El éxito ha sido rotundo para el Wolverhampton. Un equipo a las puertas de cerrar la temporada con 100 puntos, una marca a la que solo han llegado otros seis equipos en la historia de la segunda división inglesa. La prueba de fuego empieza ahora, sin embargo. Las miradas estarán puestas sobre ellos más que nunca. Las ambiciosas aspiraciones, tanto de Jorge Mendes como del grupo inversor chino propietario de la entidad, han forzado preguntas; incluso cuestiones de difícil respuesta moral. Porque cada uno tiene sus propios límites, claro. El problema del Wolverhampton, el gran problema, más de lo que haya hecho o dejado de hacer en sí, es la percepción que existe de lo que ha hecho. Es el precio que tienen que pagar por relacionarse con uno de los agentes más brillantes de la historia del deporte. Y, sin embargo, el problema de Mendes es también ese de la «percepción». Con él ya no estamos hablando de un agente sino de la caricatura de un agente. Alguien que se hizo famoso. O que quiso hacerse famoso, quizás.
Sea como sea, los aficionados del Wolverhampton están disfrutando de la mejor versión de su equipo en décadas. Porque hace nueve años subieron, y se mantuvieron, en la Premier League; pero este equipo es mejor. Habrá quien piense lo contrario, pero no es venderle tu alma al diablo cuando la naturaleza del fútbol es irremediablemente cíclica. Han enganchado la ola en el momento exacto. Un equipo meticulosamente trabajado detrás de todos los fuegos artificiales. Tras el humo y la teatralidad, es un equipo que ha disipado esta temporada los incontrolables bandazos del año previo. Fichar cargamentos de jugadores sirve de poco cuando no sabes lo que estás haciendo; cuando te dejas guiar por delirios de grandeza y olvidas los pequeños detalles, los que harán que todo lo demás sirva de algo. El debate, aunque carente de respuesta definitva, sigue existiendo sobre si el Wolverhampton era o no irremediablemente bueno; si ascendería o no hasta por equivocación, pues la calidad que en el equipo yace se lo permitiría.
A pesar de que el salto cualitativo era substancial sobre el césped, la insistente impresión es que es en ese pequeño rectángulo delante de los banquillos donde se ha descifrado el código. Devuelto a un lugar aceptable, perdido por deméritos propios, el Wolverhampton acabó perdiendo la relación con su entrenador Kenny Jackett. Les rescató del fango, les lavó la cara, pero ya no era la respuesta cuando el grupo Fosun entró por la puerta. Quizá, incluso, había dejado de serlo el año antes. Menos todavía, no obstante, era Walter Zenga la respuesta (después de que Julen Lopetegui les rechazase a última hora para ir a la selección española). Tres meses duraría Zenga. La pregunta todos la entendieron pero no que él fuese la respuesta. No sorprendió el resultado. Había que intentar salvar el experimento, descender era el oscuro final. No era aceptable. Paul Lambert entró mejorando lo básico, aunque perdido cuando se dio cuenta de que esto no era Norwich (lugar donde logró dos ascensos consecutivos). De forma casi inverosímil, el descenso se acercó más. No lo suficiente, aun así. Si quieres un buen equipo, necesitas a un entrenador a la altura. O al menos, un entrenador que sea bueno para lo que tú necesitas. Nuno Espírito Santo. Un carrera, la suya, y un equipo, el de su amigo, que había que levantar.

La respuesta resultó estar en el principio para Jorge Mendes: su primer cliente. Nuno, quien había visto frenada su ascensión en Valencia y más todavía después en Oporto, tenía la oportunidad de reinventarse. Un proyecto de notable unicidad, si bien carente de romanticismo en otros muchos aspectos. Aunque pocas cosas han humanizado, en el sentido más emotivo de la palabra, más a este presente Wolverhampton que Carl Ikeme. Diagnosticado con leucemia hace cerca de un año, todavía lucha por recuperarse. Recordándonos de algún modo qué es lo que realmente importa. Tan cruel desgracia no será completamente en vano, pues ha echado más leña sobre el fuego; sobre una llamarada que les ha alzado a la Premier League. Donde, quién sabe, Ikeme podría volver a jugar. Nada es comparable pero de remontadas ha descubierto mucho el portero titular John Ruddy. Otro guardameta internacional inglés que, después de llegar a la selección nacional, se perdió bajo las luces como ha terminado pasando de algún modo u otro con él, Joe Hart, Fraser Forster, Ben Foster o Scott Carson. Necesitando de desaparecer un tiempo, los dos últimos mostraron que existía un camino de vuelta. Ruddy ha encontrado el suyo. Una larga estancia en Norwich que acabó corroída, saliendo gratis y por la puerta de atrás, sin saber si encontraría otra portería. No sólo la consiguió en Wolverhampton sino que su nivel, el de antes, también lo ha recuperado.
