Esta no ha sido una temporada más para el Arsenal ni para Arsène Wenger. El alsaciano, que lleva ya veinte temporadas al frente del club del norte de Londres, finalizaba contrato este verano y el ruido sobre su futuro se hacía cada vez más ensordecedor a medida que avanzaban las semanas.
Comenzó la temporada con señales para la esperanza. Alexis Sánchez encontró sitio jugando en una posición cercana al delantero centro y brillando como finalizador, y Mesut Özil parecía estar mejorando sus cifras y su juego. Arsenal finalizó primero de grupo en la Champions League por delante del todopoderoso PSG y el comienzo en la Premier League fue esperanzador, si bien nunca estuvo en la punta de la tabla.
Sin embargo, en un momento, en un giro de acontecimientos digno del día de la marmota, el equipo se encontró en febrero sin opciones en Premier League y vapuleado en octavos de final de Champions League por el Bayern de Múnich.
Las voces del «Wenger Out» aumentaron como nunca antes hasta dejar sordos a los espectadores del Emirates. Muchos, como un servidor, que siempre habían estado en el bando del «Wenger In», comenzaron a dudar y a observar por primera vez los síntomas evidentes de declive, cansancio y poca adaptación a la competición de Arsène. Comenzó un periodo donde se dieron episodios lamentables, plagado de manifestaciones, avionetas con mensajes contra el entrenador y un ambiente muy cargado en el propio Emirates. La afición exigía que el club retirara la oferta de renovación de Wenger.
Y, sin embargo, cuando todo parecía abocado a un final trágico, Arsène Wenger afirmó en rueda de prensa que era posible cambiar, incluso a su edad. Y lo hizo. Por primera vez en veinte años, modificó el dibujo. Una línea de tres centrales en la retaguardia, con dos carrileros, dos mediocentros y en la punta de ataque tres jugadores ofensivos, le dieron al equipo una estabilidad en el final de temporada que no se había visto en muchos muchos años en el norte de Londres.
Con el nuevo sistema, se acariciaron los puestos de Champions League, una hazaña que parecía casi imposible, y se ganó con solvencia y contundencia a Manchester City, Manchester United y Chelsea, a este último en toda una final de FA Cup.
Pese a las críticas que aprecian retroceso tras haber quedado fuera de la Champions League por primera vez en veinte años, este me parece el final de temporada más ilusionante de los últimos tiempos. Las razones son claras. El cambio de sistema aportó al Arsenal lo que se suponía que no tendría nunca con Wenger: trabajo táctico, solidez defensiva y buenos resultados ante equipos grandes.

No son esos los únicos beneficios de este nuevo sistema, sino que explota las virtudes de gran parte del once titular. Özil parece descargado de tareas defensivas y brilla y manda en los partidos, partiendo del lado derecho para ocupar el centro. Granit Xhaka ha comenzado a jugar como se esperaba desde su fichaje en verano, el tercero más caro de la historia del club, siendo el comandante del mediocampo. Aaron Ramsey hace pareja perfecta con el suizo. Se descuelga y llega con peligro al área rival. Parece que por fin ha encontrado su hábitat natural. Alex Oxlade-Chamberlain, eterna promesa pese a su juventud, ha encontrado en el carrilero diestro una posición ideal para explotar sus cualidades de velocidad, conducción y potencia. Incluso futbolistas como Per Mertesacker, que parecía condenado a la retirada y el olvido, parecen dispuestos a vivir una segunda juventud. Ante el Chelsea, el gigante alemán se erigió en el káiser de la defensa con un partido sólido, fiable, impecable, escudado en un sistema de juego que minimiza su principal debilidad, la falta de velocidad, y potencia sus cualidades de fortaleza física, magnífica anticipación y colocación, y capacidad aérea.
Otra razón clave para el optimismo es, curiosamente, haber quedado fuera de los cuatro primeros lugares. Donde muchos ven un retroceso, servidor observa una ventaja. Los últimos dos campeones, Leicester City y Chelsea, no jugaron la Champions League. Eso les permitió conservar su bloque de once titulares frescos jugando cada siete días. Ese debe ser el camino para Arsenal, que tiene capacidad financiera para reunir un once campeón de Premier League, y jugar los jueves en Europa League con los suplentes y hacer un buen papel. La Champions League representa un desgaste estéril dado que el club no ha estado en condiciones reales de luchar por el título en las últimas temporadas por falta de amplitud de plantilla. O, dicho de otro modo, ¿qué sentido tiene jugar la Champions League para perder ignominiosamente cada año en octavos contra el Barça o el Bayern de Múnich?
Por último, si el club es capaz de retener a la mayoría de este bloque (comenzando por Özil y Alexis) y añadir dos o tres futbolistas de primerísima calidad, como señaló Wenger en su comunicado de renovación, el salto cualitativo puede ser diferencial.
Por todo ello, nos hallamos ante una paradoja. Cuando parecía que este era el final, Arsène Wenger ha conseguido reinventarse y hacernos creer que este final de temporada es, sin duda, el más ilusionante de los últimos años.
Javier Paz es uno de los gestores de la cuenta de Twitter @Ser_Gooner, dedicada a la actualidad del Arsenal.