Ilie Oleart

Kenny Dalglish, el rey de Anfield

Antes del partido entre Liverpool y Manchester United, los Reds inauguraron el nuevo Kenny Dalglish Stand en homenaje al legendario entrenador y jugador de los Reds.

Kenny Dalglish es Liverpool y Liverpool es Kenny Dalglish. La vida del escocés y la historia del club están tan intimamente ligadas que una no se puede entender sin la otra. Dalglish vivió como jugador tres de las cinco Copas de Europa que atesora el club pero también le tocó sufrir en primera persona las tragedias de Heysel y Hillsborough. Los catorce años que transcurrieron entre que entró en el vestuario del Liverpool como jugador del primer equipo en 1977 hasta que dimitió como entrenador en 1991 fueron los más exitosos, trágicos y, en última instancia, indelebles, de la historia del club.

La primera vez que abandonó su Glasgow natal, Kenny Dalglish tenía quince años. Su destino, Anfield. El ojeador del Liverpool en Escocia había detectado al joven Dalglish y el entrenador de los Reds, el legendario Bill Shankly, le invitó a realizar una prueba. El propio Shankly en persona le dio la bienvenida en Anfield. “Venga, ahora a cambiarse”, le dijo.

En el vestuario, Dalglish no podía dar crédito a sus ojos. Inglaterra acababa de ganar la Copa del Mundo de 1966 y allí estaban Roger Hunt o Ian Callaghan, miembros del equipo de Alf Ramsey. O los duros centrales Tommy Smith y Ron Yeats. Pero sobre todo allí estaba Ian St John, el santo. El goleador escocés era el ídolo de cualquier joven procedente del país del norte.

Dalglish no tardó en captar los secretos de los éxitos del equipo: la camaradería, las burlas, el trabajo duro y la pasión por la camiseta encarnada. Esas eran las claves del Liverpool de Shankly y lo siguieron siendo durante décadas. Dalglish no se unió al Liverpool porque su padre le dijo al ojeador del club que le visitó en su casa para ofrecerle un contrato que su hijo era demasiado joven para abandonar su hogar. Pero aquel ambiente de camaradería ya había capturado al joven Dalglish y sus ecos seguirían resonando en su cabeza hasta el día que fue presentado como nuevo jugador del Liverpool Football Club años más tarde.

Así que Dalglish permaneció en Glasgow y prosiguió su educación futbolística en el Celtic bajo las órdenes del legendario Jock Stein. Hasta que llegó el día en que Dalglish consideró que había devuelto con creces la confianza del club en él y le dijo a Stein que no quería seguir en Celtic Park y que solo tenía un destino en mente: Anfield.

A Stein no le quedó más remedio que negociar con el Liverpool y dejar marchar a su estrella. Al volver a Anfield, John Toshack le condujo a ver a Shankly, que ya había abandonado su cargo en favor de Bob Paisley, su hombre de confianza. Tras recordar la prueba de 1966, Shanks le dijo a su compatriota Dalglish: “Mira, hijo, tengo dos consejos que darte: no comas de más en ese hotel y no pierdas tu acento”.

La primera tarea de Dalglish en Anfield fue huir de la alargada sombra de su predecesor, Kevin Keegan. Aunque el escocés ya era un jugador contrastado con 47 partidos internacionales con la selección escocesa, Keegan era una leyenda para The Kop. La prensa dedicó ríos de tinta a comparar ambos jugadores, una actitud que Dalglish consideró injusta. “Kevin era un jugador muy efectivo pero completamente diferente. Él era muy rápido mientras que yo solía ocupar posiciones más atrasadas”, recuerda el propio Dalglish en su autobiografía. El propio Paisley confesó en una ocasión a Dalglish que ambos jugadores podrían haber jugado juntos.

Pero lo cierto es que Keegan quería irse, tentado por el lucrativo contrato que le ofrecía el Hamburgo alemán. Una operación redonda para el Liverpool, que ingresó medio millón de libras y pagó 440 000 por Dalglish, que heredó el mítico número siete de Keegan.

