Mario García

Inconvenientes de triunfar en la primera cita

A cualquier aficionado al fútbol, sobre todo a los del United, le hubiese gustado ver triunfar a Federico Macheda. Una joven promesa que, en su momento, superó todas las expectativas, pero que se acabó deteriorando con el paso de los años.

Old Trafford ha visto debutar a grandes figuras. Varios de los mejores jugadores de la Premier League han dado sus primeros pasos en el Teatro de los Sueños del fútbol inglés. Pero nada como el debut de Federico Macheda. Aquel 5 de abril del año 2009, el italiano sorprendió a todo el mundo con ese gol in extremis al Aston Villa. Pero el brillante futuro que le auguraba dio una vuelta de tuerca equiparable a ese “great turn by Macheda” que narraba el gran Martin Tyler. Su gran actuación le hizo colgarse un cartel de potencial estrella que le acabaría quedando demasiado grande. 

El Liverpool apretaba en la cumbre. Los Diablos Rojos sentían en su cogote el aliento de los chicos de Benítez cuando tocaba irse al parón internacional. Solo un punto separaba al líder, el Manchester United, de su perseguidor más directo. El conjunto mancuniano acusaba las numerosas bajas con las que llegaba a la jornada 31. Sobre todo en el ataque: con Rooney suspendido, Berbatov lesionado y con Tévez acusando todavía el jet lag tras jugar con Argentina, Ferguson se vio obligado a llamar a un joven ariete italiano de los reservas para recibir al equipo de Martin O’Neill. 

El pronosticado guion del partido se truncó y los locales perdían a falta de media hora para el final. Momento en el que aparece en el cartelón el dorsal 41. Al lado, un chaval en la banda con el pelo de punta vestido de red devil. Macheda entra al campo en lugar de Nani para cambiar radicalmente la película. Ronaldo consigue empatar minutos más tarde. Pero el United no se conformaría con nada que no fuese los tres puntos. El árbitro Mike Riley añade cinco minutos. Y al joven debutante se le vislumbra un único deseo en sus ojos. Era su momento. 

Kiko era jugador del equipo reserva. En ningún momento estuvo demasiado pendiente de la situación del primer equipo en la clasificación. Solo se concentraba en sus goles. El italiano recibió un balón de Giggs en la parte izquierda de la frontal del área. Se giró delante del defensor Luke Young con un exquisito toque de talón y la colocó dentro de la portería de Stretford End.


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La irrupción de Kiko Macheda fue intensa y fugaz. / Fuente: Manchester United


Un cataclismo de júbilo sacudía por completo Old Trafford. Hasta Ferguson dejó de masticar el chicle para gritar el gol con su puño en alto. El United podía seguir líder y crecía la sensación entre los aficionados de que había nacido una estrella. Cuando sus compañeros —Darren Fletcher a la cabeza— dejaron de abrazarlo y zarandearlo, el chico pudo ir a celebrar la diana con su padre, que, visiblemente emocionado, lo miraba con orgullo justo al lado del túnel de vestuarios. 

El sueño de Macheda se prolongó una semana más antes de despertar. A la jornada siguiente, volvería a ocupar todas las portadas marcando el tanto del triunfo frente al Sunderland. El italiano, en tan solo una semana, pasó de cobrar 390 libras semanales a casi 10.000. Y, de repente, desapareció. 

Tras encadenar varias cesiones a equipos como la Sampdoria, el Queens Park Rangers, el Stuttgart, el Doncaster Rovers o el Birmingham, dejaría el Manchester United en 2014, habiendo disputado tan solo 36 partidos con el primer equipo. En el Cardiff City se reencontraría con un viejo conocido, el actual míster de los red devils Ole Gunnar Solskjær, que había sido su entrenador cuando llegó al equipo reserva. 

Lastrada por las lesiones y por su propia actitud —como él mismo ha reconocido en alguna ocasión—, la carrera de Macheda ha ido en picado hasta el punto de acabar jugando en la liga griega. El italiano ha terminado siendo un juguete roto que nadie supo arreglar. Un desperdiciado talento para los adeptos al fútbol inglés. Un futuro brillante cuya luz se apagó en el momento en que el futbolista dejó de tener los pies en el suelo. 

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Mario García