“Football is coming home” o simplemente “it’s coming home” se ha convertido durante los últimos días en el lema oficioso de los aficionados ingleses durante esta Copa del Mundo. Los repetidos fracasos de los Three Lions provocaron que las expectativas (desde las semifinales de 1990, la mejor posición de los ingleses en un Mundial han sido dos cuartos de final, en 2002 y 2006) estuvieran esta vez más bajas que nunca. Ni siquiera los ultrapatriotas tabloides ingleses se atrevieron esta vez a lanzar soflamas victoriosas en las horas previas al arranque del torneo.
Sin embargo, la confluencia de varios factores ha revertido la indiferencia (o incluso el pesimismo en algunos casos) en euforia. Para empezar, la federación ha realizado una excelente gestión de comunicación. El anuncio de la convocatoria inglesa mediante un vídeo en el que aparecían niños pronunciando los nombres de los 23 elegidos desde sus respectivos lugares de nacimiento a lo largo de la geografía inglesa provocó una reacción positiva entre aficionados y medios. Además, la federación ha sido más permisiva que en otras ocasiones en cuanto al acceso a los jugadores, lo que ha permitido descubrir un grupo sano, unido, carismático y cercano.
Por supuesto, los resultados también han contribuido a este ambiento extrañamente positivo. A una victoria poco convincente ante Túnez siguió una goleada a Panamá y ni siquiera la derrota ante Bélgica con la segunda unidad fue capaz de aguar la fiesta. Pero sin duda ha sido la victoria en penaltis ante Colombia la que ha obrado el milagro de transformar un equipo y una afición marcados por las cicatrices del drama y la derrota en un equipo renovado, fresco, nuevo.
La situación actual nos traslada irremediablemente a 1996 y a la Eurocopa en la que nació la canción que se ha convertido en símbolo del equipo actual. A pesar de organizar el torneo en suelo propio, Inglaterra afrontó aquel torneo con las expectativas más bajas en décadas y el equipo entró en Wembley para disputar su primer partido envuelto en una oleada de negatividad impropia en una selección anfitriona. El seleccionador Terry Venables anunció antes del torneo que dejaría el cargo nada más acabar ante la presión externa. Su referencia atacante, Alan Shearer, entró en el torneo sin haber marcado con la selección en casi dos años. Por si eso no fuera suficiente, los jugadores, con Paul Gascoigne al frente, organizaron una fiesta regada abundantemente en alcohol durante la gira asiática previa al torneo que acabó en las portadas de todos los tabloides. El titular de The Sun del día siguiente, “Disgracefool”, resumió el sentimiento general de aficionados y medios, algunos de los cuales pidieron la cabeza de los futbolistas que habían participado en la algarabía hongkonesa.
El arranque, como en Rusia, no fue especialmente prometedor. El suizo Türkyilmaz igualó de penalti el tanto inicial de Shearer en los últimos instantes y propagó el pesimismo por las gradas de Wembley como la pólvora. Sin embargo, la victoria por 2-0 ante los vecinos escoceses con un extraordinario gol de Gazza en el siguiente partido tuvo la virtud de revertir los ánimos. Hasta el punto de que, en los instantes finales del encuentro, el público que llenó Wembley entonó a capela de forma espontánea la canción compuesta por los humoristas David Baddiel y Frank Skinner con la música de Ian Broudie, el líder de Lightning Seeds. El siguiente triunfo por 4-1 ante la Holanda de Van der Sar, Reiziger, Blind, Seedorf, los hermanos De Boer, Bergkamp, Stam, Kluivert, Cocu y compañía acabó por reclutar incluso a los aficionados más escépticos para la causa inglesa.
En cuartos de final, Inglaterra eliminó a España en la tanda de penaltis tras un insulso empate sin goles. Fernando Hierro y Miquel Angel Nadal fallaron mientras que Shearer, Platt, Pearce y Gazza anotaron sus lanzamientos para darle a Inglaterra el primer triunfo de su historia en una tanda de penaltis. La selección no correría la misma suerte en la siguiente ronda. Tras más de dos horas de fútbol, Inglaterra y Alemania llegaron a la tanda de penaltis igualadas a un gol. Ambos equipos anotaron sus primeros cinco lanzamientos, abocando el desenlace a la muerte súbita. Gareth Southgate, actual seleccionador inglés, disparó raso a la derecha del portero alemán Andreas Köpke, dando la oportunidad a Andreas Möller de clasificar a los germanos para la final. David Seaman no fue capaz de interceptar su duro lanzamiento por el medio y los ingleses se quedaron a las puertas de su final. La depresión se volvió a adueñar del país.
Southgate viajó a Rusia con un doble objetivo. El colectivo de llevar a Inglaterra más allá de los cuartos de final y el personal de redimirse de aquel error veintidós años después. En este tiempo, Inglaterra ha perdido las cuatro tandas de penaltis que ha disputado: ante Argentina en octavos del Mundial 98 con errores de Ince y Batty; ante Portugal en la Euro 2004 con errores de Beckham y Vassell; de nuevo ante Portugal en el Mundial de 2006 con errores de Lampard, Gerrard y Carragher (sí, lo sé); y en la Euro de 2012 ante Italia por culpa de los fallos de Young y Cole. La victoria desde los once metros contra Colombia ha representado una liberación histórica. Inglaterra estaba atrapada bajo una enorme losa de hormigón que le impedía respirar. En Moscú, los Three Lions se liberaron de ese peso que llevaba décadas oprimiendo su pecho y ahora pueden mirar hacia el futuro con otros ojos mientras de lejos resuenan los acordes de una canción compuesta hace más de veinte años.
Ante Colombia, Inglaterra ganó la segunda tanda de penaltis en su historia, la primera en un Mundial. Cuando ganó la primera, ante España en Wembley, Marcus Rashford y Trent Alexander-Arnold, los dos jugadores más jóvenes en la convocatoria de Southgate, ni siquiera habían nacido. Posiblemente, Ashley Young, Gary Cahill y Jamie Vardy (que entonces tenían 10, 10 y 9 años respectivamente) sean los únicos jugadores ingleses en Rusia que recuerden aquel ya lejano triunfo. Y quizás ahí radique la clave de la victoria. Esta generación de futbolistas, los Harry Kane, Dele Alli, Eric Dier, Jordan Pickford, Marcus Rashford, Jesse Lingard, John Stones, Raheem Sterling, Harry Maguire y compañía no han crecido en el pesimismo, en la certeza de la derrota, en la convicción de que el único desenlace es el desastre. Esta es una nueva generación. Una que cree que todo es posible. Que reeditar el triunfo del 66 es más que una utopía. Y que nadie es superior simplemente por lucir más estrellas en su pecho.