Sin preocuparme demasiado, estoy cogiendo la extraña costumbre de escribir un par de líneas antes de cada partido. Sí, esto que usted, querido lector está leyendo, es fruto de la previa del derbi mancuniano. Una previa que ha estado contaminada por un programa, y no, no hablo de las elecciones del 28 de abril. Ya se ha “debatido” bastante de cara a ellas. En fin, a lo que estaba diciendo. El programa del que os quiero hablar es, ni más ni menos que “Pasapalabra”. Ahí estaban mis padres, viendo a Jero en su intento de comerse el rosco; mientras que yo buscada alguna manera -algo clandestina- de ver el encuentro. Espera, ¿no huele a comida? Y no, no es precisamente olor a dulce navideño. Hablo más bien de un segundo plato, y no, tampoco me huele a Fish & Chips. Voy a ponerme en la piel de Christian Gálvez, a ver si así aciertas.
– Jugamos por una Premier. Te quedan 90 minutos. Empieza por “g”: alimento rehogado y cocido en salsa junto con verduras o patatas.
– Guiso
– ¡Correcto!
Pep Guardiola, cual maestro de la cocina inglesa, guisó el partido como quiso y quiso el resultado que guisó. Valga la redundancia. Los Cityzens tenían un buen banquete por preparar. Con el objetivo de deleitar el paladar de 74.431 comensales -no entendemos de colores, el fútbol del bueno es bueno para todos, rivales incluidos- en la próxima hora y media. A fuego lento, con mucho mimo, y sin demasiada agresividad ni riesgo, el City tocaba y tocaba tratando de marear la perdiz. No fue hasta el 43´cuando la cocción comenzó a hervir, cuando Sergio Agüero, Raheem Sterling y, como no, los dos Silvas, enlazaron una jugada merecedora de una Estrella Michelín, que acabó en nada. Jugadas así hacen que hasta empatice con Jose Mourinho, cuando se quejaba a principios de campaña de la plantilla que le habían confeccionado. Ahora te comprendo.
El luso tenía toda la razón del mundo. No es coherente querer luchar por todo y que Paul Pogba se encuentre prácticamente solo en la medular. Tampoco es coherente que Marcus Rashford sea la única referencia paladina en ataque. Como tampoco es coherente que David De Gea reciba tiros a diestro y siniestro, como si la zaga un coladero fuera. Con esto en frente, los poetas del balón, los cuatro fantásticos previamente mencionados, lo tenían todo de cara para brillar. Y eso hicieron.
Con el rabo entre las piernas llegaron los muchachos de Ole Gunnar Solskaer al descanso, y a la reanudación del partido; todos, absolutamente todos, sabíamos lo que acabaría pasando. Ante ello, listo estaba mi teclado para ser aporreado sin piedad, como listo estaba el City para hundir al eterno rival. No sería hasta el minuto 53 cuando Bernardo Silva abriría la lata con un gol marca de la casa. Recibe cerca de la esquina del área, conduce hacia el centro con la zurda, y con la misma, define al primer palo dejando en evidencia a De Gea. Un gol muy City, muy Silva, muy sutil. El luminoso se iba acercando a las expectativas generadas en la primera mitad.

No obstante, antes del gol, la suerte parecía cambiar de manos. La inercia positiva pasó a la parte roja de Manchester. O eso pensaba yo, al menos. Corría el minuto 50 cuando Fernandinho Luiz dijo basta. En ese preciso instante, el City parecía decir adiós a la estabilidad en el juego, y la puerta del caos se abría para los diablos. Pues bien, entraba en lugar del brasileño el elegante y peligroso, Leroy Sané. Dicha sustitución, a mis ojos, era una peligrosa llamada a la locura, al desenfreno, al infierno Red Devil. Aquel cambio podía haber beneficiado cien veces más al cuadro local que al visitante, pero no fue así.
Ahí estaba el bueno de Sané, para cerrar cualquier tipo de debate acerca de su entrada al campo -y no, tampoco hablo del 28 de abril- . Un cuarto de hora le bastó al alemán para estrenar su casillero y sentenciar el choque. Una vez más, el que para muchos ha sido el mejor de la temporada, Sterling cambió el rumbo del juego para que su compañero, desde el costado izquierdo, hiciera las diabluras de siempre. Fue un déjà vu lo que viví con ambos tantos. Cuantas y cuantas veces habremos visto al luso y al germano hacer ese mismo gol. Desde la misma posición, con similares asistentes y como no, con el mismo final: la meta rival. Claro está que llevaban la lección bien aprendida para el examen de Old Trafford.
Para desgracia del United, el crono corría y las prisas les encarecían. Los mismos nervios que hicieron mella en jugadores como De Gea, o Fred Rrodrigues, se contagiaron con una facilidad alarmante. Una alarma que sonó, por ejemplo, cuando en el 80´el pobre guardameta a punto estuvo de liarla con un balón pateado a duras penas en su propia área, o con Luke Shaw centrando sin orden ni concierto. Ante eso, al City le bastó con seguir silbando con David y Bernardo, dejando que el tiempo siga pasando y haciendo que la Premier se vaya acercando.
Un día más concursando, y un día más ganando. El bote está cada vez más cerca, y los puntos son mucho más codiciados. Desde luego que, ni el Liverpool ni el protagonista de la noche de ayer, no quieren pasar de la “t” de triunfo.