Entretenerse para sobrellevar el horror era una necesidad primaria en la Inglaterra de 1945 inmediatamente posterior a la derrota de los nazis. La Segunda Guerra Mundial se había llevado vidas, horizontes de ciudades y la humanidad de un mundo condenado a matarse para quedar en paz. El fútbol no fue una cura en el país que lo inventó, pero al menos actuó como analgésico en tardes de estadios abarrotados. Fue en esos primeros meses tras la muerte de Adolf Hitler cuando la visita del Dynamo de Moscú al Reino Unido animó a los británicos mientras recogían los pedazos que había dejado el conflicto. Y aquello resultó ser una gran historia que contar coronada por un partido para el recuerdo: el Arsenal – Dynamo en el que nadie vio nada.
Aprovechando la cordialidad con la Unión Soviética derivada de haber luchado contra un enemigo común, el Dynamo organizó un tour en noviembre por el Reino Unido como campeón de su país. Jugarían cuatro partidos rodeados de enorme expectación por parte de unos aficionados británicos ansiosos por conocer cómo se las gastaban en el exótico fútbol de Europa del Este. El equipo presumía de ser el máximo exponente de lo que allí llamaban passovotchka, un estilo caracterizado por el juego de toque vertical, colectivo y en constante movimiento. Ver a aquellos tipos tratar el balón, desmarcarse y lanzar pases al espacio era un gran reclamo en ese balompié de táctica primitiva.
Desde que pisaron Londres quedó claro que no iba a ser una visita convencional: una delegación de la Football Association esperó al Dynamo dos veces en el aeropuerto de Northolt hasta que fueron informados de que habían aterrizado en Croydon. Al bajar del avión y ante los periodistas allí presentes, el capitán, Mikhail Semichastny, declaró que «podemos fortalecer nuestra amistad surgida de la guerra incluso mejor que los políticos». Seguro que no volvió a su país tan convencido de sus habilidades diplomáticas tras lo que pasó contra el Arsenal. Pero antes esperaban Chelsea y Cardiff City.
Stamford Bridge fue el escenario de la apertura del tour del Dynamo con las gradas a rebosar. A las largas colas desde la mañana se sumaron los cientos de aficionados que se las apañaron para colarse en el estadio, y la capacidad de 75.000 espectadores se superó con creces. Para entender la euforia de los londinenses bastaba con leer el programa del partido: «Hoy se está haciendo historia ante nuestros ojos», rezaban sus páginas.

El público quería espectáculo y se sació con un 3-3 que el Daily Express definió como «una de las exhibiciones futbolísticas más entretenidas jamás vistas en un campo inglés». Incluso en los días posteriores se transportó una copia de la grabación del partido a la Unión Soviética y se proyectó en cines de Moscú con las salas llenas. Después del Chelsea, el Dynamo viajó a Gales y aplastó por 1-10 a un Cardiff City que fue una marioneta en manos de los visitantes. Nada más que un simple calentamiento para lo que vendría después: su partido contra el Arsenal en Londres. Considerados los mejores de Inglaterra, enfrentarse a ellos era una de las condiciones de los soviéticos para hacer el tour.
El duelo ya venía revuelto. Un gran número de jugadores del Arsenal todavía no habían regresado del servicio militar, así que tomaron prestados más de media docena de jugadores de Cardiff, Queens Park Rangers, Fulham, Bury, Blackpool y Stoke, entre ellos el legendario Stanley Matthews. Los soviéticos se quejaron de que ese equipo no era el Arsenal, sino un combinado de jugadores ingleses, y a cambio insistieron en que el partido fuese dirigido por su propio árbitro, Nikolai Latyshev. Por su parte, Highbury, que había sufrido la violencia de las bombas durante la Segunda Guerra Mundial, estaba siendo utilizado por la Air Raid Precautions, dedicada a la protección de civiles ante ataques aéreos. El Tottenham, en deuda con el Arsenal después de que les permitieran jugar en Highbury durante la Primera Guerra Mundial, cedió su campo durante un tiempo al eterno rival. Así, el duelo se disputó en White Hart Lane, pero ver a los Gunners como locales en territorio enemigo quedó en anécdota comparado con lo que convirtió aquel partido en algo único. Una compañera inseparable de Londres hizo acto de presencia hasta convertirse en protagonista: la niebla.
