Ander Iturralde

Frank Lampard y el siguiente nivel

La presión había sido elevada en el Chelsea. Después de años de esparcidos fichajes realmente transformadores, este verano fueron a por un cargamento de ellos. Para ganar, para ver si Frank Lampard estaba preparado. Por lo visto hasta el momento, parece que lo está.

Vivimos en la era de “tener el ADN de club”, de “simplemente entiende al club”. Un fenómeno por el cual, probablemente, el Fútbol Club Barcelona podría denunciar algún tipo de intrusismo o reclamar al menos derechos de autor. Sin embargo, la forma en la que esta tendencia ha distorsionado muchas percepciones, muchas realidades, es notable si puedes observar más allá. Sé que tú, estimado lector, puedes. El asistente de Marcelo Bielsa, también, con sus prismáticos, pudo ver tras la valla del campo de entrenamiento del Derby County a uno de los grandes representantes de este movimiento empezar a fraguarse como tal sin que nadie todavía lo supiese. Frank Lampard, posiblemente, siempre estuvo destinado a ser lo que es hoy; signifique lo que sea que signifique eso.

Más allá de la bonita historia, de que la alfombra roja de las bajas expectativas había sido desenrollada para su llegada, necesitaba haber suficiente entrenador dentro de Lampard para tener éxito. Su trayectoria post-jugador, hilada entre elocuente aparición televisión y elocuente aparición en televisión, daba toda la sensación del mundo de estar dirigida a él siendo uno de los analistas más magnéticos del sector, a la Jamie Carragher o Gary Neville, a ser un directivo de importancia en algún sitio, ya fuese una federación de fútbol o un club, o directamente entrenador. Al final, más pronto que tarde, fijó sus miras en ese último camino, el más arriesgado de ellos, el más reconocido también.

Con los grandes jugadores, sin embargo, siempre existe esa sospecha colectiva. Los mejores jugadores, se piensa en algún punto u otro, el deporte que practicaron no tuvieron que entenderlo en su más granular sentido: simplemente lo practicaban mejor que el resto. Se confía más en quienes estaban a obligados a encontrar vías alternativas, a obsesionarse con cómo y por qué funcionan las cosas para poder, conscientemente, alterarlas a su favor. Incluso si tienes éxito como entrenador después de haber sido una superestrella sobre el campo, es posible que se te llame alineador durante tiempo. Más todavía cuando heredas el equipo con uno de los mejores jugadores de la historia en él, como fue el caso de Zinedine Zidane. La figura del entrenador es compleja, en muchos sentidos exagerada y en otros simplemente no lo suficientemente reconocida. Es, incluso, ambas cosas al mismo tiempo. ¿Dónde termina la calidad de los jugadores y empieza la del entrenador y viceversa?

En el Chelsea, ha tenido, primero, carta blanca para incluso quedar fuera de Europa (se había ido Eden Hazard, no podían fichar) y ahora tiene que estar “cerca” del título. Lo segundo, afortunadamente para él, se ha convertido en un reto no imposible cuando el paso de las jornadas ha confirmado que Liverpool y Manchester City no se irán a los 100 puntos. No obstante, los cócteles tan combinados, por muy de exquisita calidad que sean los ingredientes, siempre son conceptos dedicados de explorar, más todavía cuando tu trabajo depende de acertar con la fórmula, de lograr que funcione.

El Tottenham post-Gareth Bale es el mejor ejemplo “reciente” de esto. Ficharon a un cargamento enorme de muy prometedores buenos jugadores y el único éxito rotundo fue Christian Eriksen. Con un año en medio, con Christian Pulisic siendo incorporado entre medias, el paralelismo se podía trazar a este Chelseaa. Con la ventaja de la visión retrospectiva, sí, podemos decir que aquellos jugadores que incorporaron los Spurs eran muy malos y obviamente pasó lo que pasó. Pero podría haber pasado literalmente lo mismo aquí. Con un entrenador prometedor, como lo era André Villas-Boas entonces, que había protagonizado una gran e inesperada primera temporada, que tenía toda esta materia prima nueva de jugadores y que entonces, en esa segunda temporada, estaba completamente obligado a nadar o ahogarse en el mar de expectativas. Lampard, aquí, está consiguiendo nadar.

Porque este Chelsea está dando ese paso adelante desde el portero hasta el delantero. Lo más normal siempre hubiese sido que lo que encontrase conexión fuese el ataque y lo que ganasen lo hiciesen por 4-2 y lo que perdiesen por 2-4. Es un tanto difícil de fijar exactamente qué fue su Derby County, pero con Mason Mount y otras brillantes piezas ofensivas, lo que más les propulsó fue su delantera y no su defensa. Algo que el Chelsea del año pasado llevó a un siguiente grado. O, simplemente, a un grado de mucha mayor exposición. La prueba del algodón había sido realizada y con resultados así-asá pero con una notable –ncluso excepcional considerando muchas de las predicciones al empezar la temporada- clasificación para la Champions League. ¿Cómo sería el segundo acto de esa prueba?

