Roy Keane hizo pocos prisioneros durante su carrera. Nació cabreado y disputó cada partido de su vida con el ceño fruncido, en ese limbo entre la concentración profunda y el odio al rival por el mero hecho de serlo. La convivencia entre uno de los mejores jugadores de los 90 en la Premier League y su incorregible temperamento hizo de él una pieza de culto, y es que era imposible escapar del radio de explosión de The Psycho cuando se le cruzaban los cables —su apodo siempre fue de lo más apropiado—. Keane absorbía toda la polémica, el morbo y los insultos, y tal era la masa de lo políticamente incorrecto en él que no había cuerpo que escapara a su fuerza gravitatoria, ya fuera prensa, aficionado u futbolista. En Irlanda, su país natal, lo saben bien: la nación entera se dividió en 2002 porque su tarado preferido inició una guerra en mitad del Pacífico. Fue uno de los episodios más sonados de su carrera. Y eso, viniendo de un historial como el Roy, dice mucho de la magnitud del conflicto.
En primavera de aquel año, a los irlandeses ya no les quedaban uñas por comerse: la selección iba a disputar el Mundial de Japón y la ilusión estaba por la estratosfera. Keane era el capitán de un combinado nacional que había conseguido abrirse paso hasta la competición más prestigiosa a pesar de compartir grupo de clasificación con Portugal y Holanda. Junio estaba a la vuelta de la esquina y para preparar el torneo el seleccionador, Mick McCarthy, y la Federación programaron un viaje a la idílica isla de Saipán antes de marchar a territorio nipón.
La idea era relajarse y pasar unos días en grupo previos al trabajo duro de competición. McCarthy, sin embargo, olvidó que había alguien en su plantilla que no iba al Mundial a hacer amigos: su capitán. Roy Keane, que había confesado a Sir Alex Ferguson que asistía al torneo con la intención de ganarlo —era un loco incluso a la hora de soñar—, quería sudor, barro y piernas cansadas, no unas vacaciones. Ya en el avión a Saipán, según cuenta en su autobiografía, vio la película de Will Smith sobre Muhammad Ali y aprendió que uno no debe comprometer sus principios por nada. Por si su cabeza no era suficientemente hermética, Hollywood se encargó de hacer el resto. Y aún ni siquiera habían aterrizado.

Al llegar a aquella tierra desconocida perdida en el océano, la plantilla descubrió que la Federación no había sido capaz de llevar todo el material de entrenamiento a tiempo. Cuando visitaron sus instalaciones, encontraron un campo con una superficie dura como la piedra. Esa misma noche llegó finalmente el equipamiento, pero era demasiado tarde: Keane ya tenía los ojos inyectados en sangre.
Al día siguiente y tras las indicaciones de Irlanda para que regaran el césped, se despertaron con un terreno de juego aún excesivamente duro menos en un sector, que había quedado inundado por la incompetencia de quien debía encargarse de adecentar el campo. Había partes que parecían asfalto y otras, una piscina. Como la situación ya sólo podía ir a peor, al final del entrenamiento los porteros se negaron a participar en un partidillo porque estaban cansados al haber empezado media hora antes que el resto. El balance final de la sesión fue una fuerte discusión entre Keane y el portero Alan Kelly y las lesiones de Lee Carsley y Steve Finnan. Saipán tenía que ser el paraíso y aquello parecía Vietnam.
Según cuenta Roy en su libro, se hartó de la esa «concepción tercermundista del fútbol» y de vuelta al hotel le dijo a McCarthy que se volvía a casa. El calentón fue mitigado poco después por el cuerpo técnico, que le convenció de que se quedara hasta que confirmó su permanencia a pocos minutos del límite establecido por la FIFA para enviar las plantillas definitivas del Mundial. Keane siempre fue así: tan pronto está relajado en el chester del salón como saca la recortada de debajo del cojín y se lía a tiros con todo lo que tenga a mano. Esta vez, parecía que el orden había sido restablecido. Sólo parecía. Por algo le llaman The Psycho.

