Nacho González

The Italian Job

Antonio Conte se despide del Chelsea levantando la FA Cup en Wembley y presumiendo de haber ganado la liga y la copa en dos años. Aunque su inflexibilidad ha determinado su fracaso tras el éxito de la temporada anterior, al final el método italiano ha dado el mismo resultado que con Roberto di Matteo: han entrado nuevos trofeos en las vitrinas, pero el cambio es necesario.

Su estética no es tan refinada como la de los Minis que protagonizan la película que da título a este artículo, pero a pesar de que Antonio Conte sea más de camiones su último gran golpe se ha resuelto con el mismo éxito que el de los ladrones del film. Aunque por el camino haya habido demasiadas turbulencias, tantas como para provocar que la final de la FA Cup haya sido su partido de despedida como entrenador del Chelsea.

La inflexibilidad aplicada a su filosofía ha sido lo que ha encumbrado y hundido a Conte en Stamford Bridge: adoptó un estilo con tres centrales y dos carrileros que nadie supo interpretar en Inglaterra hasta que perdió su factor sorpresa. Por eso ganó la Premier League en su primer año y ni siquiera se ha clasificado para la Champions League en el segundo. El italiano, que elegiría un tiro el pecho antes que cambiar sus ideas, no cogió desprevenido a nadie cuando alineó a sus hombres de confianza en Wembley, con el añadido de Tieomoué Bakayoko para inyectar más cemento al bloque. Así decidió morir hace meses y no iba a hacer experimentos en su adiós al Chelsea con un trofeo en juego.

Se encomendó una tarde más a los tres líderes de su equipo, uno por cada sector del campo. César Azpilicueta, N’Golo Kanté y Eden Hazard representan todo lo que ha buscado Conte estas dos temporadas: orden atrás, solidez en el centro del campo y ataques eléctricos. Con el tiempo, el deterioro de esa idea lo arrastró a una concepción más conservadora y todo el sistema acabó dependiendo de una chispa de genialidad del belga, pero ante un Manchester United desnortado fue todo lo que necesitó el Chelsea. Y es que fue un momento de inspiración de Hazard para dejar a Phil Jones en evidencia lo que tiñó la final de azul: control orientado, carrera desigual y penalti clamoroso como última opción del defensa para evitar un gol cantado. Ni De Gea consiguió poner nervioso a Hazard, que hace tiempo que juega a un ritmo distinto al de su equipo, para que fallara la pena máxima.

En cuanto cumplieron el punto más incómodo del plan, abrir el marcador, el Chelsea se recogió en su campo para pasar toda la segunda parte protegiendo su renta. No era la idea más preciosista, pero en una final la sutileza es prescindible. Teniendo enfrente a un equipo que parece no tener ni una solución para los ataques estáticos, a los Blues les bastó con juntar líneas para que Paul Pogba, Alexis Sánchez, Jesse Lingard y Marcus Rashford se desesperaran buscando los espacios que el juego colectivo no se esforzaba por generar. Con el muro levantado y el reloj como aliado, el club londinense resistió y Conte se proclamó campeón de la FA Cup siendo más italiano que nunca.

Para un club como el Chelsea es inexcusable no entrar en la Champions League y ésa será la condena de su entrenador, pero a pesar de todo Conte puede marcharse de Inglaterra presumiendo de haber ganado la liga y la copa en dos años. Y es que, curiosamente, el método italiano ha tenido una relación de amor-odio con Stamford Bridge: ha proporcionado grandes éxitos, pero siempre abocado a un cambio necesario. Fue así como Roberto di Matteo llevó al extremo el ‘catenaccio’ para levantar la Champions League en 2012 contra pronóstico y como ahora Conte, en el que ya nadie ve una posible evolución positiva como técnico de los Blues, se marchará a pesar de haber añadido bajo su mandato a las vitrinas los dos títulos nacionales más importantes.

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