Si algo nos había enseñado las eliminatorias europeas pasadas entre Barcelona y Chelsea es que nunca se debe dar por muerto a ninguno de los dos equipos. En 2009, cuando el Chelsea parecía acariciar la final, Andrés Iniesta marcó en el descuento y dejó a los Blues con la miel en los labios. En 2012, el Chelsea sobrevivió en el Camp Nou a una expulsión, dos goles encajados en la primera parte y un penalti en contra para conquistar su billete a Múnich, donde acabaría ganando su única Champions League. En esta ocasión, sin embargo, el Chelsea se presentó muerto a la eliminatoria y jamás se le vio capacitado para resucitar.
Aunque la muerte del Chelsea no es tal. En realidad, estamos en presencia de un suicidio. Perpetrado por su propio entrenador, Antonio Conte. El Chelsea disputó ante el Barcelona algunos de los mejores minutos de su temporada, tanto en la ida como en la vuelta. De hecho, los Blues trataron de tú a tú al futuro campeón de la Liga pero erraron en las zonas donde se deciden los partidos, más conocidas como áreas. Y el responsable directo de esos fallos no es otro que el entrenador italiano.
En la ida, cuando el Chelsea ganaba por 1-0 y parecía más cómodo que un gato en un sofá de tres plazas, Andreas Christensen cometió un error propio de sus 21 años y regaló el balón al Barcelona para que Leo Messi igualara el partido y diera ventaja a los culés para la vuelta. Christensen, un chico fichado en 2012 por el Chelsea cuando todavía no se afeitaba, pasó dos años de Erasmus en el Borussia Moenchengladbach, que devolvió al muchacho a Londres convertido en un central de futuro esplendoroso. Pero todavía no está capacitado para ser el central más retrasado de la defensa de tres. Ese es un rol clave que la temporada pasada cumplió con creces David Luiz.
El brasileño está actualmente lesionado pero tampoco habría jugado aunque no lo hubiera estado. Luiz es el (pen)último jugador en caer en desgracia con Conte, una especie de Josef Stalin de los banquillos, que envía al frío siberiano del filial a todo jugador que osa cuestionar su autoridad o burlar su férrea disciplina. El brasileño dudó de la táctica de Conte tras una derrota por 3-0 en Roma el último día de octubre. Desde entonces, ha disputado cinco partidos. El central mejor dotado de la plantilla, por el que el Chelsea pagó 50 millones para recuperarlo del PSG, no cuenta para el entrenador. Por eso ha acabado jugando un niño de 21 años con menos experiencia en la Champions League que el Leicester, por cierto, el único equipo inglés que ha eliminado a uno español en el último lustro.
Pero el Chelsea comenzó a perder la eliminatoria en el área contraria. En la ida, Conte optó por jugar con Eden Hazard como falso nueve, una demostración de la confianza que tiene en sus delanteros. El goleador del equipo en la eliminatoria fue Willian, que marcó su único gol y estrelló dos balones en el poste en la ida. En la vuelta, los Blues estrellaron otros dos balones en la madera, Marcos Alonso en el descuento de la primera parte para el 2-1 y ya en la recta final Antonio Rüdiger para el tanto del honor cuando su equipo perdía ya por 3-0.
En la vuelta, Conte decidió alinear un delantero clásico. El elegido fue Olivier Giroud, un delantero que pasó los primeros seis meses de la temporada como suplente de Alexandre Lacazette en el Arsenal. El francés es un buen rematador, en especial cuando los balones van por el aire, y su corpulencia le permite ser útil recibiendo balones de espalda a portería. Ahí acaban sus virtudes. Contra el Crystal Palace el fin de semana desperdició tres goles fáciles. En el Camp Nou no acertó en ninguna de las decisiones que tomó, por sencillas que fueran. Giroud es un tipo que en la ruleta sería capaz de apostar al número 67. Su suplente, Álvaro Morata, no lo hizo mucho mejor cuando entró por el francés en la segunda parte. El español no marca un gol desde Boxing Day. A día de hoy, el delantero más en forma de los que tiene el Chelsea en nómina es Michy Batshuayi, que ya suma diez en 2018 con el Borussia Dortmund, donde acabó cedido en enero por decisión, sorpresa, de Conte.
Pero ninguno de los tres habría sido el delantero titular del Chelsea en el Camp Nou esta noche si no fuera por la tozudez y volatilidad de Conte. Ese debería haber sido Diego Costa, despedido en verano vía SMS y que pasó seis meses entre el filial, Brasil y Madrid hasta que acabó su exilio fichando por el Atlético de Madrid. El brasileño superó los 20 goles en liga en sus tres temporadas en Inglaterra. El máximo de Giroud en seis temporadas en Inglaterra fue 16. Morata suma 10 en su temporada de debut.
Las decisiones de Conte sobre la confección de su plantilla han acabado pasándole factura al Chelsea. El italiano se libró de Costa, apartó a David Luiz y Michy Batshuayi y el resultado ha sido la eliminación del Chelsea en Europa. Y, más pronto que tarde, su propio despido. El domingo, el Chelsea visita al Leicester en cuartos de Copa, la única competición que todavía puede ganar. Una derrota podría precipitar los acontecimientos.