Ilie Oleart

El perro que encontró una Copa del Mundo

Arrancamos la serie dedicada al 50 aniversario de la Copa del Mundo de 1966 con la historia del robo del trofeo Julet Rimet tres meses antes de que arrancara el torneo y de su inesperado descubridor.

El 6 de enero de 1966, el Royal Garden Hotel de Londres acogió el sorteo de la fase final de la Copa del Mundo que debía celebrarse ese verano en Inglaterra. La anfitriona Inglaterra, Alemania Occidental, Italia y Brasil, vigente campeona, fueron los cuatro cabezas de serie en el sorteo, el primero de la historia que fue televisado. El evento marcó el comienzo de la propagación de una fiebre por la Copa del Mundo que acabó por alcanzar hasta los rincones más recónditos del país.

Cuando el 20 de marzo, a menos de tres meses del partido inaugural en Wembley, los noticiarios abrieron con la noticia de que el trofeo Julet Rimet había desaparecido, la conmoción se adueñó del país. El interés que despertó el robo fue tal que opacó incluso las elecciones generales, que se celebraron a finales de ese mismo mes.

El trofeo estaba expuesto en un escaparate de cristal en el Methodist Central Hall de Westminster. Cinco guardias de seguridad estaban destinados a su vigilancia. Sin embargo, aquel domingo, el guardia apostado junto al trofeo tenía el día libre. Hacia el mediodía, George Franklin, uno de los otros cuatro guardias de seguridad, se acercó a la sala del trofeo y descubrió el robo. Los ladrones habían entrado por la puerta trasera y habían usurpado el trofeo tras romper el armario de cristal que lo custodiaba.

El pánico se adueñó de los responsables. A menos de tres meses de que arrancara la Copa del Mundo, Sir Stanley Rous, el presidente inglés de la FIFA, se encontraba sin trofeo que entregar al ganador. Bajo una enorme presión, los detectives de la policía metropolitana de Londres emprendieron su investigación.

El detective Bill Little comenzó por interrogar al guardia más veterano, Frank Hudson, así como a Margaret Coombes, una mujer que estaba asistiendo a misa en otro lugar del recinto. Ambos afirmaron haber visto a un hombre merodear por el baño de caballeros. Aunque sus descripciones no coincidían, sus testimonios convencieron a la policía de que estaban buscando a un solo hombre.

Mientras, la federación inglesa activó un plan de crisis. Antes de que el robo se hiciera público, el secretario de la federación, Denis Follows, visitó al platero George Bird en su taller de Fenchurch Street y le pidió que realizara una réplica del trofeo desaparecido utilizando el mismo oro macizo. Y, sobre todo, le exigió que mantuviera el pico cerrado. Ni siquiera Rous fue informado del encargo.

El robo se convirtió en el tema favorito de conversación en oficinas, hogares y pubs. Todo el mundo parecía tener una teoría sobre el asunto. Algunas de ellas eran poco menos que descabelladas, como puede dar fe Scotland Yard, receptora de muchas de ellas. Un hombre escribió para informar que su reloj le había dicho que el trofeo estaba en Wicklow, un condado irlandés. Una tal Susanna Bell se puso en contacto desde Chile para afirmar que el ladrón era “un hombre de color”. Adolf Hieke envió una fotografía de un periódico alemán con una “X” marcando el hombre al que creía culpable.

Little cedió la investigación a Len Buggy, el mejor detective de la Flying Squad, la unidad de la policía metropolitana de Londres dedicada a perseguir robos comerciales y atracos con violencia que, entre otras investigaciones, se había ocupado del famoso robo del tren Glasgow-Londres de 1963.

 


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Edward Betchley (izquierda), acusado del robo del trofeo Jules Rimet (William H. Alden/Evening Standard/Hulton Archive/Getty Images).


Las pesquisas de Buggy dieron un paso de gigante cuando el presidente del Chelsea y la federación inglesa, Joe Mears, recibió la llamada de un hombre que se hizo llamar Jackson. “Mañana llegará un paquete al Chelsea. Siga las instrucciones que encontrará en su interior”, le dijo a Mears. El miércoles, tres días después del robo, parte del trofeo llegó en un paquete a Stamford Bridge. “Estoy seguro de que ha vivido con preocupación la pérdida de la copa del mundo”, rezaba la nota de rescate. “Para mí no es más que un pedazo de oro. Si no tengo noticias de usted el jueves o el viernes, entenderé que quiere que acabe en el HORNO”. Jackson llamó acto seguido a Mears para cerciorarse de la llegada del paquete. “Deme 15.000 libras el viernes y el sábado tendrá la copa”, le dijo.

Como Jackson había exigido, Mears publicó un mensaje en la edición del jueves del London Evening News: “Dispuesto a hacer negocios, Joe”. Pero Mears hizo caso omiso de la advertencia de Jackson de no avisar a la policía. El viernes, Buggy se presentó en casa de Mears para esperar la llamada de Jackson. Sin embargo, Mears, que padecía del corazón, sufrió un ataque de estrés y tuvo que acostarse. La esposa de Mears y Buggy acordaron que el detective se haría pasar por el asistente de Mears cuando llamara Jackson.

Tras dudar algunos minutos, Jackson aceptó encontrarse con Mears en el parque de Battersea. Buggy se presentó con el Ford Zodiac beige de Mears y varios fajos de dinero, formados por 500 libras y mucho papel de periódico.

Jackson subió al coche e indicó a Buggy que condujera por el sur de Londres durante diez minutos, hasta llegar a Kennington Park Road. Fue entonces cuando la operación se torció. El ladrón detectó una furgoneta de tráfico e intuyó correctamente que la policía le estaba siguiendo. Salió corriendo del coche para intentar escapar pero fue arrestado.