Dalglish no tardó en comprender lo que significaba formar parte del Liverpool. Eran los años 80, los árbitros dejaban a los jugadores impartir su propia justicia y cada partido era una batalla a cara de perro. Y un jugador creativo pero no especialmente veloz como Dalglish era un blanco fácil para los rivales. Pero no tardó en comprobar que no estaba solo ante el peligro. Cuando los rivales le sometían a una tarde tórrida, allí estaban Graeme Souness dispuesto a proteger a su compañero. Igual que Jimmy Case o más tarde Ronnie Whelan, excelentes futbolistas que no tenían miedo de interponer su pierna para ayudar a un compañero en apuros.

Las características de Dalglish encajaron como anillo al dedo con el estilo del juego del Liverpool, diseñado en la legendaria “boot room” y resumido en el mantra “recupérala, quédatela”. Una filosofía inculcada inicialmente por Bill Shankly y prolongada por sus ayudantes Bob Paisley y Joe Fagan a lo largo de más de dos décadas. En este entorno, un jugador con la visión privilegiada de Dalglish no tardó en convertirse en una pieza clave. “A lo largo de mis días en Liverpool, tenía una imagen mental de las posiciones de mis compañeros”, recuerda Dalglish.

La etapa Red de Daglish coincidió con la era más exitosa de la historia del Liverpool. El club estaba tan acostumbrado a disputar finales que Wembley fue rebautizado como Anfield Sur. De hecho, Dalglish solo tuvo que esperar unos meses para visitar el estadio nacional inglés con los Reds.


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Un aficionado en Anfield antes del partido entre Liverpool y Manchester United (Shaun Botterill/Getty Images).


En mayo de 1978, apenas nueve meses tras heredar el siete de Keegan, el Liverpool disputó la final de la Copa de Europa en Wembley ante el Brujas belga. A pesar de la superioridad del conjunto inglés, vigente campeón europeo, los belgas opusieron una obstinada resistencia durante más de una hora. El guardameta danés Birger Jensen se erigió en un muro infranqueable para los Reds. Pero Dalglish había descubierto la forma de derribarlo.

“Examinándole de cerca, buscando una debilidad, me di cuenta de que se vencía pronto en situaciones de uno contra uno”, recuerda Dalglish. “Cuando Terry Mac [Terry McDermott, el centrocampista inglés] se quedó solo, me di cuenta de que Jensen se lanzó al césped rápidamente, así que sabía lo que tenía que hacer”. A los veinte minutos de la segunda parte, Souness filtró un pase a la espalda de la defensa del Brujas para que Dalglish lo cazara. Jensen abandonó su portería pero el delantero escocés aguardó medio segundo a que el danés se venciera. Y entonces Dalglish le superó con una delicada vaselina. Fue el único gol del partido. El Liverpool encadenó su segunda Copa de Europa consecutiva.

El idilio de los Reds con la orejona se interrumpió el año siguiente, en que el Liverpool se topó con el campeón Nottingham Forest en la primera ronda. Un emparejamiento que Dalglish jamás atribuyó al azar sino más bien al afán de la UEFA de interrumpir el dominio inglés. El equipo de Brian Clough apeó al Liverpool a las primeras de cambio pero los Reds regresaron a la final de la Copa de Europa en 1981 tras una controvertida semifinal contra el Bayern de Múnich.

Tras el empate a cero de la ida en Anfield, los alemanes informaron a sus aficionados sobre la mejor forma de viajar a la final de París. El experimentado Paul Breitner calificó a los jugadores Reds de “poco imaginativos y poco inteligentes”. Todo lo cual solo contribuyó a incentivar a los jugadores del Liverpool, que arrancó un empate a uno en Alemania que les concedió una plaza en la final. Aunque para entonces ya hacía tiempo que Dalglish había abandonado el terreno de juego, lesionado a los nueve minutos.

Inmovilizado con yeso, las probabilidades de llegar a tiempo de enfrentarse al Real Madrid en la final eran prácticamente inexistentes. Pero Dalglish se afanó durante cinco semanas de rehabilitación y llegó a tiempo para disputar su segunda final de la Copa de Europa como jugador del Liverpool.