Más allá de sus más que sospechosos defensas, siempre se trazaba un fallo estructural, una tara que quizás demostraría a Lampard como ese entrenador tan bienhablado, con un cociente intelectual por encima de la media (verídico esto), pero incapaz de romper esas casi intangibles barreras de la dirección futbolística. Fueron un buen equipo, el tercer mejor de la liga, pero la forma en la que una transición, una situación a contrapié les hacía ser pulverizados y tampoco los córners en contra parecían capaces de descifrarlos.

Jonathan Wilson, uno de los mejores especialistas en táctica del periodismo futbolístico, primordialmente encontrado en The Guardian, no tardó en hacer hincapié en esta vertiente del juego que Lampard imprimía a su equipo. En un episodio del podcast Football Weekly en Septiembre de 2019, Wilson llevó a cabo un extraordinario y absorbente soliloquio sobre cómo, Lampard, nunca podría dar ese paso definitivo paso necesario para ser un entrenador de absoluta élite, pues sus intrínsecas características de quién fue como jugador terminarían obstaculizándole como entrenador de manera inexorable.

Pero, han llegado Werner, Havertz, Ziyech, Chilwell (y su notable predisposición ofensiva como lateral) y nada ha mejorado más que la defensa, zona del equipo para cual sólo habían llegado dos refuerzos sin contar estrictamente a Chilwell: Thiago Silva y Edouard Mendy. ¿Podrían atacar todavía más y sobrevivir atrás sólo con eso? Sí, porque más que simplemente atacar más en volumen, atacan mejor en virtud de los mejores jugadores que ahora tienen. ¿Se me ha olvidado mencionar a Christian Pulisic? ¿O, también, que Olivier Giroud marcó anoche un póker en tierras andaluzas? La clave de todo, sin embargo, ha sido ese exponencial salto cualitativo a la hora de no encajar goles.

Incluso con un dudoso comienzo de liga, una derrota ante el Liverpool, un atroz empate a cero con el Sevilla en el partido de ida, otro no menos atroz empate a cero en Old Trafford, y ese trabajo de funambulismo entre ser un mal y un buen entrenador, Lampard parecía inclinarse hacia el lado indeseado. Pero entonces, primero lentamente y a continuación de repente, habían dado ese paso, para ser un conjunto competitivo. Ya no iban a ser el hazmerreír entre todas las defensas de los equipos Champions; en la propia competición o en la Premier League. De repente, descubrimos que Thiago Silva no estaba acabado y que sí iba a ser alguien que le elevase el nivel defensivo de todos. De repente, no es que Kepa fuera una constante micro-debilidad, sino una macro, pues Edouard Mendy ha dejado claro todo lo que te da un portero capaz de rayar sostenidamente a un nivel de élite.

Mientras Solskjaer o Arteta, los otros grandes exponentes del “tener el ADN del club”, se tambalean sobre el alambre, Lampard parece haber desconfigurado la cerradura. Tiene toda la magia futbolística en el césped de Stamford Bridge; un portero demostrando que a porteros de élite se les puede encontrar en sitios mucho más extraños de lo que pensarías (Martin Dúbravka llegó de la liga checa y con 31 años), una defensa comandada por un experimentado líder de defensas de élite como Silva. Pero luego, también, Mount dando un paso al frente para poder seguir jugando entre tanta competencia, Jorginho, Kanté y Kovacic siendo un excelente trío de centrocampistas para un equipo así.

Un equipo, un club, que nunca fue diseñado para esto. No debería ser el Chelsea, que hizo un arte de despedir entrenadores, quien haya recurrido al ADN, a una persona que “simplemente entiende al club”. Un club con una identidad en sí misma que se modificó con la llegada de Abramovich y que ahora es propulsada y dirigida por una de las cuatro estrellas sobre las que el Chelsea cruzó ese portal recubierto en diamantes rusos y ganó esas ligas y hasta esa Champions, más allá del descuento del partido y, prácticamente, de sus carreras. Lampard fue parte de la construcción de la concepción moderna de este club y ahora, siendo “el entrenador que comprende mejor que nadie al club”, ha vuelto para liderarles. Aparentemente, con todas las capacidades para realmente hacerlo. Porque si pueden defender, pueden controlar y pueden atacar… pueden ganar. No aquí y ahora, tampoco mañana o esta temporada necesariamente. Pero van a poder estar ahí; lo único que, después de todo, se puede exigir.

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Ander Iturralde