A toro pasado también es fácil concluir que Rubén Neves era una garantía de éxito. Sin embargo, ha sido lo que ha hecho en Wolverhampton, donde quizá ha demostrado más de lo que había demostrado antes de llegar, lo que le ha convertido en un jugador todavía mejor. Aterrizaba en una liga y un país completamente nuevos, con 20 años. Cualquiera que diga que su éxito era irremediable ignora muchos factores; y a muchos que se quedaron camino de triunfar como lo ha hecho Neves. Su meteórica ascensión en el Oporto, titular a tan temprana edad… lo ha reafirmado todo, a pesar de adentrarse en una jungla que guarda relativamente pocos parecidos con las que conoció en Portugal. Su indeseada situación económica incitó al club luso a desprenderse de él. La oportunidad era única, sabiendo Mendes que de salir bien tendría en él a una futura estrella y Neves que, de adaptarse a Wolverhampton, su proyección sería a prueba de balas. Una comprensión y capacidad para dominar el juego que a pocos envidian, como tampoco sus múltiples acciones geniales de cara a portería. No ha sido todo por él, pero la era, Neves, la está marcando. El antes es palpable; más pronto que tarde el después puede que también lo sea.
Delante y detrás de él, han florecido muchos: algunos esperados y otros no. Ruddy estaba a medio camino entre ambos, como Ryan Bennett, que le acompañó desde Norwich. En el otro flanco de la defensa, el derecho, Willy Boly apuntaba maneras y pintaba muy bien (perdón por tan lamentable juego de palabras). Un jugador algo desgarbado que se ha consolidado en Wolverhampton, no obstante. Como Eliaquim Mangala pero con mejor toque de balón, dicen algunos. Aunque es entre Boly y Bennett donde reside, quizá, la mayor de las claves: un excanterano del Liverpool, Conor Coady, criado como medio centro. Así saltó de Huddersfield a Wolverhampton, donde dicha demarcación pareció perderle. Incompleto y algo errático antes; el eje de la zaga le ha convertido en diferencial. Los años previos de la defensa de este equipo no fueron memorables. Quién les iba a decir que la mayor solución ya la tenían. No es el caso del ataque.
Antes de Mendes, se había formado tal aglomeración de jugadores, todos parecidos, ninguno decisivo, que la solución sólo podía ser radical. Casi ninguno sobrevivió, siendo la pista de despegue despejada, valga la redundancia, para Hélder Costa, Ivan Cavaleiro, Leo Bonatini, Benik Afobe… pero sobre todo para Diogo Jota. Cedido por el Atlético de Madrid, su contratación ya es oficial. El portugués ha sido el máximo goleador del equipo en liga con 17 tantos. Habiendo resistido a segunda división, la Premier League les aguarda.
Como a ellos, como a Neves, y como a las otras claves restantes: el acompañante de Neves, Romain Saïss (un perfecto escudero, cubriendo aquello que pudiese lastrar la brillantez de su compañero y que se ha asegurado un puesto con Marruecos en el Mundial), además de los carrileros. Como todo, es desconocido la forma en la que la banda sonora se amplificará, si alguien de todos estos será obligado a quedarse por el camino ahora que el club ha regresado a la élite. Matt Doherty y Barry Douglas, no obstante, no es que hayan ganado los pulsos presentados ante ellos: no han dejado opción a que el descenlace fuese otro. De un lateral a otro del campo, de buenas a malas actuaciones, después de años sin pena ni gloria, Doherty ha dicho que aquí está él. Como Douglas, que con 28, dos años más que Doherty, acabó el verano de 2017 en Wolverhampton desde Konya, Turquía, de todos los sitios posibles. Un escocés que regresó de tierras otomanas para pedir, aunque no con palabras, que le diesen la etiqueta a fichaje del año por su relación calidad-precio. A cambio de un millón y pico de libras, los Wolves obtuvieron una fuerza de la naturaleza, un violento golpeo de balón y a un lateral que, de carrilero, ha sumado además de cinco goles, más asistencias que nadie (14, cifra que sólo ha superado un jugador en las últimas cuatro temporadas de liga).

Como dice el refrán, “mezcladas andan las cosas: junto a las ortigas nacen las rosas”. El Wolverhampton tiene algo inherentemente ominoso en él. Lo que Mendes les haya podido ahorrar en fichajes, le costará a la imagen general del club. Probablemente, por muchas razones, no sean comparables, pero a otros no les ha ido mal (Chelsea, Manchester City, estoy hablando de vosotros). Porque quienes dicen que lo que lo único que cuenta es la historia, es que sólo les importa su propia percepción de lo que ha sido el pasado. El Wolverhampton puede que ya fuese repelente antes, como todo equipo que gana. Al fin y al cabo, fue uno de los principales artífices de la creación de la Copa de Europa en la década de los 50. Aunque por un camino hostil, vuelven a tiempos de gloria. Quizás así debía ser. El lobo que actúa sin padecer de paralizantes remordimientos; un animal feroz, que no se debilita por la conciencia de lo que es moralmente correcto o no. Ese quizás sea el rol que le tocado encarnar a estos “lobos”, unos que vuelven a morder.