En su hotel de Versalles, Paisley explicó su estrategia para la final del Parque de los Príncipes. “Vamos a frustrar al Madrid”, dijo el técnico. “Les negaremos la posesión, conservaremos el balón y mantendremos el rimo lento”. Y ese fue el guion del partido. Hasta que Alan Kennedy se transformó en una leyenda del club adentrándose en el área madridista tras el tercer saque de banda consecutivo para poner el definitivo 1-0.

Tras conquistar la Copa de Europa en Londres y París, Dalglish afrontó su tercera final europea en Roma. Para desagrado de Dalglish y los suyos puesto que el rival era la Roma, el conjunto local. Los aficionados del Liverpool cayeron en una emboscada en la capital italiana, donde hallaron un ambiente hostil, casi bélico. También el equipo tuvo que superar los obstáculos impuestos por su rival. Pero lo hizo a ritmo de música.

Los jugadores italianos quisieron poner nerviosos a sus rivales retrasando su entrada en el túnel. Mientras observaban el césped a lo lejos y aguardaban a sus oponentes, los jugadores del Liverpool comenzaron a entonar “I don’t know what it is but I love it” de Chris Rea, una canción que habían entonado cientos de veces en el autobús camino a un partido o en alguna que otra velada en los bares de Sammy Lee o Mark Lawrenson. Cuando los jugadores de la Roma finalmente hicieron acto de presencia, se encontraron con once tipos entonando una de las canciones de moda en Inglaterra. El partido acabó en empate a uno y se decidió en la tanda de penaltis, en la que no participó Dalglish, sustituido en la prórroga. Bruce Grobelaar se convirtió esta vez en el héroe Red tras detener los lanzamientos de Bruno Conti y Francesco Graziani. Fue la cuarta Copa de Europa para el Liverpool y la tercera para Dalglish.

Pero si Dalglish saboreó el éxito sobre el terreno de juego en repetidas ocasiones, también le tocó vivir de cerca dos tragedias que marcaron la historia del Liverpool y las vidas de sus aficionados para siempre. La primera se produjo en Heysel, en Bruselas, donde el Liverpool debía enfrentarse a la Juventus en la final de la Copa de Europa de 1985.


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Vista general del rebautizado Kenny Dalglish Stand antes del partido entre Liverpool y Manchester United (Shaun Botterill/Getty Images).


Fue una amarga despedida para Joe Fagan, el técnico que tomó las riendas del equipo a regañadientes tras la marcha de Paisley dos años antes. El Liverpool perdió 1-0 pero el resultado pasó a un segundo plano después de que 39 personas fallecieran en los prolegómenos del partido tras una carga de los aficionados del Liverpool. Aunque Dalglish atribuye la tragedia a la paranoia generada entre los aficionados del Liverpool por la encerrona de los aficionados italianos del año anterior en Roma, lo cierto es que algunos aficionados ingleses fueron los culpables directos de esas muertes y de la prohibición de los equipos ingleses de competir en Europa.

Es en ese momento, tras perder una final de la Copa de Europa en que fallecieron 39 personas, cuando el Liverpool decidió ofrecerle a Dalglish el puesto de entrenador-jugador. “Estaba en casa en Southport cuando sonó el teléfono”, recuerda el propio protagonista. “’Kenny, soy Peter [Robinson, director general del club]. El presidente y yo queremos pasar por tu casa a verte’. ‘Sin problema’. Tras quedar en una hora, estaba a punto de colgar cuando Peter añadió: ‘Kenny, ¿no tienes curiosidad por saber de qué queremos hablar?’. ‘Vale, ¿sobre qué?’. ‘Queremos ofrecerte el puesto de entrenador’. ‘No hay problema, Peter, podéis venir de todos modos’”.

Y así fue como Dalglish se convirtió en entrenador-jugador del Liverpool tras la tragedia de Heysel con 34 años recién cumplidos. Y, sin embargo, asumió el cargo con la naturalidad de aquel que sabe que ha aprendido de los mejores: Jock Stein en el Celtic y la selección escocesa, y Bob Paisley en Liverpool pusieron los cimientos de su educación táctica. Tommy Docherty y Alex Ferguson en la selección escocesa la perfeccionaron. Todos ellos eran líderes duros pero convincentes que podrían haber abrazado la máxima de Dalglish: “Nunca he visto un equipo exitoso que no tuviera un vestuario unido”.

