El Liverpool es el espejo en el que se ha de mirar el Nápoles; un fiel reflejo para cualquier equipo que anhele días de gloria. El conjunto inglés pasaba sin pena ni gloria por el continente europeo, incluso tras la llegada de Jürgen Klopp en 2015. Sin embargo, la paciencia ponderada ha permitido que el trabajo del alemán se vea reflejado en uno de los proyectos deportivos más atractivos a nivel planetario y una memorable final de la Champions League como resultado final.
Y el Nápoles está como los reds de unos años atrás, pero sin un futuro brillante por delante. El conjunto italiano parece que vive en una reinvención perpetua. Los indicios así lo muestran. Si el Nápoles de Maurizio Sarri, culmen del buen juego italiano, no logró romper la hegemonía de la Juventus en Italia y tampoco pudo asomar la cabeza en las grandes competiciones europeas, ¿cuáles son los motivos para creer que el entrenador de la ceja arqueada puede cambiar el destino de los partenopeos? La imprevisibilidad del fútbol, por supuesto.
En San Paolo se citaban dos estilos de juego contrapuestos. La harmonía y orden transalpinos contra el vibrante caos británico. Pero lo cierto es que no pasó absolutamente nada en los primeros compases de juego. El arte de no arriesgar hasta que el rival no haga un movimiento en falso. No obstante, todos los futbolistas ocupaban su posición rigurosamente, impidiendo el avance del contrario. Solamente se dieron un par de situaciones que interrumpieron la quietud del partido: la lesión de Naby Keita logró ralentizar todavía más un encuentro ya de por sí pausado, y Lorenzo Insigne se atrevió a disparar, hasta en dos ocasiones, para tratar de inquietar a Alisson, que al igual que su homólogo David Ospina, trataba de no bostezar demasiado a menudo.
El conjunto de Carlo Ancelotti trataba de llevar la manija del encuentro, exigido por su condición de local y ese empate con regusto a suspenso que sacó en su visita al Estrella Roja. El Liverpool, en cambio, sin necesidad de arriesgar pese a la contundente victoria del Paris Saint-Germain sobre el combinado serbio. Un empate en tierras italianas valía a los Reds para mantenerse en lo alto del grupo de la muerte junto al equipo parisino. Las directrices de Klopp, que cumplió medio centenar de partidos en la Champions League, parecían claras: esperar a que el Nápoles dejara espacio atrás para aprovechar la velocidad atómica de Roberto Firmino, Mohamed Salah y Sadio Mané. De hecho, esperaron tanto sin hacer nada que llegó antes el descanso que los errores posicionales napolitanos.
Con un primer acto tan táctico, por no otorgarle otros epítetos, el partido solamente podía ir a mejor. O no, por supuesto, porque ambos equipos salieron al terreno de juego con las mismas ganas de atacar que el Manchester United de José Mourinho. Por si fuera poco, a la tripleta atacante del Liverpool no le salía absolutamente nada, sobre todo a un Salah completamente atascado. El Liverpool personado en San Paolo no era el ejemplo idóneo para querer parecerse.
Ningún equipo parecía estar cerca del gol. Eso sí, el que estaba menos lejos era el conjunto partenopeo, que al menos tuvo ocasiones para batir a Alisson mediante José Callejón, Simone Verdi, Lorenzo Insigne o Dries Mertens, que estrelló un remate a quemarropa en el larguero. El Liverpool, en cambio, estaba a años luz de marcar: ni un solo disparo con intención en todo el partido. Un dato tanto demoledor como deprimente. Y no es que el Nápoles defendiera con uñas y dientes, sino que la producción futbolística de los hombres de Klopp era inequívocamente nula.
La perseverancia del Nápoles tuvo su recompensa. Cuando todo parecía destinado a un decepcionante marcador en blanco, un gol en el minuto 90 cambió las tornas. Un tanto más que justo comparando las actitudes de ambos equipos. El menudo Insigne consiguió conectar, deslizándose por el área pequeña, un centro raso de Callejón para poner del revés el Grupo C. Los pupilos de Ancelotti se ponen líderes con 4 puntos, mientras que el PSG y el Liverpool les siguen la estela con 3 puntos cada uno. El Estrella Roja, colista con el casillero a estrenar. Desde luego, esto del fútbol es imprevisible.