Apasionado predicador de la segunda cruzada, que tenía como fin conquistar Tierra Santa, Bernardo de Claraval, monje cisterciense y abad mantenía que «la novedad es madre de la temeridad, hermana de la superstición e hija de la ligereza»
La novedad de ver a José de Setúbal, apasionado entrenador llegado con el fin de conquistar la Premier Santa, enfundado en los colores rojo diablo se me antoja una temeridad del tamaño de la catedral anglicana de Liverpool.
Marco Anneo Lucano, lateral derecho y poeta cordobés en el año 57 d.C. decía que “bajo la máscara de la temeridad se ocultan grandes temores”.
Y, en este caso, los temores son claros: el deseo de no volver a sufrir como en Milton Keynes Dons o Midtjylland, batallas suficientemente glosadas, no volver a perecer ante el archirival en Europa o no volver a tener que jugar los jueves.
El temor te puede llevar a tomar decisiones precipitadas, la disponibilidad en el mercado de un entrenador no debe ser la razón de mayor peso que te lleve a unir tu destino a ese señor.
No es por superstición si me declaro contrario a seguir la línea de pensamiento único, ni me tomo con ligereza lo que leeremos en los próximos días, de mano de múltiples predicadores, a raíz de la llegada del elegido.
San Bernardo fue el primero que formuló los principios básicos del misticismo, ese tipo de experiencia muy difícil de alcanzar, en la que se llega al grado máximo de unión del alma humana a lo Sagrado durante la existencia terrenal, esa que un gran número de seguidores del Santo portugués profesan por el mero hecho de verse representados por él y en él.
De los principios del santo francés: “En primer lugar, pues, se ama el hombre a sí por sí mismo, pues es carne, y no puede gustar nada fuera de sí…” a los del santo portugués: “Por favor, no me llamen arrogante, pero soy campeón europeo y pienso que soy un tipo especial”. No hay mayor distancia que entre el Dens Park y el Tannadice Park de Dundee.
Hermann Busenbaum, teólogo alemán y maestro no reconocido del luso, escribió: “Cuando el fin es lícito, también los medios son lícitos”. En el mundo del balón pocas frases tienen más adeptos que las que justifican un triunfo o un título por encima de cualquier otra cosa.
Inmersos como estamos en una época en la que muchos no se conforman con ser seguidores de un equipo y lo son de adiestradores o de jugadores por muchos estandartes de diferentes colores que sean capaces de portar, me declaro detractor de una idea que veo representada en San José.
No hay señales para pensar que veremos un equipo ganador bajo su pontificado, salvo esperanza y deseo. Si las hay para pensar que aparecerán seguidores con justificantes firmados por sus padres, madres, o tutores legales cuando el idolatrado técnico le robe la dentadura postiza a algún viejo senador del consejo de sabios con la intención de impedir que siga hablando o cuando, en su afán de dar cuerda a la maquinaria de Old Trafford, acabe por poner en movimiento hasta las manecillas de ese reloj parado en una de las fachadas de esa santa casa, o cuando ante un pequeño y rebelde rival saque a relucir su lengua viperina con intención de humillar y desviar la atención de su pequeño, mediano o gran revés.
Entre la Devoción mariana, en la que Bernardo tuvo un papel importante en su propagación, a la Devoción mouriana de estos días que nos tocan vivir no hay mayor diferencia que la rapidez y viralidad con la que se distribuyen los santos actos, los milagros del balón.
Milagros, bien es cierto, que al ver engordar su palmarés han sido más infrecuentes, si no contamos entre ellos su capacidad para multiplicar peces, panes y conflictos, o su capacidad para mantener la tensión permanente, la facilidad para crearse enemigos y alimentar mil y un disputas.
Algunas almas descarriadas hallamos tan inconsideradamente precipitadas las loas y alabanzas al santo que no sin temor a arder en los infiernos nos mostramos arrepentidos de los pecados cometidos y de los que estamos por cometer.
En la Divina Comedia, Bernardo de Claraval aparece situado en el Paraíso
Ojalá el divino comediante lleve al United al Edén.
Aunque yo me confieso escéptico, casi, casi ateo.