En su primera temporada en el banquillo, Dalglish cosechó el doblete de liga y copa, jugando además los últimos nueve partidos de la temporada. El último obstáculo para la consecución del título de liga era la visita a Stamford Bridge del 3 de mayo. El partido se decidió con un solitario gol de Dalglish a los 23 minutos, quizás uno de los más hermosos de toda su carrera. El delantero escocés controló un globo a la espalda de la defensa con el pecho y, sin dejar caer el balón, empalmó con el exterior de su pie derecho para batir con un disparo cruzado a Tony Godden.

Una semana después, el Liverpool se enfrentó al Everton en Wembley. Los Reds no conquistaban la Copa desde 1974, doce años atrás, y las cosas no pudieron comenzar peor para el equipo de Dalglish. Antes de la media hora de juego, Gary Lineker adelantó a los Toffees. Sin embargo, dos tantos de Ian Rush y otro de Craig Johnston permitieron al Liverpool dar la vuelta al marcador en la segunda parte y completar el doblete.

Tras una espantosa temporada 1986-87, los Reds parecían encaminarse con paso firme hacia otro doblete en 1987-88. Tras conquistar la liga, se enfrentaron al modesto Wimbledon en la final de Wembley. Pero el Liverpool sufrió una tarde aciaga y cayó sorprendentemente por 1-0 en una de las finales más recordadas de la historia de la Copa.

La temporada 1988-89 no pudo comenzar mejor para Dalglish. Peter Robinson le informó de que Ian Rush no estaba a gusto en la Juventus y deseaba regresar a Anfield. Aunque John Aldrige había cubierto con creces el hueco dejado por Rush, Dalglish conocía bien al delantero galés y sabía que con él de vuelta en el equipo podían volver a soñar con el doblete. Poco podían imaginar Dalglish, Rush, Robinson y el resto cómo acabaría la temporada.


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Kenny Dalglish saluda a los aficionados sobre el césped de Anfield (PAUL ELLIS/AFP/Getty Images).


El 15 de abril de 1989, el Liverpool, en cabeza en la liga, viajó a Sheffield para enfrentarse al Nottingham Forest de Brian Clough en la semifinal de Copa. Aquel día, 94 aficionados del Liverpool perdieron sus vidas aplastados contra las vallas del Leppings Lane de Hillsborough, el estadio del Sheffield Wednesday. Tras solo seis minutos de partido, el árbitro suspendió la contienda y los equipos se retiraron a los vestuarios. El colegiado informó a Dalglish de que el juego se reemprendería “en cinco minutos, diez a lo sumo”. Pero el escocés no tardó en comprender la gravedad de lo que estaba sucediendo cuando regresó al césped minutos después. Y entonces le abordó la angustia. Su hijo Paul, de doce años, había acudido al partido junto a Stephen, el hijo de Roy Evans, asistente de Dalglish. Cuando finalmente los encontró sanos y salvos, los condujo junto a su esposa Marina, que estaba en el palco. Para entonces, ya era evidente que aquella tragedia iba a marcar para siempre las vidas de muchas familias, además de la historia del club y del fútbol inglés.

Entre las muchas llamadas de apoyo que recibió Dalglish en las siguientes semanas, una procedente de su homónimo en su archienemigo. “Cualquier cosa que necesites, Kenny, estoy a tu disposición”, le dijo Alex Ferguson. Su primer gesto fue enviar a algunos aficionados del Manchester United para que se unieran al homenaje a las víctimas. “Mientras viva, jamás olvidaré el gesto excepcional de Fergie”, afirmó Dalglish en su autobiografía.