El nombre real del ladrón era Edward Betchley, un antiguo soldado de 46 años que había combatido en la Segunda Guerra Mundial en Egipto e Italia antes de ser desmovilizado en enero de 1946 con una distinción por “carácter ejemplar”.

Tras ser arrestado, Betchley insistió en que no era más que un intermediario al que un tipo conocido como “el polaco” había ofrecido 500 libras por su participación. Jamás llegó a aclararse si ese hombre existió o fue un vano intento de Betchley para reducir su condena.

En cualquier caso, esclarecer ese punto revestía poca importancia en ese momento. La Copa del Mundo estaba cada vez más cerca y el trofeo seguía sin aparecer. Betchley ofreció un acuerdo al superintendente John Bailey. A cambio de revelar el paradero del trofeo, exigió que una amiga le visitara en la cárcel de Brixton. Pero si la policía la seguía, amenazó con no confesar jamás la ubicación del trofeo. Bailey aceptó. Aquí es donde entra en acción el inesperado héroe de esta historia.

El domingo por la mañana, una semana exacta después del robo del trofeo, David Corbett salió de su piso en Norwood, en el sur de Londres, para hacer una llamada desde la cabina que estaba al otro lado de la calle. Junto a él, su inseparable Pickles, un perro mestizo del que se había desembarazado su hermano John cuando era un cachorro porque mordía sus muebles.

 


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Pickles durante el rodaje de la comedia «‘The spy with a cold nose» junto con el actor Eric Sykes, sus dueños David y Jean Corbett, y los guionistas Ray Galton y Alan Simpson (Central Press/Hulton Archive/Getty Images).


Pickles tiró de Corbett hasta conducirle al coche del vecino. Allí, el perro llamó su atención sobre un paquete envuelto en papel de periódico que se encontraba bajo el morro del coche. Corbett abrió el papel y vio a una mujer sosteniendo una copa sobre su cabeza y placas con las palabras Alemania, Uruguay y Brasil. Corbett envolvió de nuevo el paquete y volvió a la carrera a su casa. Nada más entrar, gritó a su esposa: “¡He encontrado la Copa del Mundo! ¡He encontrado la Copa del Mundo!”.

Corbett se presentó en la estación de Gypsy Hill, en el sur de Londres, esperando recibir una palmada en la espalda por su hallazgo. Nada más lejos de la realidad. Para su sorpresa, la policía le consideró el principal sospechoso y fue trasladado inmediatamente a Scotland Yard. Todavía llevaba sus zapatillas de andar por casa.

Fue interrogado hasta las dos y media de la madrugada. Mientras, Corbett comenzaba a lamentar haber hallado el trofeo. A las seis de la mañana tenía que despertarse para acudir al puerto de Londres para ocupar su puesto al timón de una barcaza. Finalmente, la policía le dejó en libertad y Pickles emprendió su vida de estrella.

El perro protagonizó una película, “The spy with the cold nose” (“El espía con la nariz fría”) y apareció en una retahíla de programas de televisión. Fue elegido como “perro del año”, la marca de comida para perro Spillers le regaló alimentación durante un año, y recibió ofertas para visitar Chile, Checoslovaquia y Alemania. La atención fue tal que Corbett tuvo que contratar un agente para Pickles. “El mismo que Spike Milligan [un famoso actor y humorista inglés]”, explica Corbett. “Me sacaba 60 libras al día, ¡no está mal!”.

Tras hallar el trofeo, la federación se aseguró de no quedar en evidencia otra vez. Después de que la Reina entregara el trofeo a Bobby Moore en Wembley, un policía de paisano, Bob Geggie, fue encargado de seguir a los jugadores ingleses sobre el césped durante la vuelta de honor. Pero ahí no acababa el dispositivo.

Peter Weston, un policía de Wembley, se apostó cerca de los vestuarios con la réplica de Bird, que había sido hecha de todos modos. Mientras el equipo inglés celebraba el triunfo en el vestuario, Weston aprovechó su oportunidad. El trofeo original se encontraba cerca de la entrada, lo cual facilitó el trueque. Durante los cuatro siguientes años, el trofeo que fue exhibido ante el mundo no era más que una réplica.

El trofeo Julet Rimet todavía viviría unas cuantas aventuras más. En 1970, una vez cumplido su cometido, la réplica fue devuelta a Bird y el original fue entregado en propiedad a Brasil como tricampeona del mundo. Pero fue robado de nuevo en 1983 y jamás volvió a aparecer.

La réplica fue subastada en Sotheby’s en 1997 y la FIFA la adquirió por 254.000 libras a pesar de que el precio de salida había sido apenas 30.000. El trofeo fue destinado al museo nacional del fútbol de Inglaterra, situado originalmente en Preston y ubicado actualmente en Manchester.

Mears murió al día siguiente del triunfo inglés en la Copa del Mundo a causa de sus dolencias crónicas de corazón, agravadas con el robo del trofeo. Betchley falleció a causa de un enfisema en 1969 tras cumplir dos años de cárcel. Pero el destino más cruel de todos fue el que aguardaba a Pickles.

Apenas un año después de su descubrimiento, Pickles desapareció detrás de un gato mientras jugaba con el hijo de seis años de Corbett. “Le busqué durante una hora, hasta que le vi en un árbol en los jardines que hay detrás de casa. Su correa se había enredado en el árbol y allí estaba, colgando”, cuenta. Corbett le enterró en el jardín de la casa que se había comprado con el dinero de la recompensa y en la que sigue viviendo. Todavía algunas noches de verano sale al jardín con una copa de vino blanco para rememorar junto a Pickles la época en que fue un héroe nacional.

 

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