Allí, logró un gran rendimiento coincidiendo con la última temporada Ronaldinho, lo que le valió para ser llamado por primera vez con la selección sub-20 brasileña, debutando y anotando un gol ante Inglaterra en St. James´ Park. Esas experiencias cuando sólo era un adolescente le sirvieron para labrarse un nombre a nivel nacional, como extremo de hábil manejo y centelleante galope. El Watford, equipo que más que posiblemente tuvo un ojeador viéndole en su debut con la Canarinha, llamó a su puerta y su presentación al gran público no pudo ser mejor.
La temporada pasada en el equipo del alma de Elton Jhon demostró que Richarlison poseía un talento precoz. El brasileño se hizo dueño y señor de la banda izquierda del Vicarage Road, jugando 38 partidos de los 38 posibles en Premier. La punta de ataque podría haber sido su posición habitual, si no llega a ser por Troy Deeney. El jugador inglés pasó tres meses en la cárcel antes de ser el capitán de los Hornets. Tenía demasiada jerarquía en el vestuario como para que un imberbe le quitara el puesto. «Bastante tiene con jugar», debió pensar el expresidiario. Quedándose en el carril izquierdo, el brasileño partía desde ahí, donde tenía el espacio necesario para espolear su verticalidad. Sus arranques aderezados con una técnica exquisita hacían las delicias de los aficionados del Watford. Su posición en la banda le obligaba a grandes esfuerzos de los que se libraba Deeney, como bajar a cubrir la subida de los carrileros contrarios, por ejemplo. Pese a ello, el rookie anotó cinco goles, los mismos que el capitán de los Hornets, quien contaba con la ventaja de lanzar los penaltis. Además de perforar la portería, Richarlison regalaba tantos: cinco jugadas que acabaron en gol nacieron de los botines del antiguo heladero.

Los recursos de que hacía gala el chico de Nueva Venecia enriquecieron la cosecha del Watford, lo que agradecía profundamente su entrenador, Marco Silva. Con él congenió rápidamente, porque ambos compartían el portugués como idioma materno. Su buena relación fue clave para que Richarlison acabara en el Everton esta temporada. Silva fichó por los Toffees a finales de mayo de 2018, pidiendo en su llegada al presidente Farhad Moshiri la incorporación del «veneciano». La directiva desembolsó 56 millones de euros y le convirtió en el buque insignia de una flota de jugadores de buen pie: Sigurdsson, Walcott, André Gomes y su compatriota Bernard. El heladero ha pasado de corretear la banda a dedicarse a la finalización en cuerpo y alma. Una clara directriz de Marco Silva, que ante la falta pasmosa de un punta de garantías ha visto en su pupilo un gran potencial como referencia de los ataques. La reconversión de Richarlison parece haber salido a las mil maravillas en la primera mitad de temporada. El punta ha demostrado estar de sobra preparado para el puesto, pese a que nunca había jugado más de dos partidos seguidos en la citada posición.
El delantero brasileño es un incordio para los zagueros rivales, su garra contribuye a fijar eficazmente a los defensas y a liderar la primera línea presión toffee. Su físico, propio de un decatleta como Ahston Eaton, le permite compaginar la ardua tarea defensiva con algún escarceo por la medular. Cuando Richarlison baja a recibir a la línea divisoria sirve de ayuda en la construcción de la jugada que él mismo termina. La técnica que atesora Richarlison, unida a su desparpajo, son de gran ayuda a la hora de combinar, en esa zona del campo donde una pérdida de balón supone una ocasión flagrante de gol. Con todo, el desborde es su encomienda fetiche. Tal es la confianza en sí mismo que sale airoso de cualquier envite, llámese Eric Dier, Nemanja Matic o Jordan Henderson. Gracias a su dedicación al frente del ataque, los nueve tantos del de Nueva Venecia en el ecuador de la presente campaña mejoran a los seis de toda la anterior.

La reconversión del extremo al centro no suele ser bien asumida por los que la padecen. El caso más conocido es el que experimentó hace poco Cristiano Ronaldo. El portugués, que era un extremo de fábula en el United y en sus primeras temporadas en el Madrid, acabó por asumir que su leyenda se forjaría como punta de lanza. Para llegar a esa conclusión, el astro tardó tres años: los que transcurrieron desde la final de Copa del Rey de 2011 que ganó con Mourinho al Barsa de Guardiola, cuando Cristiano jugó por primera vez como delantero centro con muy buen resultado, hasta la fase final de la 2013-14, momento en el que su castigada rodilla derecha le obligó definitivamente a dedicarse a meter goles. Comparando el caso de Ronaldo y el de Richarlison, nos damos cuenta de la precocidad desbordante del ex jugador del Watford, que con 21 años ha dado un paso que el mismísimo Ronaldo no se atrevió a dar hasta los 30.
Aunque parezca insólito, jugar de cara a la galería es una tarea con mayor atractivo que perder los 90 minutos batallando con las torres enemigas. Por eso, la actitud del heladero veneciano tiene mérito, y es que no se le ha caído ningún anillo con el cambio de rol. Los últimos tantos del brasileño son exactamente lo que se pide de él, rematando a un toque dentro del área. Las exhibiciones de Richarlison han provocado el interés del Barcelona, que está pensando en él como sustituto de Luis Suárez. Su faceta de gran rematador se une a un amplio repertorio de cualidades técnicas y físicas que hacen de él un jugador extremadamente completo. Por ello, no dudamos en afirmar que la proyección del heladero es fulgurante, aunque todavía le quede camino por recorrer. Hace menos de un mes un presentador un presentador de Sky Sports que estaba haciendo la previa del derbi de Merseyside no sabía ni su nombre. Eso sí, se refirió a él como la “estrella del Everton”.