Las semanas siguientes a Hillsborough fueron extenuantes para Dalglish y acabaron por provocar su renuncia muchos meses más tarde. Los jugadores, técnicos, directivos y empleados del Liverpool se dividieron para que en cada uno de los 96 funerales hubiera representantes del club. Dalglish y su esposa Marina acudieron a cuatro en un día. A eso se sumaron las visitas a los hospitales para dar ánimos a los heridos. En una de ellas, Dalglish fue acompañado por el Dr. David Edbrooke, que le condujo hasta la cama de Sean Luckett, un joven de 20 años que se encontraba en coma. “Sean, ha venido Kenny Dalglish a verte”, le dijo el doctor. Y entonces, los ojos de Sean se abrieron de par en par. “No lo podía creer”, recuerda Dalglish. “’Hola, Sean, sé que vas a salir adelante’, le dije. Su madre dejó escapar un grito y se lanzó sobre su hijo […] me fui rápidamente para dejarles solos”.

Sin embargo, no todo fueron palabras de apoyo tras la tragedia. El tabloide The Sun publicó una portada con el titular “LA VERDAD” en la que afirmaba que los aficionados borrachos del Liverpool habían causado la tragedia, había orinado sobre los cadáveres e incluso habían robado las pertenencias de los muertos. Como era de esperar, la gente de Liverpool reaccionó con furia ante tal difamación. Al día siguiente, el responsable del periódico, Kelvin MacKenzie llamó a Dalglish.

“Kenny, tenemos un pequeño problema”, dijo MacKenzie. “¿Cómo podemos resolverlo?”. La respuesta de Dalglish fue contundente: “¿Ves el titular que has escrito, ‘LA VERDAD’? Simplemente escribe otro igual de grande que diga: ‘HEMOS MENTIDO. PERDÓN’. ‘Kenny, no podemos hacer eso’. ‘Entonces no te puedo ayudar’”. Acto seguido, Dalglish colgó el teléfono.

La federación inglesa insistió en la disputa de los partidos pendientes e incluso amenazó al Liverpool con expulsarle de la Copa si no respetaba el calendario. Eso provocó que los Reds tuvieran que disputar ocho partidos entre el 3 y el 26 de mayo: seis de liga más la semifinal de Copa ante el Forest que jamás pudo disputarse y la consiguiente final.

Tras eliminar al Forest por 3-1, el Liverpool se reunió con el Everton en Wembley el 20 de mayo, apenas un mes después de la tragedia de Hillsborough. Los Reds vencieron por 3-2 gracias a un doblete de Ian Rush en la prórroga. “Incluso ahora, la Copa de Hillsborough es el trofeo que más ha significado para mí en toda mi carrera, por encima de las Copas de Europa”, recuerda Dalglish. “No debió ser fácil para los familiares que viajaron a Wembley, sentir la tristeza entre las celebraciones, sabiendo que su ser querido habría estado ahí cuando Ronnie [Whelan] levantó la Copa”.

Pero la presión y el cansancio acabaron cobrando su peaje. En la última jornada de liga, el Liverpool recibía al Arsenal sabiendo que incluso una derrota por la mínima era suficiente para conquistar el doblete. Pero los Gunners se impusieron por 0-2 con un gol de Michael Thomas en el último minuto. Pero esa dura derrota no silenció The Kop. Porque The Kop hacía un mes que había caído en el silencio.

La temporada siguiente, Dalglish conquistó la última liga que adorna las vitrinas de Anfield. Los Reds sellaron el título el 28 de abril tras vencer al QPR por 2-1. “Por primera y última vez en mi carrera, hice valer mi rango”, admite Dalglish. “Me coloqué en el banquillo a pesar de que otros ofrecían más y me di entrada por Jan Molby a falta de 19 minutos. Quería que mi último partido como jugador fuera una ocasión especial. Y ganar el título lo fue”.

Meses más tarde, un Dalglish física y mentalmente exhausto anunció a Peter Robinson y al presidente su decisión irrevocable de dejar el cargo y abandonar Anfield tras catorce años como jugador y entrenador. Luego llegaría una Premier League con el Blackburn, un subcampeonato con el Newcastle, un efímero regreso al Celtic y un emotivo aunque turbulento regreso a Anfield. Pero para entonces ya nada podía enturbiar la imagen y el legado de Dalglish. Porque para entonces ya se había convertido en una leyenda.

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