Cuando Keane es sometido a tensión, pobre del iluso que crea que tardará poco en relajarse. A pesar de la tregua, Roy necesitaba soltar lo que había guardado en Saipán y concedió una entrevista a dos periodistas irlandeses. Uno de ellos, del Irish Times, la publicó el día antes de que partieran a Japón: el capitán se explayó y destapó todas las vergüenzas del viaje a aquella isla del Pacífico. Lo recordó así en su autobiografía: «Dije exactamente lo que sentia. Creí que la gente en casa tenía derecho a saber la verdad. Miles de ellos iban a volar en viajes carísimos para apoyarnos en el Mundial. Millones iban a estar viéndonos en sus casas, como yo había hecho en 1998 y 1990. ¿Iba a tratar a tantas personas como bobos?». McCarthy, como era de esperar, no lo vio tan coherente.
El seleccionador organizó una reunión de equipo y asistió con una copia en mano de la entrevista para pedir explicaciones a su capitán. Furioso por lo que consideraba una traición, aprovechó para acusarle de haber fingido una lesión para perderse un partido de clasificación contra Irán. Lanzar una bomba atómica sobre la isla habría sido menos arriesgado que lo hizo McCarthy. De todo lo que Keane le contestó —según Niall Quinn, fue un discurso de diez minutos—, estas poéticas líneas han quedado para la posteridad: «Mick, eres un puto gilipollas y puedes meterte tu Copa del Mundo por el culo. No me gustabas como jugador, no me gustas como entrenador y no me gustas como persona. ¡El único compromiso que tengo contigo es porque de alguna forma has llegado a ser el seleccionador de mi país!». El técnico replicó con calma: «Bueno, no sé qué pasa ahora, porque o te vas tú o me voy yo. Y yo no me voy a ninguna parte«. A las seis de la tarde del día siguiente, la plantilla se subió a un vuelo a Japón y Keane tomó otro avión directo a casa.
Nunca ha habido total consenso sobre si Keane se marchó por su propio pie o McCarthy le echó. Lo único claro es que, como afirmó Quinn, «se marchó dos veces en tres días». Pero lo que no sabían era que si Saipán había sido un infierno, en Irlanda había provocado una guerra civil. El periodista Eamon Dunphy lo explicó así en el Irish Times: «El tío o la tía que siempre odiaste en el trabajo confirmaba su estupidez en función de qué posición tomara en el asunto. Eso fue Saipán para mucha gente: abrió brechas entre personas que en una situación normal no discutirían. Les dio una razón para pelearse».

Irlanda enloqueció y la pelea entre Keane y McCarthy se convirtió en un asunto nacional. En Clifden, los treinta trabajadores de una construcción se pusieron en huelga alegando que si Roy Keane se iba a casa, ellos también. En Dundalk, dos chavales pintaron un viejo coche fúnebre con los colores de la bandera irlandesa y fueron de su ciudad natal a Dublín recogiendo firmas por su ídolo. Se hicieron tan populares que al llegar a la capital les esperaba una oleada de periodistas. Ya de vuelta en su hogar, Keane ofreció una entrevista a la televisión pública irlandesa para explicarlo todo y, según la ESB, compañía eléctrica de propiedad estatal, durante su emisión se dio un aumento del 4 % en el consumo de electricidad del país. Triggs, la mascota del jugador, se hizo famosa por aparecer con él durante sus paseos mientras la prensa esperaba fuera de su casa. El Daily Telegraph llegó a catalogarla como «el perro más famoso desde Pickles«… y acabó teniendo incluso una biografía propia. Tres años después de Saipán, se estrenó I, Keano, una obra de teatro inspirada en el conflicto.
Los verdes cayeron en octavos de final contra España y las heridas entre Keane y McCarthy no se cerraron hasta 2006, cuando se se cruzaron como entrenadores en Championship y resolvieron sus diferencias con una conversación telefónica y un apretón de manos público. Los irlandeses también continuaron con sus vidas, y hoy echan la vista atrás y se ríen de lo que fue una histeria colectiva provocada por el jugador más explosivo que han tenido en décadas. Si había alguien capaz de provocar una guerra en Irlanda desde una isla del Pacífico, ése era Roy The Psycho Keane.