Fueron valientes. Después recurrieron a la locura. Y, contra pronóstico, ya están en Kiev para una pelea de una noche por la sexta corona europea del club. Este Liverpool finalista de la Champions League tiene un sello moderno propio muy distinguido, pero nunca ha dejado de ser el Liverpool que trazó Bill Shankly. Ya no sólo es peculiar: ahora también es ganador. Por el camino ha dejado a Hoffenheim, Maribor, Spartak de Moscú, Sevilla, Porto, Manchester City y Roma. El Real Madrid es el último rival que le queda por dinamitar.
Este Liverpool era una plantilla sin estrellas hasta que les pusieron el himno de la Champions para que bailaran. Karius estaba hace dos años en el Mainz 05. Van Dijk, Mané y Clyne vienen del Southampton, y sólo el primero conocía el torneo por su pasado en el Celtic. Wijnaldum y Robertson marcharon a Anfield tras descender con Newcastle y Hull respectivamente. A Alexander-Arnold le echaban de los bares hace algo más de año y medio si pedía una cerveza. Lo más alto que había llegado Firmino antes de los Reds era el Hoffenheim. Salah llegó de la Roma buscando un paso adelante en la misma Inglaterra que lo despidió por la puerta de atrás y hoy es candidato al Balón de Oro. No hay ni un solo jugador del plantel cuyo fichaje estuviera a priori enfocado a ganar el máximo torneo continental, o al menos a llegar a la final. Nadie lo vio así, excepto Klopp. Y por eso hoy la afición homenajea a sus jugadores como héroes y a su entrenador como un visionario.
Este Liverpool es celebrar el pase a una final europea mientras te cachondeas de ti mismo. Porque es un club tan alocado que hasta el más serio encuentra humor en su forma de entender el juego. Han superado unas semifinales tras encajar un gol en propia por un pelotazo entre compañeros y ahora reclaman el trono continental con el currículum de unos suicidas: la Roma les ha metido seis goles en dos partidos y ni eso ha servido para apagarle las luces a semejante festín de fútbol ofensivo. Si Kiev no dice lo contrario, hasta ahora el último en reír sigue vistiendo de rojo.
Este Liverpool no es reír por no llorar, sino llorar de risa. La afición lleva más de una década haciendo lo primero, y ahora por fin hace lo segundo. ¿Que reciben cuatro goles en la vuelta? Qué más da si metieron cinco en la ida. Y es que ya era hora de disfrutar de buenos tiempos. Desde la Champions de Estambul en 2005, sus únicos títulos relevantes han sido una FA Cup al año siguiente y una League Cup en 2012. Entre medias, interminables fracasos nacionales, viajes a ninguna parte en Europa, una Premier perdida por un resbalón y estrellas que abandonan el barco una vez han explotado porque consideran que Anfield no es digno de su calidad. Es un club especial, pero por fin esa condición de rara avis se traduce en victorias atípicas y no en tropiezos vergonzantes.
Este Liverpool, sin embargo, no es un chiste a pesar de su componente humorístico. De aquí a la final de Kiev serán muchos los que afirmen armados de seguridad que los Reds no tienen nada que hacer ante un Real Madrid que parece protegido por un pacto con el diablo. Que su defensa es una broma, dirán. No, los Reds atrás no son el Milan de Sacchi, pero tras un largo proceso de prueba y error ahora han encontrado una estabilidad que antes no tenían. Un partido de descontrol en Roma no debe pesar más que la evidente mejora desde que llegó Van Dijk en invierno o el impecable rendimiento defensivo en cuartos contra ese Manchester City que partía como claro favorito. Y aunque existan lagunas en la retaguardia, el ataque del club inglés es el mejor del Viejo Contintente: tras Cristiano Ronaldo, son Salah, Firmino y Mané quienes completan el top-4 de goleadores de esta edición de la Champions League. La propia Roma es la viva imagen del solar que dejan a su paso los tres cuando se comete el más mínimo fallo.
Este Liverpool ha recuperado su sitio en el mundo sólo dos años después de que Klopp pidiera a todos los que le rodean un acto de fe. «En Melwood no se cuelgan medallas de plata», dice el técnico alemán tras superar el penúltimo escalón que le separa de La Orejona. No van a salir pensando que no tienen nada que perder porque su escudo no les permite pensar así. Dan igual los años de miseria que les preceden; el Liverpool es el Liverpool siempre. Eso implica la obligación de levantarse en los malos momentos y de vencer en los buenos. «Si eres primero, eres primero. Si eres segundo, no eres nada». Ya lo avisó Bill Shankly.