Nacho González

El irlandés que no quiere flores

El fútbol inglés rinde su particular homenaje en noviembre a los caídos durante el Remembrance Day con amapolas en las camisetas y minutos de silencio. Sin embargo, para un tipo de Derry ir a contracorriente es el único camino para no traicionar sus principios. Su nombre es James McClean. Y sólo él no lleva la flor en el pecho.

En noviembre, el Reino Unido se pone aún más solemne para mirar al pasado. Es el mes del Remembrance Day, una fecha marcada por el recuerdo a los caídos de todos los conflictos en los que los británicos han batallado. Los actos de homenaje y ‘poppies‘ o amapolas en las solapas marcan una agenda a la que también se une la Premier League con minutos de silencio y la característica flor bordada en las camisetas de los clubes. Allí saben mucho de tradiciones, y ésta es sagrada. Por eso una nota discordante suena con especial intensidad estos días. Y es que el seguimiento en la liga de esta conmemoración es masivo, pero no unánime. No mientras esté James McClean.

Que McClean sea el único que salta al campo sin una amapola en su pecho no es un error fortuito de fábrica. Que entre sustituyendo a un compañero bajo los abucheos de su propia afición no significa que la hinchada esté dirigiéndose descontenta al entrenador por el cambio. Detrás de este escenario excepcional hay un zurdo irlandés yendo a contracorriente porque es el único camino que le queda para no traicionar sus principios.

James nació en Derry, ciudad norirlandesa de mayoría católica situada en la frontera con la República de Irlanda. Creció concretamente en el área de Creggan, una zona de marcado carácter republicano y que vivió los tiempos del IRA —Irish Republican Army, un violento movimiento armado que luchó por una república independiente para Irlanda— con especial intensidad. No en vano, a principios de la década de los setenta era territorio patrullado por la guerrilla y vetado para el ejército británico.

 


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McClean salta al césped con sus compañeros en el Remembrance Day de 2015. Todos llevan la amapola, menos él. Foto: Reuters vía metro.co.uk


La historia de Derry quedó bañada en sangre el 30 de enero de 1972. Aquel domingo, conocido como el Bloody Sunday, catorce personas murieron por disparos del Ejército británico en respuesta a una manifestación contra el arresto y encarcelamiento masivo sin juicio de sospechosos de pertenencia al IRA. En 2010, se demostró tras años de dilatada investigación a cargo del juez Saville que las víctimas, inocentes y desarmadas, no suponían un peligro que justificara abrir fuego contra la multitud. La sentencia enterró así una versión oficial que durante décadas defendió que las autoridades actuaron en respuesta a las balas que recibieron desde el otro lado. Los proyectiles, sin embargo, jamás volaron en esa dirección; sólo lo hicieron hacia blancos desprotegidos.

«Para gente de Irlanda del Norte como yo, y más concretamente de Derry, la amapola significa algo muy diferente. Aún vivimos bajo la sombra de uno de los días más oscuros de la historia de Irlanda, incluso los que nacimos veinte años después de aquello». McClean, que durante su carrera ha tenido que explicar varias veces su postura contra el Remembrance Day desde que rechazó la amapola por primera vez como jugador del Sunderland, se justificó así hace años en un comunicado. «Si representase a los caídos en las dos Guerras Mundiales, la llevaría sin problema. Pero representa todos los conflictos en los que Gran Bretaña ha estado involucrada. Por la historia detrás de Derry, no puedo portar algo que simbolice eso».

McClean ha convivido con amenazas de muerte, insultos y odio bajo la etiqueta de antibritánico desde que decidió pronunciarse. En Sunderland, donde debutó en Premier League, la tensión le empujó a abandonar el club en 2013. Decidió alejarse del fango que le rodeaba en Wearside una tarde en concreto, como contó en una entrevista para la BBC: «Era uno de los últimos partidos de la temporada y, como normalmente hago, me llevé mi camiseta. Se la di a un niño fuera del estadio y su padre se la quitó y me la lanzó. Después, de vuelta a casa, paré en un semáforo y un tipo bajó la ventanilla de su coche, me escupió y se marchó«. Pasó dos años en Championship con el Wigan Athletic hasta que regresó en 2015 a la primera división de la mano del West Bromwich Albion, su equipo actual.

La amapola no es el único motivo por el que el irlandés ha estado en el ojo del huracán cuando las banderas han envuelto el fútbol: también le han llovido desde casa por renunciar a jugar para Irlanda del Norte. Aunque sirvió a su país de origen en las categorías inferiores, McClean es uno de tantos en Derry que se sienten parte de la República de Irlanda, a pesar de lo que los mapas digan. Rechazó la convocatoria de la selección absoluta norirlandesa y en 2012 debutó con The Green Army, ligando su carrera internacional de por vida a la nación que consideraba suya. Tres años después y ya sobradamente convertido en un demonio para la corriente unionista, dio la espalda al ‘God Save The Queen’ antes de un amistoso con el West Bromwich.

 



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Siempre hay dos caras del conflicto cuando fútbol y política comen en la misma mesa. Y aunque a McClean le pitan hasta jugando como local, cuando se pone la camiseta de la República de Irlanda su nombre pasa a ser el de un héroe nacional. Los irlandeses, que tienen un abanico de cánticos interminable, no tardaron en dedicar uno a su mayor símbolo contra los británicos. Con el estribillo basta para captar la idea: «James McClean odia a la puta Reina».

Es fácil imaginar la euforia de los irlandeses cuando el 9 de octubre McClean marcó el 0-1 que eliminó a Gales de la clasificación para el Mundial 2018 y metió a los suyos en la repesca. No sólo se habían cargado a uno de sus eternos rivales británicos. Volvían a casa con la fotografía del enemigo público número uno besándose el escudo en territorio comanche. Y es que el destino, siempre tan cabrón, no podía elegir a otro que no fuera James para liderar la rebelión.

 



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Nacho González