Más de 54.000 espectadores se encontraron con una niebla tan densa que apenas podía distinguirse lo que ocurría en el césped desde la grada. Sin visibilidad suficiente para apañárselas al estilo clásico, el árbitro habló con sus asistentes para que ambos se colocaran en el mismo lateral y se encargaran de los saques de banda de ese flanco; Latyshev lo haría con los del otro costado. Las condiciones meteorológicas hacían el fútbol impracticable, pero los soviéticos habían ido a Inglaterra para llevarse la cabeza del Arsenal como gran trofeo. Ni una lluvia de meteoritos los habría forzado a retirarse.

Y es que esos tipos del Dynamo estaban hechos de otra pasta. Cuando los jugadores del Arsenal saltaron al campo, se encontraron al portero rival, Alexei ‘El Tigre’ Khomich, lleno de barro: los visitantes habían disputado un partido siete contra siete de quince minutos antes del encuentro para ver quiénes estaban en mejor forma. Si alguno en el equipo londinense seguía pensando que eso era un amistoso, aquello confirmó que se trataba de una batalla por el honor.
Tras la primera parte, los soviéticos mandaban por 2-3 después de un arranque fulminante entre la niebla. «Teníamos que guiarnos por los gritos de la grada cuando el balón estaba a más de treinta yardas de distancia», recordó Bernard Joy, miembro del equipo que se enfrentó al Dynamo, en su libro ‘Forward, Arsenal!’. «Nunca supe lo que ocurría en la portería contraria», dijo Khomich a la prensa de su país.
En vez de calmar tanta confusión, el descanso fue digno de película. El Arsenal se vio obligado a hacer un fichaje de urgencia: su guardameta, Wyn Griffiths, tuvo que ser sustuido por un duro choque con Vasili Kartsev y buscaron entre los asistentes al estadio a alguien competente para proteger la portería local. Fue Harry Brown, portero del Queens Park Rangers, quien entró en el vestuario para cambiarse de ropa y vestirse de corto. Poco después de él apareció con la misma intención Sam Bartram, leyenda del Charlton Athletic, pero ya era demasiado tarde.
Mientras, en el Dynamo seguían centrados en la victoria. El personal del estadio había preparado té para los jugadores, pero el entrenador de los soviéticos, Mikhail Yakushin, olió una taza y ordenó a sus hombres tirarlo al suelo; en su lugar bebieron vodka. También despreciaron la petición del técnico rival, George Allison, para dar por finalizado el encuentro. Esa niebla era para ellos como un día en verano en Siberia. El partido debía disputarse al completo.
Con la tensión entre ambos bandos en ebullición, la segunda mitad dio paso al fútbol sin ley. Si nadie veía nada en la niebla, las reglas podían ser infringidas a placer. Los ingleses, irritados por el trato favorable de Latyshev hacia sus compatriotas, reinterpretaron las normas a su manera: según contó Matthews a posteriori, el árbitro expulsó a George Drury y éste no se marchó del campo porque alegó en tono irónico que no podía ver el túnel de vestuarios. El Dynamo, como no podía ser de otra manera, también se sumó a los crímenes contra el reglamento y, aprovechando que nadie podía darse cuenta, jugaron con doce jugadores durante unos veinte minutos.
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Los implacables soviéticos consiguieron su gran objetivo y se proclamaron vencedores con un resultado final de 3-4. Cerraron su tour con un empate a dos goles en Escocia frente a los Glasgow Rangers. Se mantuvieron invictos en los cuatro partidos y congregaron a más de 270.000 espectadores en total durante su gira. Sin embargo, la Football Association estaba herida en su orgullo y se propuso organizar un duelo final con una plantilla formada por los mejores de Inglaterra. El Dynamo, encantado con su impecable registro, no quiso poner en peligro su imbatibilidad y se marchó antes de que la propuesta de los ingleses se materializara.
Ya de vuelta en la Unión Soviética, los mismos jugadores que desembarcaron en el Reino Unido presumiendo de su habilidad para estrechar lazos con los británicos ofrecieron una distorsionada versión de lo ocurrido en el partido invisible contra el Arsenal. Además de afirmar que sus rivales habían usado la niebla para ocultar su juego sucio, aseguraron que Allison había intentado parar el partido porque había apostado al resultado final y su dinero estaba en juego.
El afamado George Orwell recogió después de la gira en su columna del Tribune la tensión apasionada con la que se vivió la visita del Dynamo, aunque le desesperó la visceralidad que despertó: «El deporte serio no tiene nada que ver con el juego limpio. Está rodeado de odio, envidia, arrogancia, indiferencia ante las normas y un placer sádico por ver violencia: en otras palabras, es la guerra sin disparos«. Sea acertada o no la metáfora bélica, puede que durante aquella tarde el fútbol se perdiera entre la niebla, sí. Pero a cambio ganamos un relato que nunca envejece por más años que cumpla el balón en Inglaterra.