No son buenos tiempos para los románticos del fútbol. El PSG, un club llevado a la cima a través de una montaña de petrodólares, rozó el título de la Champions. El Leipzig, creado en el 2009 a través de la multinacional Red Bull, estuvo a dos pasos de repetir la misma gloria. La Premier League tampoco puede presumir de ser un luchador férreo por la conservación de los valores más tradicionales, y lo cierto es que la naturaleza de su propia creación lo demuestra. El Manchester City es el ejemplo más claro del éxito de los ‘nuevos ricos’ del fútbol. Sin embargo, el único equipo que le ha podido plantar cara estos años es precisamente un club con una política económica distinta. Una más austera, aunque no necesariamente privada de poderío financiero.
Mientras la mayoría de los grandes clubes europeos gastan su dinero como si no hubiera mañana, el Liverpool espera en la sombra. Digamos que el verano no es una buena época para un periodista que deba cubrir al conjunto Red. De todas maneras, su política austera ha tomado tintes de tacañez en vista del gasto de sus rivales y de las necesidades de plantilla a las que el club no pretende dar solución. El no fichaje de Werner fue un síntoma que demostró que las fachadas engañan.
El Liverpool necesitaba como el comer un jugador de alto nivel que compartiera minutos con los intocables Mané, Salah y Firmino. Al fin al cabo, cada año los Reds juegan muchas competiciones y necesitan disponer de una plantilla profunda. Por ello, los 53 millones que el Leizpig reclamaba por el delantero alemán se antojaban como una inmejorable oportunidad de mercado por un jugador cuyas características encajaban a la perfección con lo que se buscaba. Sin embargo, el club inglés se retiró de una puja que parecía ganada para no comprometer sus finanzas en una temporada marcada por la incertidumbre económica que ha traído la pandemia consigo.
No saciados con la firma de Werner, el Chelsea siguió elevando su inversión por encima de los 200 millones de euros haciéndose con Havertz, Thiago Silva y Malang Sarr, todo ello después de contratar a Hakim Ziyech. Además, el Manchester City se ha hecho con Ferrán Torres y Aké, y el Manchester United se ha llevado la puja por el tan codiciado Donny van De Beek. Mientras sus máximos rivales perfeccionan sus grandes plantillas, el Liverpool sigue sin reaccionar. Lovren, Lallana y Clyne han abandonado la disciplina de Klopp, y la única incorporación ha sido Konstantinos Tsimikas por 13 millones de euros, un joven lateral que será suplente de Robertson. Parece ser que en las oficinas del club aplican el sell to buy. Una política que salta a la vista por las operaciones de Thiago y Wijnaldum y que no resulta ninguna anomalía si analizamos el modus operandi del club en los últimos años.
El factor diferencial que ha permitido al Liverpool hacerse con los mejores jugadores ha sido su capacidad de encontrar grandes jugadores a precio de ganga, pero sobre todo la de vender a jugadores por encima de su valor. Entre descartes como Ings, Solanke, Ward, Kent, Mignolet, Sakho, Ejaria o Ibe, el club ha percibido más de 120 millones de euros, lo mismo que costó el tridente Salah, Mané y Firmino. Además, la venta de Coutinho por 145 millones se convirtió en una de las mejores operaciones de salida de todo el siglo. Esto hace entendible que en tres de los últimos cuatro mercado de fichajes la entidad Red haya terminado en balance positivo. En comparativa general, es el decimotercer equipo con más gasto neto desde 2015, con unos escasos 80,68 millones de euros. Lejos de los 560 millones del Manchester City o los 500 del Manchester United. De este modo, las gestas deportivas del equipo adquieren un valor especial y cuanto menos admirable.
Los éxitos deportivos tarde o temprano terminan por venir de la mano del componente económico. La madurez del proyecto de Klopp con aquella significativa derrota en la final de Champions fue un punto de inflexión. El medio deportivo especializado en economía y finanzas The Swiss Ramble recoge en su cuenta de Twitter todos los datos que explican la gestión económica del conjunto Red. Información que sale de los informes financieros anuales que el club emite de manera pública.
Estas cifras declaran que los ingresos del día de partido aumentaron de 152 millones de euros a 208 desde 2017 a 2019. El dinero de la televisión, aupado por los éxitos deportivos, pasó de 136 a 289 en esos tres años, convirtiéndose en el equipo del país que más dinero recibe por estos derechos. Los ingresos del ámbito comercial (patronicinios, merchandising, sponsors…) aumentaron desde 128 millones de euros a 208 en tres años, pero lo cierto es que siguen siendo cifras lejanas a aquello que perciben el Manchester City y el Manchester United (251 y 305). También hay que sumar los ingresos extraordinarios provenientes de competiciones europeas. En este aspecto, el club percibió 80 millones de euros en 2018 (final de Champions) y 109 en 2019 (ganador de la competición).
Todo camino de luces y rosas esconde sombras y espinas, y aquí es donde se encuentran las razones que explican que las arcas del club no estén rebosando de dinero, tal y como muchos pensaban. Por un lado, dar un salto cualitativo tan grande a nivel de jugadores implica que el esfuerzo en mantenerlos aumente considerablemente. Por ello, los salarios del club crecieron desde 230 millones de euros a 343 desde 2017 a 2019. Muy cerca de los 348 del Manchester City y los 367 de los Red Devils, de manera que los sueldos brutos de los 853 trabajadores registrados (mas los trabajadores temporales dedicados especialmente a los días de partido) cubrieron el 58% de los ingresos totales en el 2019. Una cifra proporcionalmente muy alta que reduce de manera notable el margen de beneficios que el club pueda tener.
También conviene mencionar otros gastos extraordinarios como la expansión del Main Stand de Anfield que supuso la instalación de 8.000 asientos extra en Anfield. Todo ello junto a la construcción del nuevo centro de entrenamiento de Kirkby. La inversión total se desconoce con exactitud pero se estima que supera los 100 millones de euros.
Por otro lado, el impacto de la pandemia es otro asunto de gran preocupación. Tras la rápida marcha atrás de la decisión oficial de aplicar un ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo), se confirmó una bajada de sueldo por parte de los jugadores que resultó en el ahorro de algo más de 10 millones de euros. Sin embargo, el 17% de los ingresos de la entidad vienen del dinero de los días de partido, un porcentaje elevado si se compara con otros clubes como el Manchester City (11%). La ausencia de público reduce enormemente los más de 3 millones de euros de media que el club percibe por cada día de partido. Encima, los ingresos comerciales también preveen una caída destacable.
Por ello, el gran objetivo económico es subsistir esta crisis global sin necesidad de préstamos y endeudamientos. El club tiene una deuda de 143 millones de euros, la cual lleva dos años reduciéndose con relativa velocidad. Un débito que se encuentra lejos de los más de 700 del Tottenham (por la financiación del nuevo estadio) o los casi 600 del Manchester United.
En líneas generales, se puede afirmar que económicamente el Liverpool ha apostado por la sostenibilidad, el limitarse a financiar únicamente lo que sus ingresos se puedan permitir, y así no recurrir a deudas o apuestas de mayor riesgo como han hecho varios de sus rivales directos. Pocos clubes serían capaces de mantenerse en la cima del modo en el que lo está haciendo el conjunto de Klopp, aunque la duda que surge ahora es si podrá seguir haciéndolo sin reforzar la plantilla actual. Al fin al cabo, la austeridad y el largo plazo difícilmente se encuentran en el diccionario del fútbol moderno. El tiempo dirá si el camino elegido es el correcto o no.