Durante muchos años, un Liverpool náufrago luchó por llegar a la orilla. Incluso llegó a pensar que no habría otra orilla. Aquel patín de playa que se caía a pedazos con el que los reds pretendían sobrevivir se ha convertido en un transatlántico que lo ha arrasado todo. Sin embargo, el éxito descompensa, destapa las preferencias de los aficionados; quiénes son los favoritos y quiénes los indiferentes. El campeón de la Premier League es, en el primer plano de nuestra memoria, el tridente, candidatos al Balón de Oro como Virgil van Dijk y Alisson Becker, los laterales e incluso Divock Origi.
Sin embargo, fuera de los focos, apartados de la pista de baile, los centrocampistas del Liverpool han sido igual de importantes. Como el trípode que aguanta las cajas de las pizzas, imprescindibles. Si una de las tres patas falla, corremos el riesgo de que el cartón colisione con el queso y nuestro paladar pierda sabor. Piezas intangibles, olvidadas, menospreciadas. El centro del campo de Jürgen Klopp es trabajador y metódico, cumple en silencio. Son ese tipo de futbolistas prácticos, no redundan; de los que no odian la pizza con piña sino a los que hacen chistes sobre ellas, los verdaderos terroristas. Si los generadores del Manchester City son finos estilistas que entienden de moda contemporánea, los reds son trabajadores del hierro con una enorme pulcritud en lo suyo.
La zona de medios del Liverpool es distinta a la de la mayoría de los equipos de la Premier League y de Europa. Es, únicamente, una zona de paso. Mientras la competencia busca futbolistas con toque, con recorrido, de último pase o de contención, Klopp prefiere al artista con armadura y espada. Que no haya ninguna estrella en el medio le ha permitido al alemán moldearlos a su antojo. Se los inventa. Gini Wijnaldum llegó del Newcastle como un centrocampista con tintes de segunda punta, llegador y con gol. Ahora, el holandés es un futbolista distinto, aunque conserva el olfato. Jordan Henderson -que a punto estuvo de ahogarse en un mar de dudas que, cubo en mano, ha ido vaciando- es, definitivamente, uno de los elementos claves del equipo. Jugar al lado de Fabinho le ha permitido desarrollar su marca personal: el pase en largo. Esta liga, aún por terminar, ha entregado dos decenas más en comparación a la 2018/19.
Klopp ha construido sobre Fabinho, Henderson y Wijnaldum. Pese a su buen rendimiento, ninguno de ellos son la primera imagen que se nos aparece en pensar en los mejores centrocampistas del mundo. El mérito es ese, haber creado con ellos uno de los centros del campo más funcionales y determinantes. El deber no está en el balón, de subirlo se encargan Andy Robertson y Trent Alexander-Arnold -el Liverpool progresa por fuera-, sino en la presión coordinada de todo el equipo, que tienden a encabezar de forma dúctil, corrigiendo y recorriendo todo lo ancho y largo del campo.
Hasta afianzar el trio titular, por Anfield han pasado centrocampistas con suertes dispares. Joe Allen y Lucas Leiva finalizaron su etapa poco después de la llegada de Klopp. Emre Can, que se marchó libre, llegó a ser protagonista con un rol de recorrido. Con una función -con matices- similar, Klopp se inventó a un Alex Oxlade-Chamberlain que no es únicamente un recambio para el tridente. También desapareció Philippe Coutinho. Su caso es muy especial. Pasó de ser el jugador más importante del equipo a un impedimento para desarrollar el plan del entrenador. El paso al centro del campo tras la llegada de Salah duró apenas seis meses. Condicionó en demasía el conjunto, los otros dos centrocampistas protegían su total libertad de movimiento. Es el mejor ejemplo para explicar que el Liverpool ha triunfado como bloque sobre las estrellas, descifrando un significado holístico. Porque se ha buscado la respuesta en Alisson o van Dijk para necesidades específicas, aunque el bien común siempre es el fin. Estos dos llegaron para ofrecer un rendimiento inmediato y alto. Lo tenían fácil para alcanzar el nivel de sus antecesores, llegaban para ocupar el lugar de un par de espantapájaros. Cumplieron.
La preferencia por el bloque ante los nombres tiene a James Milner como paradigma. Como centrocampista, extremo, lateral o utillero, Milner es un pulmón extra en el segundo tiempo, un as para mantener el ritmo cuando las piernas ya fallan. Es de los pocos que sabrían hinchar el chaleco salvavidas del avión o de los que detestan la horchata, un tipo cumplidor, atento e inteligente; un bombero, apagando fuegos, sobre el terreno de juego. Contra la juventud impaciente que pide paso y los centrocampistas modernos que desprenden purpurina y fuegos artificiales a sus pasos -aunque posiblemente la mejora coyuntural pase por un perfil así-, la respuesta es Milner.
Desde que Klopp pisara Anfield por primera vez, tan solo quedan siete supervivientes, aunque pronto serán menos. Estos son: Dejan Lovren, Joe Gómez -que recién llegó del Charlton Athletic-, Henderson, James Milner, Adam Lallana, Firmino y Origi. Los cambios han sido muchos. Futbolísticamente, el Liverpool siempre ha sido un equipo propositivo que ha ido maquillando la presión que le caracteriza. Las incorporaciones han allanado el camino y les han permitido dejar de ser el equipo que marcaba mucho y encajaba más, dejar de jugarse los partidos a goles de oro en el añadido. Además, como todo campeón, siempre ha contado con un punto de suerte a su favor. Toda esta se ha personificado en la figura de Origi, que tiene las puertas abiertas para escribir libros de autoayuda y superación tras el retiro.
La palabra de Klopp convenció a sus centrocampistas para que le creyeran ciegamente. Ya sea repartiendo pizzas a domicilio al tridente o funcionando como trípode en la presión, el engranaje de los medios es la llave maestra del sistema más dominante del mundo. Para crear un campeón, Klopp se inventó futbolistas.